“A medida que fabulaba, la
realidad se le escapaba de las manos. Mientras modificaba al Viejo, lo
destruía.”
¿Idealizamos? Idealizamos. Aunque
lo neguemos para nuestros adentros, lo hacemos. Fabulamos con la dependienta
que nos vende los mejores limones del mundo, con el librero que nos recomienda
poesía entre tanto ensayo, con el alumno que hace todos los días su tarea. Admiramos
en exceso a todos aquellos que consiguen que nosotros mismos nos veamos de la
manera que también deseamos creer que somos, cómo nos gustaría ser y no logramos.
Todo una farsa que seguimos día a día, porque “ese” sí asiente vernos así, “ese”
sí. Y tal vez, igual que Casi, lo anotamos en el diario como si fuera real.
Nada más lejos de la realidad.
Inventamos personajes sobre aquellos
conocidos. Los hacemos súper héroes, súper todo, cuando en realidad no son más allá
de lo que ven nuestros ojos. Poco a poco creamos protagonistas que no existen.
Los convertimos en aquellos que necesitamos tener y disponer para seguir adelante.
Porque si nosotros escribiéramos el guion, allí estarían y serían como nos aseguramos
que son.
Sara Mesa une a dos personajes
marginados. Ni se ven gordos, ni infantiles, ni llenos de granos, ni huidizos,
ni sucios, ni pobres, ni raros, ni locos. Ni raros, ni locos. No se ven. Se
comparten, se escuchan, aunque nada importe lo que cuente la otra voz, se esperan,
se ilusionan, se esperanzan. Sueñan sin importar el otro lado, sin pensar en la
vida de verdad, allá fuera del seto. Fuera del seto donde la gente los ve
realmente como son, donde no los quieren igual, no les piensan, no les echan de
menos. Fuera del seto, no importan. ¿Cuántos estamos dentro del seto?
Gala Pont dibujó la portada de Cara de Pan, y bien podría haber sido esta. |
Dejando de lado la dulzura
aparente de sus páginas, me ha generado una angustia real. Me ha transmitido la
cruda exigencia de la imaginación. De creer a pie juntillas en esos personajes
que nos llevan a la placidez que nos conviene para sonreír, para crecer, para dormir,
para crear, para vivir. Al final, se convierten en reales (los convertimos en
reales), toman la dimensión que les ofrecemos, adquieren los súper poderes, los
hacen suyos y hacen magia con nosotros. Les otorgamos el don que necesitamos que
tengan, para nuestro egoísmo. Como diría el Viejo, es como si el mundo entero se untara de mantequilla y todo fuese más sabroso y mejor. A nuestros ojos, así son, poderosos.
La literatura, igual que el cine
o las series, no dejan de ofrecernos a personajes no-ideales, enfermos,
perturbados, tarados. No propondré ejemplos, pensad en los vuestros, en los que esperarían el regreso de su Milana bonita. Nos obligan página a página, secuencia a secuencia, a
dejar de ver esa parte oscura. Consiguen que empaticemos con ellos, que estemos
de su lado, que ansiemos su triunfo. Esperamos que todos entiendan lo que es
tan evidente, ¿no lo ven? Pero… ¿sería así si esos personajes estuvieran en
nuestro día a día? ¿Les regalaríamos nuestro tiempo? ¿A los tarados? Quizá, realmente,
estemos rodeados de ellos pero los hemos maquillado tanto, tantísimo, que les
vemos la capa puesta y volamos de su mano.
M’encaanta aquesta ilustració! Jo idealitzo!
ResponderEliminari per què ho fem? tanta necessitat tenim fora del què és normal i diari? jopé...
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