“Creo
que es buena idea que en tus estantes haya libros leídos y no leídos, pero es
igual de importante esa tercera categoría de libros: los que no has leído por
completo y quizá jamás termines.”
Reviso la pared de mi salón. No
se ve su color. Está repleta de libros hasta el techo y entre ellos, es cierto,
están los leídos, los pendientes y aquellos dejados a medias. Dejados
a medias. Llevo con el runrún de este artículo de Mims hace una semana. No solo por
lo que dicen sus líneas, sino todo lo que conlleva pensar que “la biblioteca de
una persona a menudo es una representación simbólica de su mente”.
Todos aquellos leídos se han
convertido en valiosos por los aprendizajes transmitidos, por todo lo que nos
han ayudado a crecer. Desde Mujercitas
mostrándonos cómo podíamos llegar a ser Jo. Hasta Rosa
Chacel enseñándonos a analizar cada detalle del día, dándole el valor que
merece. A Soledad Puértolas,
Milena
Busquests o Joan
Didion, haciéndonos fuertes ante la muerte, olvidando el tabú y poniéndole
párrafos al dolor.
Dice Mims que con los pendientes,
aquellos que todavía no hemos abierto, nos deparan historias que añadir a nuestras
maletas de conocimiento. Enseñanzas para unir a lecturas antiguas, hilos
por atar a toda la pila de leídos, una vez hayamos pasado por ellos. Nuevas historias
de Didion recorriendo California, biografías con surrealistas aún por admirar,
poemarios con versos distintos que hurgarán en viejas heridas. Son retos, cajas
de Pandora sin abrir, con el lazo puesto. El mejor regalo a un lector de vida,
libros por estrenar, escogidos por deseo y con ansia de hincarles el diente. Porque,
como él dice, con los años una reconoce qué quiere aprender, qué necesita
descubrir, qué debe leer. Por eso acumulamos páginas, porque sabemos que nos
será vital lo que en ellas se diga.
¿Y los que no terminamos? ¿Los
que tan solo empezamos? ¿Los que leemos en páginas sueltas ya sean cartas,
cuentos o artículos? ¿Qué nombre le damos a esos? Los japoneses llaman a los
pendientes tsundoku,
pero no tienen nombre para los que empezamos y olvidamos. Los que dejamos para
luego, para otro momento, otro año, otra vida. Libros tan solo leídos parcialmente,
esos que viven en el medio, entre el leerse y el empezarse. Libros grises,
entre el blanco y el negro. Biblioteca personal: representación simbólica de la
mente del propietario. Gris.
¿Solamente libros a medias? Acumulamos
también conversaciones a medias, sin acabar nunca de explicar aquello que
necesitamos verbalizar. Relaciones a medias, ni tan siquiera despedirnos o enlazarnos
de nuevo con un hasta pronto. Labores a medias, las que se dejan en su bolsa de
pendientes porque no se saben terminar, ni seguir, porque nos falta la tejedora
gemela con la que contar puntos y pasadas. Se queda ahí, todo sin rematar, como
en el limbo. A la espera de no saber bien qué se está esperando.
Mims dice que viven entre un
mundo y otro. Flotan sin terminarse, sin pensarse… Pero hay un día que pueden
reprenderse, como estos
calcetines. Han tardado meses, se han tejido a trompicones de tiempo y de permiso
de unas manos débiles. Pero han dejado de estar en proceso para calentar unos pies
viajeros. Esta Rowan Fine Art
se convirtió en los Woodland Walk Socks,
y así pasó de la pila de los empezados a los terminados. Saltó a formar parte
de las enseñanzas asimiladas, de aquello vivido e interiorizado.
Una piensa entonces, como bien
dice el artículo, que tal vez todas esas lecturas que tenemos parcialmente
leídas puede que esperen a ser retomadas en algún momento, como las labores. Puede
que sean un símbolo, una señal de que siempre habrá páginas por leer, de que
existirá lectura de manera perpetua, de que nunca lo tendremos todo leído hasta
cerrar la última página de esos libros a medias. Hasta remallar el the end del
papel como atacamos los calcetines.
Han quedat milt bonics!!!!
ResponderEliminari els teus també!!!!!! ;)
EliminarQuè bé!
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