Fahrenheit 451 es la temperatura a la que el papel de los libros empieza a
arder. Bradbury
dejó escrita la historia ficticia de esa quema en un libro con ese mismo nombre
en 1953. Más tarde, en 1966, Truffaut la plasmó en
la gran pantalla y ¿quién ha sido capaz de olvidar a la bibliotecaria ardiendo
entre libros? ¿O ese televisor hueco repleto de papel? Una película con un toque futurista novedoso para su momento, con un ritmo lento en el que quedarse absorto en cada plano, en cada macro directo a un título o un autor a punto de ser hechos cenizas. Ver cómo queman a Dalí o Proust. O cómo Montag, nuestro bombero protagonista, rescata un Dickens y lo devora a escondidas en una sola noche.
Aquello tan solo fue una ficción. La historia se ha encargado de
demostrarnos que también ha sido real, que la lectura ha sido
perseguida. Tal vez no siempre quemada, pero sí ocultada o silenciada. Durante
el franquismo muchos títulos desaparecieron de las
bibliotecas. No era posible leer La
Celestina, Los Pazos de Ulloa o Sonata de Otoño, por ejemplo. Se vetaron
obras de Ortega y Gasset, Pérez Galdós o Pío Baroja, entre otros. El nazismo
tampoco se quedó impasible ante las “lecturas peligrosas”. Es famosa la quema pública de mayo de 1933 de títulos de Freud, Marx o Zola. Muchas otras dictaduras también hicieron lo suyo con el fin de proteger al pueblo de los demonios escritos, todo por el pueblo. Rebuscando información para el post, he pensado en la biblioteca de mis abuelos. Si mis tíos más mayores recordarían algunos de esos libros rescatados y guardados tras la guerra. Si alguna de esas páginas prohibidas se salvó en nuestra cuna familiar. La última vez que estuve en la casa del Pirineo no había rastro alguno de lecturas. Tal vez, todas fueran requisidas. En parte, tiene su qué especial, pensar que mis ancestros eran lectores de lo que no se debía leer. Esto tengo que saberlo, buscarlo, investigarlo yo.
Hace unos días, mientras planeaba ya este post en mi cabeza, Manuel Rivas hizo varios tuits sobre
libros prohibidos. Exposición de estos perseguidos
que encontró en la Biblioteca de Guadalajara, México. Mencionó cómo se había
prohibido Caperucita de Perrault
durante la Ley Seca en EEUU, porque la niña llevaba vino en su cesta. O El Principito de Saint-Exúpery, en la
dictadura argentina, por fomentar la imaginación. Es curioso ver cómo se hacen
exposiciones de estas prohibiciones del pasado, igual que hablamos de las mujeres olvidadas del 27 y nuestra lucha actual por su recuperación. Siempre intentando recuperar lo perdido, y más si fue exigido su silencio. Curioso en
tanto que siempre estamos recuperando y prohibiendo, a su vez,
otras tantas cosas que quizás sean recuperadas en décadas venideras. Bucles
históricos, de vida, flujos constantes de lecturas y lectores.
Buscando siempre que el papel salga a la luz, una está constantemente a la caza de en qué lugar el libro es el protagonista. Cuando no está entre lanas, claro. Hace un par de meses nos aventuramos con Sarah hasta Cervera. Se convirtió
durante un fin de semana en una ciudad librera. Book town 2016. Su casco
antiguo se llenó de libros. Estantes en las calles, bicicletas cargadas,
escaparates, cuentos en las ventanas, libros colgando… Todo se llenó de páginas
escritas, exposiciones literarias, cursos de encuadernación o de caligrafía.
Era como entrar en un túnel de literatura, como si todos esos libros prohibidos de los que hablábamos antes hubieran tomado las calles sin miedo a ser quemados. Encontramos allí un viejo
museo de maíz, un caserón en el número 15 de la calle Mayor, reconvertido en
librería de viejo. Miles de libros de segunda mano, joyas descatalogadas,
tesoros de papel bajo un techo abovedado. Lugar donde seguramente
encontraríamos todos esos libros exterminados por bomberos como Montag. ¡Estaban
todos ahí!
Este fin de semana he vuelto a ver la gran película de Truffaut. Vino a mi mente tras estructurar el post con las prohibiciones recordadas esta semana en contraposición a los libros al aire libre vividos en Cervera. Imaginé cómo no sería posible esconder mis libros en estos pocos metros que me cobijan. Me estremecí pensando en perderlos; mis historias, mis recuerdos, mis páginas subrayadas. Y me encantó volver a ver cómo Montag escucha la advertencia a gritos de su esposa, para que se deshaga de los libros que tiene escondidos y que no ha quemado, y él responde: "Sí, lo haré, pero cuando los haya leído todos."
M'ha semblat un post súper interessant Esther! ETS increíble!
ResponderEliminarNomés anyoro una miqueteta de literatura catalana... 😊
Això està fet, súper E. Te'l prometo!!!! Tens tota la raó!
EliminarMe apunto autores que no conocía :D Muy buena entrada!!
ResponderEliminarbook las palmas
Gracias!!! Qué bien descubrirte cosas nuevas 😁
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