Día de mar en
el viento, día alto
donde mis
gestos son gaviotas que se pierden
girando sobre
las olas, sobre las nubes.
Sophia
de Mello Breyner Andresen. Versión de Diana Bellessi.
Es imposible pasear solo por Oporto. Te acompaña una cantinela de
gaviotas que sobrevuelan la ciudad. Gritándote lo que no puedes perderte,
guiándote a mirar su cielo azul muy a menudo. Como si te dieran la mano, como
si te cantaran antes de acostarte y también al despertar. La ciudad de las
gaviotas.
Los que dicen que se ve en dos
días deben ser los que tan solo pasan de puntillas. Los que no ven ni las gaviotas
porque no les da tiempo a alzar la vista al cielo. Los que no quieren vivir la
ciudad portuguesa intensamente. A mí me gusta recorrer las calles de los
lugares a los que viajo. Más de una y de dos veces. Poder reconocer así por
donde piso, sus portales, la gente de sus tiendas… saber dónde estoy y adonde me dirijo desde allí. Ser una más, aunque no lo sea.
A bordo del autobús 201 se llega
al único ejemplar de Art Déco de Portugal. La Casa de Serralves. Sitio que me enamoró,
ya esperándolo. Iba predispuesta, sí. Quería ver el edificio modernista y sus
jardines. Era uno de mis principales objetivos en tierras lusas y no me
defraudó en absoluto. El arquitecto Jacques Gréber
supo crear en esa combinación rosa-verde un espacio único. Llegó a manos de
Carlos Alberto Cabral en herencia del segundo Conde de Vizela. Líneas
redondeadas, puras, susurros suaves como llamándote a acariciar sus paredes. Unos
jardines inmensos y repletos de espejos acompañando a los troncos de los
árboles. ¡Espejos por todas partes! Imaginar una vida allí, el bajar de
esas escaleras, con el suspiro de todo ese agua cayendo sobre piscinas verdes.
Y al final de los peldaños… un lago. Fue la paz de Oporto para mí. Pasearme
entre espejos, rosas y pajareras de lo más variopintas. Obras de arte moderno
recorren sus jardines. Poca aglomeración turística, de la que siempre intenta
huir una. Como sentirse Jacques
Tati en Mon Oncle,
igualito. Saltando de piedrecita en piedrecita como él. Como salida de su
película y puesta ahí en una de las piezas. Qué rosa y verde más increíbles.
Dejaros solo una foto es un crimen… hice decenas y maravillada sigo mientras
las revivo.
Viajar debe suponer eso. Recordar
con el tiempo unos sonidos, como el de las gaviotas o los chorros de agua de
Serralves; pero también deberemos revivir esas estancias a través de los
sabores. Aquellos que nos han impactado volverán a nuestro paladar con los
años. Debemos viajar con los cinco sentidos activados, como si fueran el GPS.
La repostería de Oporto regresará seguro a mi memoria. Ya sean los pasteles de
nata (de Belém), los bolos o las tortas. Delicias caracterizadas por su gran
cantidad de huevo. Sorprendida vuelvo por la diferencia con nuestros
dulces, por saborear ese ingrediente con tanta intensidad. Lo mejor para ello
es sentarse en el Café Majestic.
Junto al piano. Música en directo, una bebida caliente, una maravilla azucarada
y relax. No dejar de mirar techos, paredes o espejos, estos últimos castigados por
los ya casi cien años de existencia. Se dice que J.K.
Rowling, en sus años de estancia en la ciudad, se sentaba muchas tardes allí
mientras escribía. Páginas de Harry Potter surgieron entre esas paredes, sin
extrañarme porque tiene magia. No os perdáis su tranquilidad y… ¡a soñar
la Belle Époque!
M'encanta la teva foto!!! No savia lo de la Rowling!
ResponderEliminarGràcies!!! Doncs sí, va viure allà uns anys mentre hi treballava i berenava allà escrivint el Harry ♥
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