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lunes, 2 de marzo de 2020

El balcón equivocado

Tuve un gato que nació un 29 de febrero. Siempre pensé que era un día mágico, un día de regalo. Un día bonus track. Que cada cuatro años existía un día en el que podías hacer lo que quisieras, como si nada fuera a hacerte culpable o sospechoso. Un día para hacer cosas inverosímiles al margen del mundo. Para salir sin sujetador, beber vermú directo de la botella, llamar a alguien que hace años que no escuchas, besar unos labios por sorpresa. Un día para reír a carcajada limpia en plena calle, para leer un libro del tirón, para abrazar más de doce minutos seguidos. Aun sabiendo que el año siguiente no existirá un día como ese.

Cuando pasa y todo ha seguido dentro del sujetador, cuando no has tenido el beso por sorpresa, ni la risa, ni el abrazo de doce minutos; te dices que tal vez el 29 de febrero pasó de largo o se equivocó de balcón. Encajan bien los versos de Elisabeth Bishop aquí “una ventana acogía el sol a través del río, / como si el milagro se realizase en el balcón equivocado.” Tal vez haya pasado de largo el día bisiesto. Puede que no sea para todos o que unos cuantos vivamos esperando días bisiestos que no existen. Es entonces cuando una se dice si el día fue vivido por los otros ahí afuera y ella lo perdió mientras esperaba la botella de vermú en el balcón equivocado.

Balcón de Lanuza, febrero 2020.

Annie Ernaux termina Los años con esta frase “salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos nunca más”. En el que ya no estaremos nunca más. Como el 29 de febrero. Escribir, fotografiar, para salvar aquello que no volverá, aquello que no puede volver a suceder. Como si el día a día fuera el bonus track de febrero. Bonus track que tan solo fue el sábado. Pero… ¿cómo salvamos aquello que no llega, aquello que no vivimos, aquello que se equivoca de balcón? ¿Cómo hacemos para que se quede siempre con nosotros? ¿Es cruel, es salvaje, es violento salvar el “no tiempo” en el que no estaremos jamás? No dejar de hacerse preguntas, así vive una, como le escuché hace unos días a Leticia Dolera. Preguntarse por qué pasó de largo el bisiesto sin compartir la carcajada en plena calle.

Una se pregunta cómo es posible que aún crea en la magia, en las promesas, en los días bisiestos como si fueran un regalo. Cómo es posible que se aferre a unas sílabas contadas que le proporcionan el aliento, el oxígeno para salir a la superficie. Cómo es posible creer en los “casis” cuando se ha perdido el 29 de febrero. “Las ocasiones desperdiciadas, los reveses de la fortuna, la inoportunidad, la angustia retrospectiva de haber fracasado en la vida por una cabezonería, por un ataque de orgullo, por una mala decisión, una facultad, un avión, un beso, un sms, una cita. Por ese “casi nada” que se convierte en obsesión cuando el presente te muerde los talones.” Si lo dice Claire Legendre, en El nenúfar y la araña, es que debe ser verdad que todos esos “casi” que no se viven, y se esperan como el primer sol de marzo, son vitales porque el presente acecha y nos muerde los talones. Ese presente desaparece un poquito más cuando el bisiesto se equivoca de balcón y nos pilla el frío esperándolo ahí afuera.

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