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lunes, 29 de julio de 2019

Dedicatorias

Recuerdo que cada final de curso en mi adolescencia llenábamos la carpeta con dedicatorias, como si nos diéramos las gracias por haber estado ahí. Como si esas páginas, en la posteridad, nos ayudaran a ver quién estuvo en el 92 o en el 95. Los había que firmaban tan solo con su nombre, siempre pensé que tal vez no tenían qué decir o fuera demasiado para plasmarlo en una hoja rosa de cartulina. Otros escribían las rimas de moda, hasta podían repetirse. Y los había que nos lo tomábamos como si dedicáramos un libro, como si agradeciéramos los nueve meses de curso y esa persona mereciera la confesión de un buen secreto o el más sorprendente de los agradecimientos. Pasaba una a una la carpeta de todos en la clase. Esa gente no ha vuelto a aparecer en mi vida, pero si repaso todos esos años, compruebo que eran sinceros y que, en cierta manera, compartíamos la intensidad de la primera juventud como si no hubiera luego nada ni nadie más.

He pensado en ello, lejanía a parte en cuanto a dimensión se refiere, leyendo el artículo recuperado de Lara Hermoso sobre Martín Gaite. En él hace un repaso de la obra de la escritora de dedicatoria en dedicatoria. Cuán de importante es esa primera página. Determina lo que se leerá, en quién se pensaba, para qué está escrito. Sitúa al lector en un punto de partida. Pone nombre y apellidos, como lo poníamos nosotros en las carpetas cada mes de junio. A mí me hace parar y pensar antes de empezar a leer. “Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano.” ¿Cómo no hacerlo ante dedicatorias como esta en Entre visillos? ¿Cómo no tener la necesidad de saber más y/o imaginar ese más?

Este verano que estoy de inmersión en el mundo Vilariño y voy de la mano de Guerriero de la poeta al escritor, Onetti. Me estremece comprobar sus dedicatorias. A Juan Carlos Onetti, los Poemas de amor. A Idea Vilariño, Los adioses. Cómo decidían, tras sus idas y venidas, el quitar y volver a poner esas dedicatorias en una edición u otra. Como si todo lo escrito, solo por no constar para quién era, dejara de tener el sentido, la magnitud y la incondicionalidad que se profesaban. Como si su historia dejara de existir. Dijo Vilariño, en su poema “Puede ser”, que tal vez “si sufrieras dos horas como un perro / si vieras/ cómo puede doler doler quemar / y retorcer como ese hierro el alma / desprender para siempre la alegría / como piel calcinada /… / puede ser que creyeras / puede ser que sufrieras / comprendieras.” Tal vez sí, y creyera que si él sufría como ella, comprendería. Como si el hecho de que no constara que todo ese amor en verso era para Onetti, eliminara cada segundo de vida a él dedicado. He ahí la importancia de la primera página.

Ya no dedicamos las carpetas, ni las agendas, al acabar el curso. No agradecemos a los que están con nosotros en las trincheras del año vigente. Ya ni los libros que regalamos. Distintas serían ahora esas cartulinas rosas de los quince años, con todo lo leído, con todo lo vivido, sufrido y aprendido. Puede que fuéramos más selectivos, más precisos, más crípticos. Hemos leído cientos de dedicatorias, pensado qué pondríamos nosotros en un libro propio, sabríamos con cuál nos quedaríamos de las descubiertas. Recuerdo cómo Luis García Montero escribía: “A Almudena, que me abriga con una mirada de mis silencios y me defiende con una sonrisa de mis palabras.” Yo me quedaría con esta. ¿Y tú?  

Sallente, julio '19.

2 comentarios:

  1. Hay dedicatorias que rezuman tanto amor y ternura que cautivan. Y algunas es como si pudieran atrapar una vivencia concreta, una emoción momentánea, como la de Entre visillos. Y es verdad, y no me había dado cuenta: parece que las dedicatorias se están perdiendo.
    Un saludo.

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    1. Se pierden tantas cosas que no nos damos cuenta... suerte tenemos de ir recordándolas y anotándolas para que no se esfumen del todo ;)

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