"Quien no establece un
contacto y un diálogo con el pasado y sus orígenes es incapaz de aferrarse a
una conexión con la tierra, el viento y el cielo. Quien no está en paz con los
antepasados no podrá ondear con claridad y libertad sus brazos. Quien no haya
calmado las convulsiones de los pálpitos acompasados por todo aquello que
establece el exterior no sabrá del sonido de la respiración calmada e interna
ni podrá acariciar la rugosidad de la piel convertida en corteza, el abrigo que
cubre y protege las venas convertidas en raíces.”
Mi tío hacía la mochila y
se iba al monte. Cuando se agobiaba del llano, cuando faltaba el aire, cuando
sentía que nada de lo que aquí había le daba calor; llenaba una bolsa bien
pequeña y avisaba que subía. Pasaba unos días perdido, solo, ausente del paso
del tiempo. Buscaba una antigua cabaña de pastor o simplemente una cueva
natural y allí establecía su hogar. Invierno o verano, no importaba. Era
esencial recuperar la calma, oxigenarse y regresar con la fuerza del bosque.
Que el temblor de las hojas fuera acompasándose a su ritmo cardíaco, solamente
tras eso podría regresar. Parece curioso, piensa una entonces, cómo fue la
misma tierra, la que constantemente le ayudó a sanar su corazón, la que se abriera y se lo
llevara para siempre.
Mi padre, a día de hoy,
hace lo mismo. Pasar largas temporadas perdido en el monte. Él lo llama: “irse al pueblo”. Cuando no hay pueblo, ni luz, ni nada que se le asemeje. Se
instala en un refugio que construyó con sus hermanos y vive el silencio. Se
hace dueño y amigo de la soledad y duerme junto al murmullo de los animales. Él
no avisa que sube, pero sabemos que allí está. Al amparo del viento que escucha tras esas paredes débiles que a él le dan el coraje suficiente para
volver a la ciudad.
Takeshi Shikama. Ukishima, 2011. |
Leyendo a Hasier Larretxea en El lenguaje de los bosques descubro a Takeshi Shikama. Este
japonés dejó Tokio hace más de 25 años y se instaló a más de 100km, en la Prefectura de Yamanashi. Tardó una década en construir su cabaña. Mientras,
durmió junto a su mujer en una tienda de campaña. Dejó la ciudad, el bullicio,
el negocio, las prisas. Lo cambió todo por el latido del bosque. Se fusionó con
cada corteza, con cada crujido, con cada gota de lluvia caída de las ramas. Renació
sorprendido por la conexión con el monte, sobresaltado por la llamada que recibía de cada árbol. Como si estuvieran esperándole. Sintió la
necesidad de retratar esos hilos, esas uniones, y sacó la cámara para
inmortalizarlos.
Recogió la energía del
bosque en cada fotografía. Sentía que cada instantánea los conectaba para
siempre, a él y a los árboles. Le fascinaba capturarlos al atardecer, cuando la
luz parece ya irse, cuando las sombras juegan a verse y no verse. Revelaba las imágenes
sobre un papel tradicional japonés que imprimía él mismo con una emulsión de
platino en papel fabricado con la corteza de los árboles. Era ahí donde quedaba
impresa la luz, la vida del árbol, la oscuridad que los unía y los preparaba
para todo lo que viniera, a ambos.
Miro estas fotografías y
entiendo a la perfección a Takeshi Shikama. De qué manera se topó con la paz y el sosiego al
encuentro con los árboles. Comprendo cómo el verde le dio el cobijo y la luz
que le faltaba en el asfalto. Yo también haría la maleta, una bolsa pequeña como
mi tío, también me iría sin avisar como mi padre, desearía la conexión como
Shikama. Sé que allí, en el bosque, junto a su murmullo, su latido me sería
refugio y el silencio me abrazaría con el mayor de los cariños. Porque aunque
solo estuviera rodeada de animales, serían menos lobos que los de aquí. Menos
lobos que los de aquí.
Takeshi Shikama. Mt.Chyokai, 2005. |
D’aquí res et veig marxant a tu a pasar dies per la muntanya!
ResponderEliminarAvui mateix marxava!!!!!
EliminarHemos perdido parte de nuestro lado más salvaje, el que nos conecta con nuestra verdadera naturaleza. Es verdad, que estamos un poco anulados por tanta tecnología y "civilización".
ResponderEliminarQue sabios tu tío y tu padre....hay que alejarse para encontrarse.
Me encanta, Gema. Hay que alejarse para encontrarse... ay, toda la razón.
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