Como bien dice María Sotomayor en La paciencia de los árboles: “Es cierto
que la soledad es siempre / lo que sujetamos en el último recuerdo”. Estos días
febriles ha regresado a mí una tarde de invierno de mi niñez. Vuelvo a corretear
por la casa de mi abuela paterna, esa vez con un dolor de garganta vivo aún. Me
llevó a su cuarto y abrió el primer cajón de la cómoda. Sobre la que había
siempre el pañito de hilo blanco de ganchillo, el cepillo de la ropa y la foto
de familia en el pueblo. Todo presidido por el espejo rey del cuarto prohibido.
Aquel primer cajón estaba repleto de pañuelos. Escogió uno de ellos con
cuidado. De seda en tonos verdes y crudos, con dibujos rococós en dorado y unas
letras en el centro: “París”. Ella nunca había ido a aquella ciudad, pero
tenía, para mí, el pañuelo galo más bonito del mundo.
Extendió el foulard y lo plegó a
lo largo lo más estrecho que pudo. Localizó algodones que empapó en alcohol y lo
colocó sobre mi cuello con un nudo atrás. Me dijo que siempre que tuviera dolor
o fiebre, lo buscará, lo untara bien en alcohol y confiara en la recuperación.
Ese era el primer paso. Como, de nuevo, escribiría Sotomayor
“… te sienta bien abrir las manos / y encontrar canciones y secretos / como una
lupa para ver sirenas / saltando la espuma del mar” Fue un poco así: abrir las
manos a sus consejos y creer por siempre jamás en las sirenas, porque ella me
había dado la llave para hacerlo. Confiar en ella.
A partir de aquel momento nunca
más hizo falta una palabra. En cada ocasión que sentía dolor de garganta o que
enfermaba, recurría a mi pañuelo de seda de París y empapaba el algodón con alcohol
sin tener que pedirle a nadie ayuda. Sabía qué debía hacer. “SOBREVIVIR. Sorber
sopa. / Sumar caldos y yogures…. / Sostener el alma, guardarla en su armadura….”
Así lo escribió Pilar Adón en Las órdenes,
y con toda la razón del mundo, también eran palabras de mi abuela. Sostener el
alma mediante caldos, darle temperatura al temblor, sumar calor, saberse en
lucha contra el virus. Para eso también es bueno el refuerzo, los ánimos, las
palabras, los arrullos, el sentirse arropado, los mensajes, los pensamientos… para
que “no cesen las tripas, las pulsaciones, ni los flujos”. Para que la fuerza regrese
al pañuelo de seda empapado en alcohol y nos sane, para que nos dé el impulso
suficiente para la emersión a la superficie, para vencer a todo aquello que nos
hunde y así protegernos.
Siempre pensé que ella no me
quería como al resto. Percepciones de niña que han perdurado con los años. Lo
cierto es que durante el mes y medio que pasé en cama por una neumonía con catorce
años, no me quité el pañuelo rococó y exigía su urgente lavado para la vuelta a
mi cuello, como si fuera la salvación a toda enfermedad. Ahora, por tan solo
una gripe, ha vuelto su personaje entre mis delirios. He recordado como el pañuelo,
tras tantos años de alcohol, aplicaciones y lavados, llegó a parecer de cartón.
Perdió todo el color, no había letras, todo quedaba difuminado por el paso de
los virus con los años. Desapareció, se esfumó como ella, pero sin olvidar su misión ni su propósito.
Adón
lo llamaba “El afán de cuidar. Lo irremediable de cuidar” y yo me digo entonces
que quizá, fuera su manera de demostrar el cariño que rara vez me hacia llegar.
Ese es mi mejor recuerdo. Pensar que en aquel momento ella deseó mi bienestar,
como leemos en Las órdenes, creyó en perseguir la paz de mi cansancio, quiso
que llegara a mí el sosiego de las pocas fuerzas. Que regresara la lupa para
ver sirenas.
Refugio de Amitges. Verano '17. |
Els remeis aquests que es transmeten les àvies....
ResponderEliminarAiixxxx.... i que no parin de fluir.
EliminarRecuerdos de mi madre que transmito a mi hijo. Hoy ha tenido 40º y no ha faltado el caldo en la olla.
ResponderEliminarBuscaré a Adón. Me gusta.
Alegría de leerte. Debería de pasar con más frecuencia.
Gracias ;) A veces nos son necesarios los regresos, ¿verdad? Busca a Adón, te gustará Pilar, porque no deja recordar. Un abrazo y gracias por pasarte por aquí. Se agradece el calor.
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