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lunes, 14 de mayo de 2018

La forma de todos los fantasmas


“… hay aguas que es mejor no remover, lugares a los que es mejor no entrar, que no todas las historias tienen por qué ser contadas, que escribiendo no siempre se gana, que a veces también naufragamos ante el dolor de los demás”
Miguel Ángel Hernandez, El dolor de los demás (Anagrama, 2018)


¿Dónde empieza el dolor de los demás a ser el nuestro? ¿A partir de qué momento nos pertenece ese sufrimiento? ¿Podemos hablar, escribir, sentir… cuando ese lamento no lleva nuestro nombre? ¿Tenemos derecho a revivir a los muertos de los demás? ¿Quién o qué determina que son nuestros también? ¿Podemos compartir ese dolor?

Dejamos que nos domine el pasado, que tomen forma los fantasmas en nuestros sueños aun estando despiertos. Somos capaces de alzar muros y aislarnos como si no hubiera ocurrido, pero el poso sigue ahí. Podemos auto engañarnos, crearnos vidas de mentira para ir tirando, como esperan que hagamos; fingir un hogar y una huida planeada y consistente. Pero el dolor permanece y como dice Hernández “la memoria es una cuestión de escala” y cuando cae la venda, el aguijonazo se vuelve fresco, como el primer día, y la magnitud cambia de tamaño.



El dolor de los demás no solo trata de la Nochechuena de 1995 en que su mejor amigo mató a su hermana y se suicidó. Sino que habla de la necesidad de crecer, su salir de la huerta; la urgencia de huir de los mismos movimientos, las mismas sombras, del mismo cuerpo de las cosas. Ya no es solo identificar tus propios dolores de los demás vividos, también es saberse identificada en un núcleo familiar, en un emerger hacia un futuro distinto al impuesto. Es leerse a una misma en afirmaciones del murciano. Afirmaciones que una se ha dicho, para sí seguramente, en momentos de su vida. Instantes en que ha sentido punzadas similares.

Hace unas semanas hablaba de los que ya no están. De nuestros muertos, ahora ya no sé si “nuestros” o de quién. ¿Quién determina su propiedad? Explicaba cómo escondemos todo lo malo que hicieron en vida, cómo queremos creernos tan solo lo bueno que vivimos con ellos. "La imposibilidad de cambiar nuestro punto de vista sobre las cosas, o la toma de conciencia de que hay emociones que es difícil sustituir por otras…" Así lo dice Miguel Ángel y así es. De los muertos, y de los vivos que queremos, solo nos esforzamos en ver lo que nos permite no fustigarnos.

Por eso, en ocasiones, remover las aguas duele. Por eso, que las remueva Hernández para él, ha supuesto que el temblor también nos sacuda a nosotros, los devoradores de su historia. Por eso, le agradecemos que lo haya hecho en nombre del resto. Porque ha vuelto a ponernos parte del pasado en el presente y aunque hayamos tenido a la Rosi y al Nicolás aquí, en el cogote mismo, no debemos quejarnos porque no son nuestros. Es el dolor de otros, de los demás, que también es nuestro si nos hace mirar hacia abajo desde lo alto del barranco.  

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