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lunes, 7 de febrero de 2022

Lo más difícil de mundo

Brilla el sol pero hace frío. Hay que taparse las orejas para sentirlas sin punzadas. Suena a lo lejos, pero suena, ese fandango de Enrique Morente: “Lo más difícil del mundo”. Se nos queda: “por eso sufro y lloro como un niño”. Y nos da por cerrar fuerte los ojos, para que no lloren. Escribió Annie Ernaux que “Ninguna foto transmite la duración. Nos encierra en el instante. La canción es expansión en el pasado, la foto, finitud. La canción es el sentimiento feliz del tiempo, la foto su dimensión trágica. A menudo he pensado que se podría contar toda una vida solo con canciones y fotos.

Retengo esa guitarra y pienso en René Robert. Hace 10 días que no puedo evitar hacerlo. Día y noche se me aparece. Él, que se dedicó a fotografiar nuestro flamenco en vida, murió solo, sin música y arrojado al silencio 9h en el suelo. Tirado en una calle de París, sin socorrer, como si fuera la fotografía de un instante y no una muerte agónica y helada. Esa imagen vive conmigo desde el 27 de enero.

Cayó en mitad de la vía, ante la mirada atenta de tenderos, transeúntes, coches, ciclistas. Nadie lo auxilió. No se agacharon. No pararon. No preguntaron. Creían que era un sin techo, dicen. ¿Y? Siempre que veo a alguien durmiendo o estirado en la calle, me detengo a ver si respira, si está. No sé porqué razón, sin sentido, a menudo pienso que puede ocultarse mi padre tras los cartones. Y no es que sea un mendigo, sino que a veces lo más difícil del mundo son las relaciones paterno-filiales. Quizá por esa razón esta cabecita conviva con Robert y le venga a la mente la imagen de su figura tendida en el frío suelo parisino. Quizá por eso le ponga música.

París, 2010. Presagio.

Es salvaje pero también pienso en Sophie Calle. Ella que capturaba tantas escenas propias y ajenas. Que inmortalizaba estancias para estudiar quién podía haber pasado por allí. Hubiera retratado ese cuerpo inerte y nos habría sugerido tantas preguntas. Tantas respuestas. Un time lapse formado por cientos de instantes de esas 9h, por cada persona que pasó apartando la mirada, esquivando un cuerpo, desoyendo el auxilio, siguiendo su prisa. La lástima es que ni esa secuencia nos daría un golpe seco para hacernos reaccionar.

Leía a María Bastarós sobre los deseos incumplidos al soplar las velas en el cumpleaños y lo relacioné todo. Recordaba cómo de niña acumulaba deseos todo el año. Ante la tarta me preparaba a conciencia y los soltaba uno tras otro muy deprisa, concentrada a la vez en soplar con la máxima potencia. Creía fuertemente que dependía de mi capacidad pulmonar el cumplimento de mis deseos. Que estén bien, aunque separados, que no griten, pero que estén bien y tengan salud. Dudo de la veracidad de jugarse todas las cartas a un soplido. No sé si es cierto que dependiera de mí y de mis pulmones. 

Espero que la que soplaba velas y deseaba siempre lo mejor para Robert piense que todo eso de "soplar y cumplir" es una patraña. Piense que fue el azar, el destino, y tenga la tranquilidad de creer que sonó un fandango de caricia y arañazo, como los que fotografió el suizo en vida, y se enfrentó así acompañado a lo más difícil del mundo. 

4 comentarios:

  1. Esperemos que no dependa de nuestra fuerza al soplarlas sino… cuantos sueños sin cumplir. Eso si, por si acaso, cuando soplo, lo hago con la mente en blanco, almenos no tendré nunca ese cargo de conciencia.

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    1. De eso se trata, de vivir pensando que los sueños se cumplen y si no lo hacen.... liberarnos de la culpa... o eso me digo ;) Un abrazo

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  2. Sophie Calle habría congelado el momento en una foto. Paolo Sorrentino lo habría rodado. Imagino al gran Tony Servillo de La Gran Belleza, observando impertérrito la escena, con rostro mohíno, pensando en la decadencia de todo: «Termina siempre así, con la muerte. Y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza. Y luego la desgraciada miseria y el hombre miserable. Todo sepultado bajo la cubierta de la vergüenza de estar en el mundo».

    Por desgracia, como en esos sueños bonitos en los que nos despertamos repentinamente y anhelamos volver a dormir para seguir soñando en el mismo punto, aquí nadie dice “corten” y todos se felicitan y abrazan al bueno de René por su gran actuación. La realidad es tozuda. Y cruel.

    Y me rebela. Seguiré sin aceptar que el mundo es así, que no se puede cambiar.

    «Seguiré siendo uno de esos imbéciles que se ponen cada tarde un chaleco empapado en gasolina, por si una espalda incendiada, por si una chispa de ternura». —Marwan

    Seguiré buscando otra piel junto a la que derrotar a la soledad debajo de unas sábanas recién cambiadas.

    Pensando que en la bolita que cae del bombo en el bingo pone “dulzura”.
    Que en cada carta recibida hay unos labios marcados.

    Que cuando se reparten las cartas de la baraja siguen pintando “Corazones”.

    Que cuando esté en un columpio alguien está ahí haciendo todo lo posible por que no me caiga.

    Que cada persona que ayuda a otra, son dos cicatrices que sanan al instante.

    Que me seguiré empapando bajo la lluvia de risas liberadoras.

    Dejándome las tripas en cada verso que escriba.

    Alimentando a ese gato callejero que siempre me observa pensando que el perdido soy yo.

    Pintando soles y estrellas.

    Haciendo montones, de caricias y susurros.

    Componiendo una obra maestra de la música en la partitura de unos labios nuevos.

    Dándolo “todo” cuando mi alma se asombre con otra mirada, porque “todo” es el mínimo a entregar cuando dos pieles afines se encuentran y se deslizan juntos por un tobogán sin nada que les frene.

    Dos pieles y entenderse. Nada más. Lo demás es ruido.

    Si nos dedicáramos más a esas cosas con naturalidad, estoy convencido de que René no hubiera muerto dejado a su suerte en esa fría acera del invierno parisino, y que lo que deseamos en silencio cada vez que soplamos las velas de una tarta, estaría más cerca de hacerse realidad.

    Y lo más difícil del mundo sería más sencillo.

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  3. Recuerdo que fue justo antes de irme cuando me hablaste de René Robert, de la noticia de su muerte. La cruda realidad se volvía abrir frente a nosotras, después de habernos emocionado con Rooney, buscando el mundo bello. Y claro que el mundo bello existe, pero la brutalidad de esta muerte en soledad, de la indiferencia despiadada también.

    Nuestra humanidad puesta en duda una vez más. En este caso se trata de la necesidad de auxilio, ¿qué costaba detenerse un minuto, llamar a emergencias? Pero en el fondo nos sentimos seguros en nuestra cálida madriguera mientras somos conscientes de realidades que siguen perpetuándose de forma injusta. Como diría Ampuero, puros sacrificios humanos sobre los que se sustentan nuestra vida cómoda. Pero esto no es nuevo, Alice y Eileen hablaban sobre ello (recuerdas?), no podemos arreglar todo lo que ocurre en el mundo, pero sí lo que está en nuestra mano, brindar ayuda a quién lo necesite.

    Ofreceremos nuestras manos y seguiremos soplando las velas mientras pensamos con fuerza aquello que deseamos, aunque no se cumpla. Porque en palabras de Carla Nyman «siempre se viene lo que falta». Todavía la sed.


    Un post genial, como siempre!! Abrazos apretaditos!

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