“El pastor es primordial” – le decía siempre su madre. Mi tía Mercè tiene ahora 90
años recién cumplidos y recuerda la guerra civil y ese frío como si fuera ayer.
Recorría cada mañana, justo amanecía el día, los cuatro kilómetros que separan Espui de la Torre de
Capdella para ir en busca del pan para el pastor. Imagino a una niña de
nueve años, alta y espigada, abrigada hasta las cejas. Caminando, tal vez,
entre la nieve al despertar el día. Se llegaba hasta el panadero Felip quien ya
tenía preparado ese pan de maíz. Le viene un mal recuerdo en cuanto al sabor,
pero asegura que era lo único que llevarse a la boca. Antes era el alimento
para el pastor que para ellos. Era esencial que quien cuidaba de sus animales,
de aquellos que luego supondrían su supervivencia, fuera esmeradamente
atendido.
Pan de maíz. Pan barato de un ingrediente que abundaba a un precio asequible. Se hizo famoso durante la Guerra Civil al igual que el pan negro.
Este último elaborado con harina de trigo sin refinar y parte de las pieles de
las semillas. Unos panes que recuerdan la miseria, el miedo y los kilómetros
empleados en su busca. El tío Quim hace memoria de cómo llegaban hasta Vilanova de la
Sal, en principio a por pan negro, pero siempre salían con una remesa de rico
pan blanco que les guardaban como el mayor de los secretos. De esa manera mi
abuela pudo hincar el diente a la delicia color nieve fuera de las cartillas de
racionamiento. Lo cuentan con nostalgia, con los ojos llenos de lágrimas, sin
olvidar el frío en el camino ni el sabor del pan. Nunca se borra aquello que
cala en los huesos.
Seguro que en esos trayectos iban más que bien abrigados con los calcetines que les tejían. Las cinco agujas debían contonearse sin cesar en todos los hogares. Entonces sí por necesidad, no como ahora. Por eso parece que les honramos con nuestras labores. Recuperando ese cuchicheo al encontrarse una a una para abrazar el hilo. En el silencio que nosotros decidimos y que nadie impone, a la luz que más nos agrada, no a la mínima de una vela como si fuera algo prohibido. No podemos ponernos en su piel, tan solo empatizar con esa mirada de terror, la que regresa junto a sus palabras, y tejer. No lo hacemos para ellos, probablemente, pero sí por esa memoria que no cesa de hilar nuestras madejas.
Así este verano han surgido otro par de calcetines Pairfect Socks de Arne
& Carlos. Un
46, como el de un buen pastor, ha vuelto a emerger fruto de la madeja
mágica, la que dibuja sola. Abrigarán unos pies que no irán por los montes al
cuidado de ovejas, ni deberán caminar bajo la nieve a por el pan. Pero esas
historias me han acompañado durante las vueltas del hilo, porque esa guerra
sigue presente para esta tejedora en cada una de sus pasadas. Por eso no cesa
en sus lecturas sobre la misma, por eso piensa en los pies de esos niños que
caminaban en busca del pan de maíz. Se estremece con los relatos de penuria,
hambre y cebolla: hielo negro y escarcha grande y redonda, que dijo Miguel
Hernández. Y por esa escarcha, esas sopas, esos recorridos, el frío y el
miedo; teje que teje.
Ostres com m'agrada! Jo no tinc ja a ningú que m'expliqui coses del pasat no tan llunyà, però m'has fet recordar i anyorar quan la meva àvia m'explicava aquestes coses viscudes...
ResponderEliminarAiiixxxx i a mi com m'agrada que t'agradi. Sempre ens penedim, suposo, de no haver preguntat quan tocava... per aixo jo, sempre que surt la oportunitat, deixo que parlin... i torno a casa carregada d'històries. Gràcies per ser-hi, Eva. Muà!
EliminarLas historias de la Guerra Civil. Nunca dejarán de impactarme.
ResponderEliminarSuper chulos los calcetines.
Cada prenda que tejemos va unida a una historia. Es lo lindo de tejer.
Preciosa, se te echaba de menos por aquí. Cierto, siempre son historias tan duras que es imposible que nos dejen indiferentes. Por eso es bueno recogerlas y guardarlas. Un besote.
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