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lunes, 10 de abril de 2017

El silencio del padre

Henri Cole ya habló en su Mirlo y Lobo del anhelo de un hogar donde el amor no hubiera sido profanado, donde fuera ese amor quien inclinara el vaso. Ya nos presentó entonces a un padre sin afecto que le enseñó a remediar la soledad mediante ese vaso lleno. He recordado al poeta estos días, tras la lectura de dos poemarios de Sharon Olds. La figura del padre, presente en los versos de ambos, pero ausente en la vida física fuera del papel, por su vivencia real más allá del ideal familiar. Ausencia tan natural como un bol de lilas, de las que se espera la frescura y el olor, como cualidades innatas igual que la desaparición paternal.

Descubierta la poeta americana a través de Los muertos y los vivos y El padre. Escribiré este post como necesidad y como recomendación de lectura, pero intentando que no aflore completamente todo lo que han generado en mí sus palabras. Cuando topas con versos como estos; dolientes, desgarradores, que te hacen parar y releer, sabes que siempre quedarán al amparo de un momento de necesidad. Lo mejor es cuando su lectura te lleva a otra relectura, como a mí me ha traído la urgencia de Cole de nuevo.


Olds transmite con la herida abierta. Escarba en la herencia de un abuelo a un hijo, que luego será el padre que malvive, que ha aprendido del dolor y así logra transmitirlo. El silencio, la oscuridad, la rutina del sigilo, de los ojos cerrados, del terror. De la madre que quema porque no sabe sobrellevar ese miedo, lo cual tan solo hará que no puedas salir indemne de las llamas, que no puedas nunca conciliar el sueño reposado.

Sus poemas son breves capítulos de vida. Pequeños relatos continuados de los años junto a su padre. Un padre ausente, fantasma, silencioso. Para el que llega un día en que reclama a esa hija olvidada, no querida y hasta entonces no necesitada. Punzante vivencia de un libro a otro. Un descubrir la dolorosa infancia y un final agónico en que la enfermedad le hace débil, vulnerable y dependiente. Y ella tras una vida sin él, precisa de ese aliento, le urge que respire aun deseando que se vaya, que cierre el olvido cuidado tanto tiempo.

El vacío sobre el vacío una vez muerto. La despedida deseada que ahora duele. La contradicción que rige la vida como otra norma no escrita. Porque se debe padecer la muerte de aquellos que están aquí, aunque no lo hayan estado nunca. Como tantas veces necesitamos creer que han muerto en vida, sabiendo que respiran. Narra la mortaja, el crematorio, las cenizas, la cuenta de los años sin él. Ya no está como nunca estuvo. Y todo eso tan solo lo entenderá quien ha tenido una relación paternal tan similar, quien ha vivido el silencio, el temor y el anhelo de un cambio constante. La acompaña a una siempre, Sharon explica cómo afecta eso a tener sus hijos propios. Quién sabe…herencias de vida.

Su lectura ha venido acompañada, como siempre, de la paz de las vueltas del hilo. Porque el tejer amansa, porque el tejer fija los versos a fuego. En cada pasada hay un recuerdo, una frase distinta, una vivencia que permanece con el paso de los años. Cada libro con su labor a juego, con su espacio, su luz, el sentimiento y la lágrima generada, el compañero de lectura adecuado para compartir la historia, el que pone la oreja y deja caer las palabras con el cariño que una espera.


5 comentarios:

  1. Encara que estiguem de vacances: Ja he pasat per aquí!

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    1. Gràcies, bonica. Apunta-li la Sharon Olds al César ;)

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  2. Herencias de vida.
    Herencias de muerte.
    Van indisolublemente unidas.
    A nuestros hijos intentamos enseñarles a vivir. Nadie nos enseña a morir. Así nos va.

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    1. El problema es aceptar la muerte que nos toca de cerca y por la que presumiblemente se espera que suframos. Contradicciones que duelen aún más que la propia muerte. Gracias por pasar por aquí, un abrazo.

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  3. Perder la vida, duele.
    Perder a alguien en vida, mata.

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