Leo en Desierto sonoro
cómo Valeria
Luiselli habla del trabajo de Steven
Feld. Este pensaba que los sonidos que emiten las personas, tanto en la
música como en el lenguaje, eran siempre los ecos del paisaje que las rodea. Aseguraba
la existencia de los mapas vocalizados de los paisajes o llegaba a afirmar cómo
los sonidos de los pájaros eran la voz de la memoria y la resonancia del
linaje. Imaginar que todos los sonidos que acompañan a nuestros actos pasan a
formar parte de los recuerdos, la existencia de un álbum sonoro de la vida.
Muchos serán los que lean
la novela de Luiselli en clave “separación de una pareja”. Para mí fue un viaje
sonoro, un trayecto en el que dar importancia a cada uno de los sonidos y a cada
uno de los silencios. Como decía Federico García Lorca,
mirando "ese silencio ondulado donde resbalan valles y ecos". La importancia del
sonido o de la ausencia del mismo. Cada uno de ellos con una forma, con una intensidad,
con una intención y un eco que grabar en la memoria.
A menudo nos esforzamos en
recuperar algún recuerdo vago. Este puede regresar, claro. Pero cuando nos
entestamos en revivir un sonido, tan solo podemos explicar la sensación que nos
producía, si era incómodo o agradable y necesario. No podemos reproducir una
risa tal y como era, ni una voz. No puede volver el repiqueteo exacto de la
lluvia azoriana, ni el maullido de Obi, ni el sonido de los besos que nos
estremecieron. No regresará el crujido de los muebles en casa de los abuelos,
ni el murmullo de las tripas de la nevera, ni el picoteo de los canarios en sus
comederos una vez apagada la luz. No volverá el ronquido familiar en el Pirineo,
ni el susurro del viento aquel 15 de agosto, ni la llamada del pastor desde el
valle de Filià.
Los sonidos de la niñez
parece que cobran más sentido ahora, alejados, añadidos a nuestras arrugas como
si contáramos los años de los árboles. La imposibilidad de recordarlos no hace
que desaparezcan, sino que seamos conscientes de que sí existen esos mapas
vocalizados. De que nos creamos que podemos organizar un diagrama de Gantt con
cada uno de los ruidos que nos han acompañado en el camino. Los ruidos y los
silencios. ¿Cómo guardamos esos silencios?
Se escuchan, junto a mis pasos, el rumor del agua, cantos de pájaros distintos y animales que corren y no logro ver. Febrero 2020. |
Annie Ernaux contaba en Los años, a otra escala y no tan solo la íntima e individual de la que hablamos, cómo la sociedad guarda silencio sin saber que lo hace. Hasta que llega el momento en que este "se rompe y unas palabras se superponen a las cosas, por fin reconocidas, mientras se forman de nuevo, debajo, otros silencios". Acumulamos silencios, unos encima de los otros. El ruido que los rompe los sepulta para volver a crearlos más tarde. Bucles de silencios. Historias de silencios.
Acumulamos sonidos y
silencios, silencios y sonidos. Y sabemos que en esos silencios existe un
discreto y tímido chasquido que los esconde, que los deshace, que los entierra.
Cuando salgo a caminar siempre me digo que mis pasos rompen la tranquilidad del
camino, pero que el silencio allí no existe. Grabo constantemente el canto de
los pájaros, el rumor del agua, el baile de las hojas… la grabadora es un arma
infalible para guardar esas voces en la memoria. Entonces soy un poco como Leila Guerriero cuando
dice que "corre para aprender a aguantar lo que no se aguanta, para no llegar a
ninguna parte, para romper el insano silencio del mundo". Todo lo hacemos para
romper el silencio, insano, irreal, cruel, y así crear los ecos del paisaje que
nos rodea. Ecos que vuelvan a nosotros, dibujados en nuestro mapa de Gantt, ni
que sea como un estremecimiento para vencer al mundo.
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