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lunes, 23 de julio de 2018

El hilo invisible

Leonora Carrington tejió una amistad indestructible con Remedios Varo. Ambas intentaron ser libres dentro de su mundo, saltando entre el surrealismo y haciéndose fuertes ante la locura. Siempre una por la otra, enlazando el hilo invisible. Tejiendo el manto terrestre de la mano.

Elena Dmítrievna Diákonova (Gala Dalí) tenía como ejemplo a seguir a su amiga Marina Tsvetáieva. Por ese: “seguir su camino”, luchó constantemente por mantener viva su amistad. Porque Gala era romántica y apasionada, necesitaba amar y sentirse amada; así era capaz de mover montañas.

Rosa Chacel mantuvo correspondencia durante años con Ana María Moix. Nada se logra atender tanto tiempo si no es correspondido, si no es beneficioso, si no es enriquecedor. Forjaron una relación epistolar que hizo que fueran necesarias una de la otra. El contarse, el compartir, el estar, el abrir el buzón y sonreír por encontrarse de nuevo.


No pararía. Podría seguir enumerando complicidades entre ellas, amistades de hilo y oro. Hilo por lo interminable, por los nudos, por la calidez. Oro por la fuerza, por el brillo, por el valor. Muchas han sido las artistas, escritoras, junto a las mujeres de a pie las que han cumplido con la sororidad que llevamos en herencia. Porque nos sale de dentro el necesitar a otras mujeres, el tomar ejemplo, el querer contar, la urgencia de corroborar, la exquisitez de nunca sentirse juzgadas sino queridas. Ellas existen, suerte tenemos las que somos capaces de identificarlas y retenerlas egoístamente a nuestro lado.

No todas sirven. Leonora y Remedios le llamaron el hilo invisible. Así es. Y si ese hilo se rompe es que no era ella. Solo estaba de paso. Las reales, las Remedios, las Marinas, las Anas, son las que se quedan ante los lloros, las risas, el desespero, la emoción, las pérdidas de peso o de aviones. Las que se quedan. Aquellas que ocurra lo que ocurra permanecen al otro lado. Del teléfono, del mail, de una postal, de los kilómetros, de los abrazos.

Soy de abrazos. Ellas lo saben. Porque transmiten la pasión, la intensidad, pero también el miedo. Porque recogen la energía de quien te lo regala, luego la almacenas y la dosificas. Estoy segura de que Leonora, Gala o Rosa, abrazaban y también memorizaban la huella de los brazos.


¿Y qué hay además de los abrazos que pueda transmitir todo eso? Desde niña lo pensaba y siempre repetía lo mismo, desde niña, el ramo. Era bien pequeña que siempre me rondaba la frase de: pues yo el ramo se lo daría a. Porque era el símbolo de esa sororidad. Porque de niña idealizas ese momento de princesa de cuento, la boda, que con los años puede llegar hasta doler. Siempre me repetía para quién sería mi ramo. 

Como si fuera una metáfora que enjaulara a mis mujeres, a mi amiga, como si ese pensar en “darle el ramo” hiciera que yo misma fortaleciera un vínculo con ellas. Nunca pensé en el regalo del ramo como: a la siguiente casadera, sino como muestra de hermandad. Esta vez me tocó a mí. Desde el abrazo de mi Judit. Porque ella es todo lo que he dicho en las líneas anteriores. El hilo, los brazos, la emoción, el estar, la energía, la urgencia, el ejemplo, el no juzgar, la herencia, el todo. T’estimo, Ju.


5 comentarios:

  1. Es precios aquest ram!!! Felicitats per rebre’l de qui t’estima!

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  2. Et vaig llegir al japó i ho rellegeixo ara amb els ulls vidriosos. T'estimo molt Estheri, tot i que tu perdis pes i jo perdi avions. Mua!!

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