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lunes, 9 de noviembre de 2020

Reinas del grito

Los hay a los que les molesta que enumere. Soy así. Entusiasta en resumir las cosas que he hecho como si fueran un logro, listar lo que me agrada o lo que me enturbia, apuntar los detalles del día instante por instante. Les debe importunar pensando que las enumeraciones son para presumir, será que no me conocen. Los listados son siempre para aprender.

Llego a esta idea tras leer a Desirée de Fez en Reina del grito. Especifica sus temblores y los asocia a las películas de terror que la han acompañado. El miedo se logra sobrellevar pasando miedo, identificando por qué una siente terror en esa escena, con qué pavor propio lo relaciona. Es una manera valiente de abrir los ojos. Quizá si lo hubiera pensado así, haciendo una lista de fobias y buscándolas en pantalla, hubiera visto un mayor número de esas películas. Listas de desasosiegos, podría llamarla.

Pensaba entre sus páginas en mi experiencia lectora y en cómo podría recorrer mis temores con las líneas que me ayudaron a identificarlos. Igual que de Fez. Porque leer implica verse en el espejo que suponen esos párrafos, darse de bruces con lo que no se ha dicho en voz alta pero que nos martillea poco a poco, brutalmente o con cuidado, y no nos deja dormir.


Desde el primer susto hasta el último. La primera vez que viví angustia con una historia fue con El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett, coincido en esa lectura con Mariana Enríquez, y el último fue justamente con Nuestra parte de noche. Como en la película de Julio Médem, "Los amantes del círculo polar", todo deben ser círculos, incluso el miedo. Recuerdo mi rostro aterrorizado con aquellas páginas y las amenazas de mi madre de quitármelas. Vivía con aquel libro una situación de temor ya conocida. Aunque siempre ocultaba mis escalofríos en la vida real. Mientras leía era libre de sentirlos y no disimularlos. Tal vez era eso lo que incomodaba.

Crecer implica sumar terrores. Al miedo al maltrato físico y psicológico, Caroline Lamarche en La memoria del aire, me hizo ver que esa exigencia a sonreír para no molestar era real. Real y cruel. Al miedo al mundo exterior, Fernanda Trías relata en La azotea esa sensación de aguantar el miedo. ¡Aguantar! ¡Qué salvajada! Al miedo a la muerte, a la pérdida, al aprender a vivir sin ellos, Joan Didion en El año del pensamiento mágico, consiguió que llorara y llorara y llorara ante la contundente afirmación de que “te sientas a cenar… y ya no estás”. Ya no. Seguiría enumerando.

Listas de pánicos inacabables. Lecturas que atemorizan y se dejan. Esas también. Aquellas a las que sabes que te exigirás volver para analizar qué es eso que no quieres reconocer. Volveré, lo haré. Escribe de Fez: “Sigo creyendo que muchos miedos, demasiados, permanecen porque son estructurales, porque están tan asentados y equivocadamente asumidos que es muy difícil acabar con ellos de un día para otro. Que otros miedos pasan de generación en generación sin que sepamos muy bien por qué. A veces nos enfrentamos a ellos y otras los aceptamos como una herencia con la que simplemente tenemos que aprender a vivir. Y que hay también nuevos miedos al acecho”. Miedos heredados y otros nuevos, sin más remedio que ser atendidos para ser vencidos. Quizá por eso vaya al Festival de Sitges, aunque sufra, para aprender a qué cobardías me enfrento. Quizá sí. De todas maneras seguiré haciendo listas de mis miedos, leyendo aquello que me ayude a desafiarlos, porque sé, gracias Desirée, que solo la conciencia de que existen nos hace fuertes.     

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