El verano es como la Casa tomada de Cortázar. Cuando te das cuenta han tomado la parte del fondo, el curso se ha ido, imposible regresar a la rutina. La biblioteca de libros franceses queda allá al otro lado, junto a todo lo demás. Cuando te das cuenta, estás obligado a estar solo en este lado, sin poder alcanzar todo aquello que quieres, que necesitas, de la parte tomada, ya inaccesible, silenciosa, cerrada. Acostumbrándote a lo que ha quedado aquí… diciéndote, como los hermanos, que se puede vivir sin pensar. Hasta que toman esta parte, hasta que se quedan también con el verano y no queda más que dejar caer las llaves por la alcantarilla.
El verano es tener
conciencia de todo lo que quedó al otro lado. Son las siestas al son del
ventilador, las noches de sudor en las que te vas quitando la ropa sin pensar
dónde la dejas caer. Es el saberse a sal si una se lame la piel en la arena,
leer bajo la sombrilla con un ojo cerrado, es estar dispuesto, siempre, a ver
sirenas; como decía Alberti.
El verano es léerselo todo como si las páginas se desintegraran con el frío del
otoño, es pasar páginas con la prisa y el miedo, como si fuéramos a ser
descubiertos con los labios manchados de moras y nos delataran por ser los ladrones
de las zarzamoras, que diría Llamero.
Es tender la ropa y regar las flores y saber que en una hora estarán secas. Es
recibir postales y enviarlas para dejar constancia de que estamos vivos, para
que no nos olviden, que sepan que seguimos a este lado. Es contarse las pecas,
planchar vestidos, hacer batidos, caminar monte arriba y beber horchata. Es la
estación del recuerdo que apunta Elvira
Lindo, ya no es el tiempo ancho que no se acaba nunca. No somos niños,
somos viejos.
Puede parecer todo lo
aprovechable y feliz y maravilloso que el mismo puro azul de Aleixandre.
Pero nos han privado del otro lado de la casa. Como decía Vilariño, "hacemos muecas para no tener cara de tristeza", que nadie descubra que sufrimos
por el abandono. Celebramos que llegamos a la luna,
sí. Que se asciende el Tourmalet, sí. Pero abrimos también los ojos y sabemos que pronto nos tomarán esta
parte, nos dejarán en la calle. Descubrimos, ávida y valiente Guerriero,
que, aunque todo en el verano brille bajo el sol, "el corazón es como un pedazo de
carne atravesado por un anzuelo, la garganta llena de piedras, la vida pegajosa
como la lana húmeda, y se encuentra una sin nada que querer, ni que decir, ni
que esperar: ¿sin nada? A mí me ha pasado." Hoy. Y cuando he visto que los
ovillos quedaban al otro lado, he soltado el tejido sin mirarlo.
Verano 2018. |
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