Recuerdo
que cada final de curso en mi adolescencia llenábamos la carpeta con
dedicatorias, como si nos diéramos las gracias por haber estado ahí. Como si
esas páginas, en la posteridad, nos ayudaran a ver quién estuvo en el 92 o en
el 95. Los había que firmaban tan solo con su nombre, siempre pensé que tal vez
no tenían qué decir o fuera demasiado para plasmarlo en una hoja rosa de
cartulina. Otros escribían las rimas de moda, hasta podían repetirse. Y los
había que nos lo tomábamos como si dedicáramos un libro, como si agradeciéramos
los nueve meses de curso y esa persona mereciera la confesión de un buen secreto
o el más sorprendente de los agradecimientos. Pasaba una a una la carpeta de
todos en la clase. Esa gente no ha vuelto a aparecer en mi vida, pero si repaso
todos esos años, compruebo que eran sinceros y que, en cierta manera, compartíamos
la intensidad de la primera juventud como si no hubiera luego nada ni nadie
más.
He pensado en ello,
lejanía a parte en cuanto a dimensión se refiere, leyendo el artículo
recuperado de Lara Hermoso sobre Martín Gaite. En él hace un repaso
de la obra de la escritora de dedicatoria en dedicatoria. Cuán de importante es
esa primera página. Determina lo que se leerá, en quién se pensaba, para qué
está escrito. Sitúa al lector en un punto de partida. Pone nombre y apellidos,
como lo poníamos nosotros en las carpetas cada mes de junio. A mí me hace parar
y pensar antes de empezar a leer. “Para mi hermana Anita, que rodó las
escaleras con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano.”
¿Cómo no hacerlo ante dedicatorias como esta en Entre visillos? ¿Cómo no tener
la necesidad de saber más y/o imaginar ese más?
Este verano que estoy de
inmersión en el mundo Vilariño
y voy de la mano de Guerriero
de la poeta al escritor, Onetti. Me
estremece comprobar sus dedicatorias. A Juan Carlos Onetti, los Poemas de amor.
A Idea Vilariño, Los adioses. Cómo decidían, tras sus idas y venidas, el quitar
y volver a poner esas dedicatorias en una edición u otra. Como si todo lo
escrito, solo por no constar para quién era, dejara de tener el sentido, la
magnitud y la incondicionalidad que se profesaban. Como si su historia dejara
de existir. Dijo Vilariño, en su poema “Puede ser”, que tal vez “si sufrieras
dos horas como un perro / si vieras/ cómo puede doler doler quemar / y retorcer
como ese hierro el alma / desprender para siempre la alegría / como piel
calcinada /… / puede ser que creyeras / puede ser que sufrieras /
comprendieras.” Tal vez sí, y creyera que si él sufría como ella, comprendería.
Como si el hecho de que no constara que todo ese amor en verso era para Onetti,
eliminara cada segundo de vida a él dedicado. He ahí la importancia de la
primera página.
Ya no dedicamos las
carpetas, ni las agendas, al acabar el curso. No agradecemos a los que están
con nosotros en las trincheras del año vigente. Ya ni los libros que regalamos.
Distintas serían ahora esas cartulinas rosas de los quince años, con todo lo
leído, con todo lo vivido, sufrido y aprendido. Puede que fuéramos más
selectivos, más precisos, más crípticos. Hemos leído cientos de dedicatorias, pensado
qué pondríamos nosotros en un libro propio, sabríamos con cuál nos quedaríamos
de las descubiertas. Recuerdo cómo Luis
García Montero escribía: “A Almudena, que me abriga con una mirada de mis
silencios y me defiende con una sonrisa de mis palabras.” Yo me quedaría con
esta. ¿Y tú?
Sallente, julio '19. |
Hay dedicatorias que rezuman tanto amor y ternura que cautivan. Y algunas es como si pudieran atrapar una vivencia concreta, una emoción momentánea, como la de Entre visillos. Y es verdad, y no me había dado cuenta: parece que las dedicatorias se están perdiendo.
ResponderEliminarUn saludo.
Se pierden tantas cosas que no nos damos cuenta... suerte tenemos de ir recordándolas y anotándolas para que no se esfumen del todo ;)
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