“Aquel revolver de las ovejas junto al paredón, el hambre y la luz del
mediodía me parecía que podrían prolongarse infinitamente mientras mi madre no
dejase de darle vueltas al hilo”
(Rosa Chacel 1951, Atardecer
en Extremadura).
Recurrente es en mis lecturas encontrar a tejedoras. No son buscadas,
aparecen al azar en mis páginas. Mujeres que tejen, observadores que siguen el
hilo, que cuentan las vueltas. Siempre son momentos de recuerdos, de paz, de
retener la luz que entra por la ventana. Esa luz que apunta directa a la labor,
a la dirección del hilo que no cesa para terminar lo que se empezó y sigue vuelta tras
vuelta.
Este último cuento que leí de Chacel hablaba de la
técnica frivolité. ¡Ya en
1951! Y pensar que tanta gente cree que es una moda nueva. Curioso como el
protagonista pasa dos páginas absorto en la laboriosa tarea de su madre creando
la puntilla. Moviendo la lanzadera, siguiendo unos vaivenes para ella
evidentes, para él magia pura. Ese es el secreto de la tejedora ante el resto
de mortales, el asombro que genera el baile de sus manos. Cómo las agujas
van tramando el tejido poco a poco.
Cuento este, incluido en el conjunto de relatos Sobre
el Piélago, duro donde los haya. Estremecedor, sobrecogedor,
angustiante podría decir. El detalle de la labor inicial marca el punto de partida de un
episodio trágico en la vida del muchacho. Cómo podemos, en cuestión de horas,
cambiar el rumbo de nuestro destino. Añadir recuerdos al álbum de nuestra vida
que distan años luz de las vueltas del hilo en la
puntilla.
Así pasó con este hilo de oro. Una madeja de Air Luxe dorada de Katia que cuchicheó en mis agujas durante unas semanas, como diría Chacel. La lana dibujó de nuevo el Vandycke Stitch, convertido ya en mi patrón predilecto. Sorprendente cómo pasada tras pasada va creciendo ese rombo medio enmarcado, medio no. Metros y metros, contenidos en un solo ovillo de 50gr, se deslizaron por mis agujas para crear este cuello infinito. 300 metros de oro, que sí que sí, de oro puro.
Un hilo complicado de destejer, por ello recomiendo no equivocarse o asumir el error. Como diría Leonardo Da Vinci: en el error está la exclusividad, todos somos humanos. Así que sí, si hubo alguno ahí quedó, tras comprobar el peligro. Recordad que el patrón tiene vuelta de trabajo y vuelta tranquila del revés, por lo tanto ágil y agradable.
Como resultado, tras decenas de pasadas, esta malla de oro viejo. El color
me parece espectacular, como una joya creada por mis agujas. Tiene un tacto
suave y las fotos no le hacen justicia. Como veis fue la primera sesión de Vic, quien no quiso perderse la pasión del objetivo. Y ahí la tenéis toda señora sobre
la pieza, digna conquistadora ella.
Labor para una servidora. Porque de vez en cuando también satisface que la
creación no abandone del hogar. Que se quede y una por la mañana cuando elije
qué labor la acompaña, pueda sonreír y decirse: que hoy venga el oro viejo a ver el mundo.
Que bonito escribes, me dejas con las ganas de seguir leyéndote. Precioso ese trabajo de otro viejo, que envolverá tu cuello, cual gargantilla de preciado metal.
ResponderEliminarPreciosa, gracias envueltas en una manta. Leer a Rosa Chachel me lleva un poquito a Valladolid, la verdad. Y tejer así, con oro como si fuera una joya... me relaja una barbaridad. Un abrazo enorme.
EliminarM'encaaaaanta tot el que dius i com ho dius! I el coll em te enamoradissimaaaaa!!!! 😍😍😍😍
ResponderEliminarAiiixxxxx què bé que t'agradi, malgrat sigui massa castellano pel teu gust. Et vaig prometre entrada de literatura catalana, i la faré per tu, prometido! muà! gràcies per passar per aquí, bonica. I sí, el coll d'or és lo más!!!! hihiii
Eliminaraiiiiiiiiiiiiiii el consol de Da Vinci fa efecte!!!! m'encanta dirvos-ho de tant en tant!!! el coll ja saps que m'encanta!!! mil petons bonica!!!!!
ResponderEliminarSarah
I tant que consola el efecte Da Vinci!!!! hahahaa i ajuda a seguir la labor pensant que és única i irrepetible! hihii muà, bonica!
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