“Este pueblo está maldito. ¡Vete!, vete y no vuelvas nunca.
Y si algún día te da la nostalgia y regresas, no me busques. No toques a mi
puerta porque no te abriré. Busca algo que te guste, y hagas lo que hagas,
ámalo; como amabas la cabina del Cinema Paradiso cuando eras niño”.
Alfredo, Cinema Paradiso (Italia, 1988).
Todos necesitamos de un mentor, de una mano que nos guie, de
alguien que ilumine los pasos y nos enseñe a amar de verdad. Todos deberíamos
tener ese maestro que nos instruya a querer algo con los ojos cerrados, que
hiciera que perderíamos el miedo a avanzar, que nos empujara a ser grandes, a
llegar a lo imposible. Como hizo Alfredo con Totó. Como le enseñó a gozar de
las historias en pantalla, como lo arrojó a vivir aconsejándole que no se
dejara engañar por la nostalgia. “No mires atrás, Totó, no regreses, no llames,
no escribas.”
En algún momento de nuestras vidas aparece, lo reconocemos a
la legua. Como si llevara un cartel de neón que tan solo vemos nosotros, “yo
soy”. Sabemos entonces que ese personaje de nuestra película nos arrullará
cuando haga falta, nos mostrará las lecturas que no debemos perdernos, nos
aconsejará en cada historia de la que seamos protagonistas; estando él allí,
siempre. Nuestro Alfredo, está ahí.
Dicen que Cinema Paradiso es
una oda al cine, pero es mucho más que eso. Es la muestra pura de la nostalgia,
la infancia, la necesidad de ese guía, del maestro, del que nos da la mano
hasta el último momento. Es la decadencia de los recuerdos, cómo vamos llenando
la caja con ellos. El punzón de la tristeza que un día viene, también de la
misma mano, cuando se abre la caja de nuevo.
Debemos identificar ese “yo soy” del neón. Debemos agarrar
firmemente su mano. Dejarnos guiar y aprender todo lo que nos brinde, llenar la
caja como hizo el pequeño Salvatore. Solo conseguiremos que rebose viviendo
intensamente, aprovechándonos al máximo de esa mano que nos sujeta, aprendiendo
de ella. No desechando ni una migaja de sus enseñanzas, porque la vida no es
como la que vemos en el cine, la vida es más difícil.
La película termina con el mejor final imaginable. Con el
regalo que tan solo puede hacer el mentor del neón, imposible si no es suyo.
Inevitable estremecerse, no dejarse llevar o sentir como si fuéramos Totó ante la
pantalla. Porque estamos acostumbrados a desechar lo que más queremos, a perder
lo que necesitamos, a no valorar lo que nos admira de verdad. Porque somos tan
salvajes que lo primero que hacemos para comer una manzana es destrozar y tirar
su corazón a la basura.
Es tan xula aquesta peli! He pensat en el meu mentor de joventud! Espero trobar me algún més encara a la vida!
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