Refugio de Amitges. Parque Nacional de Aigüestortes, verano '18. |
Mis padres nacieron a más de 1200m. Crecieron cercanos al cielo, a tocar con la punta de los dedos. Aprendieron a hablar entre zarzas, conocieron todas las plantas y vivieron entre vacas, ovejas y cabras. Despertaban con el sol y el sonido de los pájaros y de las mulas. Pasturaban, muñían, esquilaban.
Intentaron transmitirme la necesidad del monte, la urgencia
de sentir ese “casi tocar el cielo”, el amor por los animales, la necesidad de
plantar los pies en el barro y de no tener miedo a la lluvia. Hicieron que mis
primeros veranos, casi 20, absorbiera esa herencia y me convirtiera en parte activa
del Pirineo. Consiguieron que muñiera las vacas, que hirviera la leche, que la
esperara a la mesa ardiendo y rebosante de nata. Que reconociera el olor de esa
leche reciente, que toda la cocina se impregnara de esa fragancia de vida y me
hiciera sentir como un pedacito del todo.
“Soy la tercera generación de hombres que vienen de la
tierra y de la sangre. De las manos de mi abuelo atando los cuatro estómagos de
un rumiante. De los pies de mi bisabuelo hundiéndose en la espalda de una mula
para llegar a la aceituna. De la voz y la cabeza de mi padre repitiendo yo con
tu edad yo y tu abuelo yo y los hombres”
Siempre tengo a mano el Cuaderno de campo de María Sánchez.
Porque encuentro en él muchos de mis pensamientos, como si el legado de los que
venimos de las montañas fuera en parte el mismo y tuviéramos todos un
ingrediente propio y común, como si lleváramos impresa la huella de las manos del
abuelo, como si el queso no fuera solo queso o los calcetines no surgieran de
la nada.
Tras esos primeros 20 veranos con mis padres, he continuado
los siguientes casi veinte ya, regresando a chafar firme. No es lo mismo. Pero
una sube, sube, sube… y ya presiente el cielo más a mano, ya le da la fuerza de
antaño, ya le cura las heridas acumuladas del invierno. Porque, aunque ya lejos
del mismo azul, una sabe que allí todo sana, todo regenera y vuelve
un poquito a dejarla ser ella misma y a decirse que puede con todo. Que igual que
podía sacar esa leche, ponerla a hervir y saborear, ahora puede esperar esa nata,
fuerte y paciente como entonces.
Porque “Ahora que no sabemos diferenciar/ la voz del mugido/
el pasto del alimento/ aquí nosotros/ aquí tus vacas/ abuelo.” Ya lo decía
María, nada sigue igual, pero somos continuación de esas generaciones de monte,
lo llevamos en al adn, es nuestro código. Seguiremos aquí, caminaremos con la garra firme.
Jo vull anar!!! Porta’m d’excursió! Fem una quedada gildera allà dalt?
ResponderEliminarJo et porto quan vulguis!!! Seria genial teixir al refugi a tocar del cel!!!
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