Las mujeres de mi familia siempre han declarado y
defendido que unos pies calientes protegen de todos los males. Ya de niña
tenían la obsesión de que durmiera con los calcetines puestos, porque según la sabiduría popular o, mejor dicho, su herencia de las montañas, solo así sería
efectivo el calor en el sueño. Todas y cada una de ellas, desde mi abuela a mis
cinco tías o a mi madre, dormían con los pies tapados y aseguraban que yo, su
descendiente, debía ajustar mi pijama dentro de las calcetas antes de ponerme
bajo el edredón.
Nunca soporté dormir con calcetines. Era y soy, de las que una vez en el
sofá a la luz tenue ya del fin del día, lo primero que hacía y hace, era
quitarse los calcetines y esconderse bajo la manta. Me vino muy bien, siendo aún
muy joven, un artículo en una de las revistas de “consejos de vida” de mis
tías. Esas revistas donde te enseñaban desde un remiendo costurero a una
sanación total a los dolores de cabeza. Leí que el dormir con los calcetines
puestos provocaba la aparición temprana de las varices. Desde entonces, podéis
imaginar a una niña que cada noche al acostarse decía: “no, los calcetines no,
que si los llevo para dormir tendré varices.” Y así pasaron los años y
Esther nunca abrigó sus pies para el descanso. Hay herencias a las que
renunciamos por inercia o convicción, quien sabe.
Tal vez dicha herencia me llegó de otra manera. Quizá por esas premisas
familiares ahora solo desee tejer calcetines. Por ello será que cada vez que
encuentro una de las “mujeres de mi vida” solo pienso en calentar sus pies, en
llenarlos de lana para generar ese calor que les dé la calidez que necesitan. En
abrigar el desamparo como si todo el proceso de tejido les diera la fuerza que
deseo transmitirles. Como si cada pasada en circular fuera enviándoles la
resistencia al dolor, a la pena, al miedo. Como si el cúmulo de mis
pensamientos avanzando la labor, les llegara luego calentando sus pies antes de
dormir y les diera la paz para el mejor sueño, que decían mis tías.
Siempre os escribo sobre esas herencias de las mujeres y cómo mis lecturas
acaban en otras mujeres que hablan de lo mismo. Sonia San Román me recordaba “… cuando callamos junto a la estufa / y
dejamos pasar el tiempo / que necesitan – para hacerse – las rosquillas. /
Rodeadas, acompañadas, / arropadas por las sombras, / sin miedo / porque los
fantasmas de mi abuela / también son los míos.” Esos fantasmas, esos recuerdos,
esas huellas en la piel que parece que muchas veces no queramos
acompañar, pero que van atadas a nosotras. Sin poder evitarlo, aparecerán un
día u otro en nuestras vidas, para quedar tatuadas y hacer que no olvidemos de dónde
venimos. Para hacer que recordemos lo que nos han ido transmitiendo generación tras generación.
Una vez más escogí la lana a conciencia. Debía estar llena de color para Montse, por eso esta Opal con más tonos aún que el arco iris. Ella, pura vitalidad, alegría, la sonrisa más sincera. La única capaz de abrazarte en un pasillo porque sí, sabiendo que mejorará seguro tu mañana. Ella, la que tenía las palabras justas para tus lágrimas, el ánimo tranquilizador, el recuerdo más vivo que nadie para los que no están, el mejor consejo para sobrellevar y vivir las pérdidas. Ahora era ella la que necesitaba los pies calientes. Quien merecía recibir el tiempo dedicado y el esfuerzo en cada vuelta de estos Slippery Slopes Socks de Michelle Brown. Enviarle la calma, el sosiego, la garra para la lucha que tiene entre manos. Para que ese amparo le caliente los pies, para que le suene la música que aligere el miedo. Porque aunque el cuerpo no sea un instrumento perfecto, la vida siempre seguirá siendo música.
Eso me recuerda a un poema de Màrius Torres, “Mozart”. Traducido por Vicente Gallego hace unos años y donde ya decía: “Quizá sea la vida un instrumento inútil, pero vivir es música.” Hagamos que no desentone, que siga el compás, que suene suave, que aporte calidez, como los calcetines a los pies. Que la música no se vaya, que la energía se quede y le llegue toda.
Eso me recuerda a un poema de Màrius Torres, “Mozart”. Traducido por Vicente Gallego hace unos años y donde ya decía: “Quizá sea la vida un instrumento inútil, pero vivir es música.” Hagamos que no desentone, que siga el compás, que suene suave, que aporte calidez, como los calcetines a los pies. Que la música no se vaya, que la energía se quede y le llegue toda.
Raro lo de varices.tener medias puestas en invierno es tener los pies calientes, y nada de problemas. Pues no tener los pies calientes también perjudica a la salud. Yo si uso pues si me quedo sentada se me endurecen los pies
ResponderEliminarNo era una revista científica!!!! A mí me fue bien la excusa, como ya explico, nunca creí que fuera cierto!!!! Un abrazo
EliminarSon preciosos! M’encanten i jo lo de les varius ttambé ho havia sentit! Soc l’Eva no hem deixa obrir meu compte
ResponderEliminartambé???? així no és una invenció del meu record???!!! oleeeeé!!! El patró és moooooolt fàcil si vols algo molt ràpid, guarda-te'l!! muà!
EliminarQue graciosa la historia. Yo soy justo al revés. En invierno ando siempre con los pies fríos y en verano me aso. Tengo el termostato averiado :) . Y en cuanto a los calcetines que te voy a decir. Son una autentica preciosidad. Además pocas cosas hay tan bonitas como tejer algo así con tanto amor. Me chifla ver tus proyectos y leer tus palabras. Un abrazo gigante.
ResponderEliminarSí, soy una quita-calcetines tejedora de calcetines. Para eso estamos, para ir contradiciendo a la vida siempre. Gracias por pasar por aquí, un besote!
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