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lunes, 10 de febrero de 2020

Ese silencio ondulado

Leo en Desierto sonoro cómo Valeria Luiselli habla del trabajo de Steven Feld. Este pensaba que los sonidos que emiten las personas, tanto en la música como en el lenguaje, eran siempre los ecos del paisaje que las rodea. Aseguraba la existencia de los mapas vocalizados de los paisajes o llegaba a afirmar cómo los sonidos de los pájaros eran la voz de la memoria y la resonancia del linaje. Imaginar que todos los sonidos que acompañan a nuestros actos pasan a formar parte de los recuerdos, la existencia de un álbum sonoro de la vida.

Muchos serán los que lean la novela de Luiselli en clave “separación de una pareja”. Para mí fue un viaje sonoro, un trayecto en el que dar importancia a cada uno de los sonidos y a cada uno de los silencios. Como decía Federico García Lorca, mirando "ese silencio ondulado donde resbalan valles y ecos". La importancia del sonido o de la ausencia del mismo. Cada uno de ellos con una forma, con una intensidad, con una intención y un eco que grabar en la memoria.

A menudo nos esforzamos en recuperar algún recuerdo vago. Este puede regresar, claro. Pero cuando nos entestamos en revivir un sonido, tan solo podemos explicar la sensación que nos producía, si era incómodo o agradable y necesario. No podemos reproducir una risa tal y como era, ni una voz. No puede volver el repiqueteo exacto de la lluvia azoriana, ni el maullido de Obi, ni el sonido de los besos que nos estremecieron. No regresará el crujido de los muebles en casa de los abuelos, ni el murmullo de las tripas de la nevera, ni el picoteo de los canarios en sus comederos una vez apagada la luz. No volverá el ronquido familiar en el Pirineo, ni el susurro del viento aquel 15 de agosto, ni la llamada del pastor desde el valle de Filià.

Los sonidos de la niñez parece que cobran más sentido ahora, alejados, añadidos a nuestras arrugas como si contáramos los años de los árboles. La imposibilidad de recordarlos no hace que desaparezcan, sino que seamos conscientes de que sí existen esos mapas vocalizados. De que nos creamos que podemos organizar un diagrama de Gantt con cada uno de los ruidos que nos han acompañado en el camino. Los ruidos y los silencios. ¿Cómo guardamos esos silencios?

Se escuchan, junto a mis pasos, el rumor del agua, cantos de pájaros distintos y animales que corren
y no logro ver. Febrero 2020. 

Annie Ernaux
contaba en Los años, a otra escala y no tan solo la íntima e individual de la que hablamos, cómo la sociedad guarda silencio sin saber que lo hace. Hasta que llega el momento en que este "se rompe y unas palabras se superponen a las cosas, por fin reconocidas, mientras se forman de nuevo, debajo, otros silencios". Acumulamos silencios, unos encima de los otros. El ruido que los rompe los sepulta para volver a crearlos más tarde. Bucles de silencios. Historias de silencios.

Acumulamos sonidos y silencios, silencios y sonidos. Y sabemos que en esos silencios existe un discreto y tímido chasquido que los esconde, que los deshace, que los entierra. Cuando salgo a caminar siempre me digo que mis pasos rompen la tranquilidad del camino, pero que el silencio allí no existe. Grabo constantemente el canto de los pájaros, el rumor del agua, el baile de las hojas… la grabadora es un arma infalible para guardar esas voces en la memoria. Entonces soy un poco como Leila Guerriero cuando dice que "corre para aprender a aguantar lo que no se aguanta, para no llegar a ninguna parte, para romper el insano silencio del mundo". Todo lo hacemos para romper el silencio, insano, irreal, cruel, y así crear los ecos del paisaje que nos rodea. Ecos que vuelvan a nosotros, dibujados en nuestro mapa de Gantt, ni que sea como un estremecimiento para vencer al mundo.

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