“La labor penelopiana de tejer el
pensar en la que el recuerdo es el sobre y el olvido la carta, constituye en
realidad la antítesis de lo que hiciera Penélope, es su doble signo contrario”.
Köhler, Andrea.
El
tiempo regalado.
Lo que realmente hacía Penélope era
parar el tiempo, cada noche destejía lo que tejía durante el día, detenía el
destino, nunca llegaba lo anunciado. Creaba una nueva historia, paralizaba el
corazón, suspendía lo más sagrado de la vida: su paso. Leer a Köhler
obliga a pensar si una también congela los días, obstaculiza que
ocurran los acontecimientos preparados para ella. Un poco Penélope somos, y más
las tejedoras, poderosas y capaces de deshilar los tejidos para volver a
empezar si una no está orgullosa, de volver a ovillar si quiere otro comienzo
distinto, rerereiniciar para conseguir la tensión deseada y la firmeza y la
delicadeza que necesita. Un poco Penélope somos, sí.
Esperamos a hablar mientras escuchamos
la risa que nos vuelve locas, la dejamos sonar. Apartamos todo atendiendo el
bostezo de la gatita. Nos quedamos impactados y atentos al cambio de hora en el
reloj para vivir ese nuevo número, sea el que sea, momento mágico en el que
todo pone el freno. Solo miramos los dígitos. Esperamos segundos a que alguien
estornude a nuestro lado. Nos mantenemos fijos a esa mano que aprieta la nuestra,
son solo milésimas y nos concentramos en ese apretón como si nos transmitiera
la fuerza que nos falta. Mantenemos la mirada en otra que nos da la paz y nuestros ojos
hablan trillones de historias que las palabras no serían capaces de hilar. Todo,
todo, todo, está plagado de controles de momentos, de frenos que vamos poniendo
para saborear instantes que no vuelven, tiempos regalados que aprovechamos para
ser un poquito más felices y otros para no ser tan tristes todavía.
Decidimos, no siempre, casi todo.
Me lancé a tejer los primeros calcetines en fair isle,
técnica que permite crear dibujos e incorporar más de un color en el tejido, en
mi
viaje a Finlandia. Descubrir el norte me hizo enamorarme de él, deseé no
dejar de visitar ese cielo porque ese color era totalmente nuevo para mí. Allí compré lana para aventurarme con el tejido en distintos
colores a la vez, también conocido como jacquard. Como también había decidido
que intentaría tejer una prenda con lana
de aquellos lugares que hubiera visitado. Pero paré el tiempo, detuve el
momento de dar comienzo a la labor y de enero llegó el verano. Decidimos, no
siempre, casi todo.
Me decanté por este Fair Isle
Flower que Candice
DeWitt tiene en su Ravelry. Porque quería un esquema sencillo para no agobiar
a mis agujas, ni a mis manos débiles, y deseaba que esa lana pura de oveja
finesa calentara mis pies este próximo invierno. Reto conseguido. Calcetines
terminados en mis días en los Pirineos, siempre viajeras mis labores, donde les
hice la sesión de fotos para no olvidar cuando me los ponga que de las montañas
nórdicas llegaron tejidos a las nuestras. Tal vez por eso quise parar el tiempo
y que el proceso terminara ahí, porque ese control nos facilita esquivar, no
todo, pero sí algo de lo que va viniendo. Porque a veces, como Penélope, sabemos que lo bueno
está por llegar y detenemos la narración al son de nuestras agujas.
Son moooolt bonics i pinta de calentets a tope!!!!
ResponderEliminarEm bulliran els peus, ¡prometido! ;)
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