Qué
no daría yo por la dicha
de
estar a tu lado en Islandia
bajo
el gran día inmóvil
y
de compartir el ahora
como
se comparte la música
o
el sabor de la fruta.
En
aquel preciso momento
el
hombre estaba junto a ella en Islandia.
Jorge Luis Borges, Nostalgia
del presente.
¿Es posible sentir nostalgia del presente? Es decir, ¿podemos
echar de menos aquello que estamos viviendo justo y precisamente en este instante?
¿Somos capaces de agolpar esa añoranza por algo que estamos experimentando y
que sabemos que en cuanto termine volveremos a quererlo de nuevo? ¿Lo somos? Lo
somos, sí. Borges lo afirmaba desde su interrogación de qué razones había para
postular que existía el futuro. Si no tenemos esa certeza, tampoco sabremos si
existirá ocasión para querer algo pasado, en el caso de no existir un tiempo
posterior para mirar atrás. Pero, dejémonos de disertaciones sobre eternidades
o infinitos; para eso tenemos los ensayos del argentino que ya seguiremos
leyendo.
A todo esto se me ocurre que el concepto de nostalgia
significa ese regreso apenado al pasado, a una vivencia que nos lleva atrás y
que vemos desde el ahora con anhelo de volver a vivir. ¿Es así? Me pregunto
entonces, cuando recordamos momentos pasados sin la tristeza de que vuelvan, cuando
regresan esas historias pero no existe añoranza… ¿es también nostalgia?
Cada lunes de Pascua, como hoy, se repiten los mismos recuerdos.
Hasta bien entrada mi adolescencia siguieron un mismo ritual anual. Se resumía
en familia paterna y día de monte. Seis familias, once niños, solo dos niñas,
componían el equipo. Tras organizar el territorio siempre íbamos en busca del
tomillo. Me gusta recordar cómo nos vestíamos de campo, los adultos casi
siempre repitiendo la ropa deportiva del año anterior, los niños no. Los niños
tal vez mostraban la heredada de cualquiera de los otros diez, eso sí. Mientras,
yo pensaba, que en otra sierra aragonesa estaría él también llenando su bolsa y
pensando que no encontraríamos nosotras tan buen herbolario como el suyo.
Tras el momento “necesitamos tomillo porque nos va la vida”,
los adultos se disponían a organizar el fuego y a charlar, tal vez no se veían
más que en esa ocasión del calendario. Los niños jugaban a futbol, sin
alternativa posible; exceptuando a tres, los de siempre. Evidentemente, habéis
adivinado, yo me incluía en el trío. Trío que pasaba su lunes de pascua por
separado, no es oro todo lo que reluce. Mi prima mayor se encerraba en la
furgoneta de su padre a escuchar música. Mi primo, un mediano de tres hermanos,
tampoco quería compañía (tantos años después me arrepentiría de no estirarle de
la lengua y aprovechar cada segundo que luego ya no nos permitió…).
Aprendí, en esos lunes de campo, a disponer de mi plan B.
Enfundada en mi chándal de tactel, primero azul (el mío), luego morado (el que dejó pequeño mi hermano) ideé mi hábito para esa “jornada anual”. Como si se
tratara de una sesión obligatoria tras los saludos, el tomillo, la distribución
de los mayores, el rodar de la pelota, a un lado mi primo, al otro la que tarareaba…
Esther sacaba su lectura, siempre la misma. Destiné un libro a leer tan solo de
año en año en el campo. No recuerdo la primera vez, debía ser muy niña porque el
marca páginas que escogí, y que no dejé de utilizar, me delataba. La
lectura en cuestión era Adiós en azul de John D.
MacDonald. Novela negra de la
que creé yo misma los fascículos, como si fuera una serie por entregas. Doce
meses tras doce meses, seguía con las aventuras del detective Travis McGee
justo allí donde lo había dejado en la sesión anterior un año antes. Siempre seguía, siempre
recordaba el momento en qué lo había dejado, siempre respondía sonriente a la
llamada de “¡a comer!” porque yo había cumplido mi misión, yo sí.
No recuerdo con pena todo aquello, no querría que regresara,
pero quizá actuaría de otra manera. Pediría ir a recoger tomillo a la otra
sierra, jugaría a la pelota, hablaría con él y seguiría leyendo, eso sí. Por eso
inicio el post de hoy con la nostalgia del presente. Porque si estáis viviendo,
ahora mismo, algo que sabéis que vais a echar de menos en cuanto termine, no cerréis
los ojos, ni parpadeéis siquiera, apretadlo fuerte, agarraos bien y sentid la
nostalgia del ahora; es la única de verdad.
La lectura de any en any???!!! Quin control!! Ara la processó del timó la tenen totes les familias!!!
ResponderEliminarUna que és rareta, ja saps! hihiii! Doncs és una molt bona processó la del timó!!!! gràcies per no fallar mai ;)
ResponderEliminarQué bonito Esther! Y si, yo le he vivido, esa sensación de que el momento presente tienes que grabarlo a fuego porqué lo echarás de menos. Cuando los niños son muy pequeños y crecen a un ritmo imparable, esa sensación se multiplica. Y no, no, no hay foto que consiga atrapar ese momento. Mejor usar el corazón o la palabra.
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