Bañarse con el cielo encapotado, con la lluvia amenazante. De repente te encuentras sola en la piscina. Algún cotilla mira de reojo desde arriba, pensando que va a atraparte el chaparrón. Sin atreverse, ocultando su deseo de nadar bajo el imperio de las nubes negras. Por unos minutos corres el riesgo. Por unos minutos logras el triunfo.
Este verano he leído mucho. En ocasiones
la mala salud te obliga a esconderte en tu reducto y la literatura salva tanto
como el agua. Con ella aprendes a dar nombres a las cosas que te ocurren, que
piensas mientras nadas, cuando cierras los ojos sentada en el borde con los
pies en remojo. Agustina Atrio en Tres formas de atravesar un río dice que “¿cómo
influye la geografía en nuestra forma de nombrar? ¿Qué palabras se crean en
ella? Palabras asfálticas. Palabras sin agua. Palabras encerradas en barrios a
través de avenidas. Palabras de nostalgia, a veces también de hastío. Palabras
que buscan correr, fluir. Entiendo, en ese momento, que la geografía en la que
vivimos por un largo periodo configura, si no nuestro carácter, nuestra forma
de sentir nostalgia. Se trata, en resumidas cuentas, de una nostalgia del agua.”
En ese paraíso líquido he sobrevivido,
he controlado mi nostalgia y he aprendido a renombrar. Me calma soberanamente
tumbarme sobre el agua. Hacer el muerto y solo escuchar el sonido mediante mis
oídos sumergidos. Hacer el muerto. Dos niñas me han aleccionado y conmovido
este verano. La primera dijo que ella hacía la muerta. Cierto, ¿cómo podía
decir yo que hacía el muerto? Su definición y especificación sorprendieron mi
costumbre, renombraron mi fascinación. La segunda dijo que ella hacía la
estrella de mar. ¡Touché! Realmente no estamos muertas, solo flotamos. Y flotando
como hacemos, tanto Gala, como Ona, como yo, estamos más vivas que nunca.
Este verano nostálgico, rescatado por el agua y por los triunfos bajo las nubes, ha conseguido conectarme con lecturas totalmente distintas entre ellas. Lecturas que han venido conmigo a mi refugio, que han bajado día a día bajo el sol ardiente o han recibido alguna que otra gota del cielo. Esta geografía en la que vivo ahora, la que abraza también los días oscuros, me ha hecho saber con esas palabras que corren, que fluyen, que igual que el riesgo no me acobarda al bañarme cuando viene la tormenta, los días aciagos tampoco podrán conmigo. Así, puedo adueñarme de esa nostalgia del agua que he creado para mí. Puedo manifestarla libremente al mundo, con todo el derecho y todo el miedo. Porque sé que la dirijo yo y que puedo salvarme.
I qué bé senta l’aigua!
ResponderEliminarSort n'he tingut...
EliminarPor fin has vueltoooooooooooooo!! Echábamos de menos a la Esther que escribe aquí casi todas las semanas. Me has hecho recordar este poema de Isabel Daza, que podrás tener en tus manos en breve:
ResponderEliminar«Si yo pudiera acariciar
tus días raros y tus noches
oscuras, no estaría escribiendo
mi vida en el agua.»
Y desde luego que estamos más vivas que nunca!! Tengo que leer a Agustina Atrio!
PD: Qué ganas de achucharte y enseñarte mil fotos de los gatos de Estambul :*
Acaricia mis días raros y ja ho tenim tot fet ;) Gràcies per ser-hi.
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