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lunes, 8 de julio de 2019

En la cima del Tourmalet

Digan lo que digan los anuncios de cerveza,
nada será nunca más verano
que el aroma de la jara en flor.


Como la magdalena de Proust el inicio del tour me lleva a las tardes de julio de antaño. Tardes con mi hermano en la penumbra, en las que bajábamos la persiana para ahuyentar el calor y vivíamos todas las etapas concentrados en cada curva. Cada uno con su equipo formado, su camiseta diseñada y su favorito ganador. Es saber que las bicicletas ruedan y pensar en nuestros Ullrich, Pantani, Olano, Chava o Virenque. Es volver a los veranos de la infancia, a la complicidad, al descanso del curso despedido. A la necesidad de solo tener que esperar quién era el vencedor de la montaña.

Autobús de Fermoselle repasa sus veranos castellanos, cómo los momentos presentes le devuelven el recuerdo de aquellos estíos de niñez. Cuando empezó a soñar con besos que aún tardaría en dar. Porque el verano nos hace desear los besos, sobre todo cuando esperábamos los primeros, los que nos inundarían de emoción, los que nos erizarían cada centímetro por sentirnos “las escogidas”. Mientras, entreteníamos la boca estallando higos, dice M.A. Llamero. Recogíamos moras que pintaban nuestros labios, a la espera de los besos distraíamos nuestras bocas. Nos hartábamos de llenar la cesta entre las zarzamoras, solo anhelando “el beso” como esperábamos al ciclista en la línea de meta.

En Caramelo culebra, Sara Herrera Peralta, también evoca los veranos. Parece que la lectura del fin de semana me atrapa en el silencio del calor, me devuelve los veranos que se fueron. Ella dice que “de la infancia diría / solo, / los veranos al sol”. Y la infancia, me digo, queda ya tan lejos. Pero como apunta Herrera, “la edad comprende / qué sucede cuando todo cambia: / la higuera se pudre, / los paños llenos de grasa y frío, / pendientes aún de lavar, / se mantienen intactos.” La higuera se pudre, sí. Desaparece como lo hicieron los primeros besos o las cestas llenas de moras que pintaban nuestros labios. La edad todo lo comprende, pero no se resiste a la espera de los besos. Ya no serán los primeros, pero serán los que nos hagan sentir como si lleváramos puesto el maillot de topos rojos. Los que nos hagan sentir en la cima del Tourmalet.

Verano 2019.

2 comentarios:

  1. Los veranos, y sobre todo en la infancia/adolescencia, siempre tuvieron un algo especial (de adulto me temo que ya he perdido esa sensación). Como un stand by, un paréntesis en el que muchas cosas se esperaban. Y esperar tiene su encanto, independientemente de que después las cosas salieran bien o no.
    Muchas gracias por esta entrada.
    Un saludo.

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    1. ¡No debemos perder esa sensación! ¡Hagamos para que no se pierda! Esperar tiene su encanto aunque las cosas no salgan bien... ayyyyy... gracias por tus palabras. Un saludo ;)

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