En cuanto aprendí a leer cayó en mis manos un cancionero popular, un
poemario infantil que no soltaba ni a sol ni a sombra. Leía esos poemas musicalizados
y necesitaba hacerlo en voz alta. Entonarlo, a veces cantarlo, no lo niego.
Ponía a mis muñecas en círculo a mi alrededor y les recitaba La Tarara de
Federico García Lorca. Creo que ese debió ser el primer poema que recité para
un público de plástico muy bien peinado. Escuchaban con los ojos bien abiertos,
sin pestañear, y yo recitaba y recitaba en bucle para ellos. Hubo veces que
incluso me atavié con una falda verde de volantes.
Con los años, como ya os expliqué anteriormente, leí Mujercitas de Louisa May Alcott y descubrí que Jo también leía en voz alta para sus hermanas. Ellas la escuchaban sentadas a su vera, como mis atentas pequeñas de plástico. Ahí fui entendiendo que yo no había descubierto nada, que no era tan rara por querer leer y compartir el libro que albergaba entre mis manos, que esa necesidad ya la tuvieron, como mínimo, las hermanas March.
Una va pasando años, páginas de libros, y se da cuenta que tiene lecturas archivadas en distintos cajones de la memoria. Aquellas que ha disfrutado e interiorizado sin compañía, las que han punzado en soledad, y aquellas otras que ha compartido. Estas últimas cuando se recuerdan o releen, una lo hace con esas personas que estuvieron entonces. Personas que seguramente leían a la vez que ella pero en sus casas.
Todo esto viene para situar el punto y seguido de ese leer en círculo. Sin falda de volantes, pero con caras que pestañean y no son de plástico. Tengo el honor de dinamizar el club de lectura de mi instituto. Soy una más entre once alumnos que también leían escondidos. Alumnos que también querían leer distinto, conocer géneros nuevos, poetas que les erizaran la piel, novelas que se alejaran un poco, por fin, de la ciencia ficción. Querían leer y descubrir a otros lectores que leyeran como ellos. Compartir los personajes, ser parte de la misma historia que leían los demás antes de cerrar la luz y despertar para un nuevo examen. Para eso se creó el club de lectura.
Les propuse una acción de guerrilla como presentación al mundo exterior, fuera de nuestra cueva librera. Una lo lleva en
la sangre, sí, en la sangre lectora también. Les pedí que recopilaran sus textos
preferidos, párrafos de novelas que no les hubieran dejado indiferentes, versos
que los emocionaran. Recibí más de 60 archivos que preparé junto a los míos. Y
llegó la guerrilla. Cargados de letras, chinchetas y celo atacamos el centro
con la intención de repartir literatura por doquier. Corchos, pasillos,
espejos, baños, vitrinas, puertas, máquinas de café, salas de exámenes,
escaleras… no quedó rincón sin rima.
La intención era sorprender al centro la mañana siguiente. Que se parasen a leer en la escalera, que descubrieran poemas cada pocos pasos, que se dieran cuenta de que la lectura está presente. Alegrar sus cambios de clase, tranquilizar sus nervios antes de una prueba o simplemente arrancar sonrisas por culpa de la poesía. Lo logramos. Gracias a mis lectores, sigamos leyendo y bombardeando de letras al mundo.
Y es que Jo también hubiera salido a empapelar la calle con sus cuentos. Compartamos la lectura y, tal vez entonces, aprendamos a leer en soledad. A disfrutar más de ese momento, sabiendo que otros también tienen la piel de gallina en esas mismas líneas. Porque la lectura nos hace soñar y nos mantiene vivos. Como dijo el profesor Keating, en El Club de los Poetas Muertos: "No leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería, son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son cosas que nos mantienen vivos."
Que chulo disfrutar mucho lectores de histórias!!!
ResponderEliminarQue bé que t'agradiiiiii! Gràcies per ser-Hi sempreeeee Què faria l'Atelier sense tuuuu 😘
EliminarNo ho havia vist de res 😘😘😘😘
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