Heredamos el olor de la ropa
tendida, la mecánica al doblar las bajeras de las sábanas, el orden en las
cuerdas.
Heredamos la mueca en la sonrisa,
que aparece con los años cuando una ya creía no tener nada de su madre.
Heredamos la verdad en la mirada.
Como nos miraba nuestro padre miramos ahora con unos ojos que nunca mienten.
Heredamos el amor por las
montañas, sea un valle u otro. Recogemos setas, hacemos mermelada y grabamos el
cielo, teniéndolo ahí más cerca de las manos.
Heredamos la insistencia en el
cuidado de las plantas. Exigimos que sigan con nosotras, aun sabiendo que acabaran
muriendo una tras otra. Generación tras generación.
Heredamos las horas de labor, el
movimiento de la aguja en nuestras manos, la perfección en las pasadas. Necesitamos que el resguardo venga de antaño
para no sentir el frío.
Heredamos la costumbre a convivir
con la enfermedad y a recibir a la muerte. Anne
Michaels decía que “identificamos la
muerte y el amor cuando empezamos a ponerles nombres.” Tan cierto, tantos
nombres con sus caras.
Heredamos “la herencia de las mujeres tristes”, como dijo Sara
Herrera Peralta. Heredamos las lágrimas y el miedo. Heredamos la
indefensión, al mismo tiempo que el amar sin condiciones. No deberíamos heredar
ni la soledad, ni el terror. No deberíamos sentir que volvemos a esos tiempos
convulsos de miradas asustadas. Eso no deberíamos heredarlo, porque ellas no
querrían. Ellas no permitirían que sostuviéramos la lágrima y que acallarámos el
grito.
Josep Maria Nogueras |
Pensar en las herencias, en todo
lo que nos han transmitido y siguen haciendo, no es ser infelices. Mirar atrás
no es la infelicidad. ¿O sí? Natalia
Ginzburg dice que sí. “… ser felices
o infelices nos lleva a escribir de un modo u otro. Cuando somos infelices,
nuestra memoria actúa con más brío. El sufrimiento hace que la fantasía se
vuelva débil y perezosa… / nos cuesta apartar la vista de nuestra vida y de
nuestra alma, de la sed y la inquietud que nos embarga. En las cosas que
escribimos afloran entonces, continuamente, recuerdos de nuestro pasado,
nuestra propia voz resuena de continuo y no conseguimos imponerle silencio. /
Tenemos raíces profundas y dolientes en cada ser y en cada cosa del mundo, del
mundo que se ha poblado de ecos, de estremecimientos y sombras, y una piedad
devota y apasionada nos une a ellas.”
Tal ha sido el golpe de Las pequeñas
virtudes, que me atrevo a contradecir a Ginzburg. Recuperar el pasado
no siempre debe ser causa de infelicidad. Tal vez sí de arraigjo y de no querer
perder una manera de vivir y de sentir determinada, heredada. Nada que ver con
un apellido, sino con una forma de estar en el mundo y de relacionarse con
cada minúscula cosa que encontremos. Quiero pensar que todas las mujeres de mi
familia, antes que yo, han estudiado el color del cielo todos los días de su
vida.
Como dijo Josep Maria Nogueras: “somos trenes cargados de memoria
/ viajando hacia el futuro” Por eso quiero creer que no es infelicidad,
solo memoria. De ahí su foto hoy aquí, porque con cada imagen ya escribe
poesía, imposible sentirse impasible antes escenas capturadas como estas. Y es poesía de nostalgia hacia todos los que han vivido antes por
nosotros. Porque debemos abrir las ventanas al recuerdo, quién sino habitará el
silencio de las
casas cerradas…
He pasat! Tard pero hi he pasat! Preciós com sempre!
ResponderEliminargràcies, bonica. T'enyorava ♥
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