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lunes, 3 de junio de 2019

Desde las alturas

"¿Cómo celebrar su aniversario si los árboles ni siquiera tienen nombre, ni siquiera nos acunan, y si algunos, incluso, los más altos, ni siquiera dan de comer?”

¿Cómo llegar a ser un árbol con nombre? Con fecha de aniversario, con recuerdo impreso en la memoria de aquellos que pasan. Aquellos que pasan y que cada curso abandonan el nido para volar, seguir su camino, crecer… Los árboles nos quedamos en el mismo lugar, en el bosque donde tal vez hayan aprendido, sí, pero nos quedamos ahí. Permanecemos a la espera. Plantados, envejecidos. Con la ilusión, la esperanza, la urgencia y la necesidad, de que los siguientes también se dejen ver por dentro, también consigan emocionarse y regalarnos un pedacito desde las alturas del árbol.

¿Los acunamos cómo esperan? ¿Les damos de comer cómo merecen? La duda de no llegar a sus expectativas, de no ser suficiente para llenar su equipaje, de no dejar huella. No ser capaces de darles el alimento. Pensar que se van famélicos, que nuestro árbol ya no da fruto. No da fruto y se queda ahí, inmóvil como si nada. Viejo, taciturno. Sabiendo que tras el receso del verano habrá alumnos nuevos, con savia nueva, con caminos nuevos… y nosotros seremos los de siempre, sin más. Los que no descubrirán senderos, los que no verán el mundo allá afuera, los que no tendrán nombre porque serán olvidados.

Morella, abril 2019.

Somos cáscara, / algo que cuelga con pinzas / en el tendedero, / movidos por el aire, / hartos de tanto miedo”. Sara Herrera Peralta ya nos reconoce como algo que cuelga, al aire, lleno de miedo. Cómo ellos, los alumnos, pasan y nos mueven, nos remueven. Ahí colgados, sujetos con las pinzas que nos impiden seguir el rumbo de ese viento que se los lleva. Ahí fijos, como el árbol sin nombre, sin fecha de aniversario. Se apoderan de toda la savia, quedamos secos. Cada fin de curso quedamos marchitos, como si nos saquearan la energia y nos absorbieran la juventud y nos robaran la vida fuera de esas cuatro paredes. Como si fuéramos castigados, sin salida, destinados a envejecer allí dentro aun manteniendo el deseo de serles útiles de nuevo, tras la siguiente despedida.

El paso de los años, de los cursos, de sus vidas por la mía, hacen que deba parar cada fin de ciclo y darme cuenta de que su vida sigue y la mía parece haber parado. Que septiembre iniciará otros caminos, de los que seré espectadora, árbol de cobijo, pero que volverán a pasar y a seguir y a crecer y yo continuaré en el mismo lugar. Quieta en la copa del árbol, cambiando el nido para acomodar a los nuevos. Como dice Rosa Berbel: “Y seguimos aquí, ahora de día, / acostumbrando el cuerpo a los milagros, intentando creernos / una a una.” Creer que seguimos creciendo, que ellos también nos alimentan. Que son un milagro en el que debemos confiar. Creer, solo nos queda eso.  

Morella, abril 2019.

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