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lunes, 15 de febrero de 2021

El martirio dignifica

¿Qué será de nosotras tras esto? ¿Quién nos devolverá a las que éramos y a todas las que estamos perdiendo en el camino? Una madre disfrazada de señora extraña, amigas que se alejan diciendo que ya nada nos une. Otras que soportan demasiada tristeza, que viven cargadas de miedo. Que arrastran las pestañas, que aprietan los dientes, que están solas en sus hogares esperando la salvación en un bote de 5mm.

Escribió Annie Ernaux: “Quizá agotar este dolor, cansarlo contando, describiendo.” Lo intento, Annie, pero no me sale. No me sale confesar que todo duele, que me abruma el porvenir, que este bonus track de soledad me está dejando sin mandíbula. Y sí, escribo victimista y lastimera. Posiblemente en nombre de todas las que no escriben y no fatigan este desconsuelo. Si les ayudo a agotar el suyo, puede que regresen.

Todo aturde y todo se magnifica. Cualquier traspié es una bomba de relojería directa a la ansiedad. Nada calma ni protege. Estamos a la intemperie y sentimos que caen sobre nosotras la primera plaga, la tercera, la séptima… hasta la décima. El granizo de fuego, las langostas y la oscuridad. No somos capaces de pararlas. Se suceden una tras otra. Que no nos engañen los minutos de tregua. Solo son unos minutos.

Ante esa imagen recuerdo unos versos de Pilar Adón en Da dolor. Curiosas las asociaciones de la mente. “La expresión del tormento / que veneran los cristianos. El martirio dignifica: / solo quien sufre vive y cultiva un corazón / romántico.” Solo quien sufre vive y cultiva un corazón romántico. El romanticismo por la intensidad, por la pasión al sufrimiento. El martirio dignifica. A menudo me digo que sin golpes también se aprende. ¿O tal vez no?

Lleida, atardecer de Febrero, 2021.

Tenemos suerte de refugiarnos en la literatura, de reconocernos en otras historias que nos ayudan a seguir. Identificar en lo cotidiano aquello que consiga salvarnos. Intentar convertir en metáfora aquello que ocurre, buscando su motivo y su misión. Hace unos meses Andrea tradujo del ruso un verso sobre un cielo rojo. Afirmó que era ese su color por el desgarro, por el pánico, por la guerra que lo teñía de sangre. Cielo de sangre. Puede que representara tan solo un símil, pero era la pintura que gritaban las alturas. Por eso deben ser así los cielos que nos cobijan estos tiempos, que los vemos más rojos quizá de lo que son. Porque están repletos del temor que llena nuestros días. Igual que en el poema.

Regresan entonces las palabras de Clara Obligadoque el dolor multiplica la vida, que la literatura sortea el horror”, a la par de las de Adón. El dolor que multiplica la vida. Que el cielo carga con toda la pena y que los libros nos ayudan a alejar la tempestad. A limpiar el cielo, a alejar el rojo y tintarlo de azul. ¿Será eso describir y agotar el dolor, Ernaux?¿Pintar?

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