Nordeste. Faro Ponta do Arnel. São Miguel - Azores. Agosto '19. |
Entra una luz que dibuja las franjas del porticón en la
pared. “… Entre la sombra / entre las horas / entre / entre un antes y un
después” que diría Idea
Vilariño. Un antes y un después del sueño. Se insinúa así el comienzo del
día, entremezclando el rumor de las olas con el ronroneo de Vic. Murmullos
acompasados, acompañados de mi bostezo y mi desperezarme. La necesidad de no
salir al mundo todavía, de levantarse para abrir las ventanas, pero volver a la
cama. ¡Bendito día!
Retomo la lectura de anoche, como siempre que cierro los
ojos con unos versos ya en el duermevela. La urgencia de saber qué provocó los
sueños, a qué se debió todo. “Pongo en tu corazón desnudo mis oídos / y escucho
el mar y aspiro el mar que fluye / de ti y me embarco hacia la abierta noche”.
Así lo escribía Rafael
Alberti y lo leía yo en Retornos
de lo vivo lejano, antes de dejarme caer. Mientras escuchaba el mar, la
mar, sin necesidad de caracola. Su rumor se cuela aun teniendo las ventanas
cerradas, tiene fuerza, es bravo, es atlántico. Dueño y soberano también en la
negrura de la noche.
Desde que vivo aquí cobra razón la explicación de Alberti del
marinero en tierra. Él que se fue del Puerto de Santa María a Madrid, llevando
la mar consigo. En la isla se tienen a pocos kilómetros las montañas de niebla
espesa, pero una presiente el mar, sabe que está ahí a la vuelta de la esquina.
No deja de ser marinera en la cima. Entre los árboles hay momentos en los que
siente la brisa marina, convencida de que al regreso al llano estará la arena negra esperando
con el dueño y soberano.
Los azorianos, además de ser marineros en tierra, tienen
otro tempo. Sus caras son de facciones destensadas y mantienen la sonrisa
porque saben que nada corre prisa, que todo llega sin necesidad de atosigar la
espera. Esperar también forma parte del todo. Luisa sale tras la siesta, vive aquí
a pocos metros del faro
de Arnel. La brasa para cocinar el pescado está en mitad de la calle, los
vecinos son chefs comunitarios. Ahí mismo pondrá las piezas conseguidas por la
mañana y las dejará hacer toda la tarde, sin apremio, a fuego lento, con el
olor a merced de los vecinos. Tal vez también incluya unos cangrejos, negros
que son. Cuando anochezca la cena estará servida y acudiremos sin el
cansancio que ocasiona la falta de cariño, la nula tolerancia o el fastidio de
la rutina sin sonrisas regaladas.
Todo esto es ficción, claro. No he hecho las maletas, ni volado a la isla de nuevo, ni comprado la casa rosa del acantilado. Desde aquí no se oye el mar repicar contra las rocas, ni llega el olor que desprende el humo de la brasa del pescado, ni puedo dejar a la brisa enredarme el pelo. Desde aquí no. Pocos son tan valientes como
para despertar a diario y ver este arrecife con solo abrir los ojos. Quizá nos
falte valentía. Quizá necesitemos llamar a las cosas por su nombre y así no
tener nunca el gesto sombrío y triste, como no lo tienen los azorianos. Quizá
no sea tan difícil cambiar las cosas y dormirse acurrucada cada noche bajo el
grito del Atlántico.
Seguramente bajar esos kilómetros a pie con un desnivel del 35%, ver
el inmenso faro en funcionamiento, descubrir una casa con esas vistas y llegar
al puerto pesquero con toda la inmensidad del viento, de las olas azotando
salvajemente y del silencio absoluto, me hizo suspirar. Suspirar por imaginarme
ahí abriendo los porticones cada mañana, poniendo en mi corazón desnudo sus
oídos y escuchar el mar. Una buena amiga, hace pocos días, me decía que iría a
verme donde fuera ni que no hubiera ese arrecife, ni que no gritaran las olas…
¿Y tú? ¿También vendrías? Hay que ser valientes para embarcarse hacia la
abierta noche. Hay que ser valientes.
El otro día regresó a mi un pensamiento: "nadie nos amará cómo amamos nosotros".
ResponderEliminarLas cuerdas siempre se rompen por sus puntos más débiles y pese a todo, cuando hay que romperlas, hace falta tener mucho valor.
Por cierto, al propietario o propietaria de la casa rosa habría que darle un 10 en ternura y un suspenso en integración paisajística.
Bienvenido, Anónimo.
EliminarEl valor es lo que nos acostumbra a faltar y así es como vamos interpretando la vida que hemos decidido en la comodidad.
En cuanto a la casa rosa, es típico en las islas azorianas, alrededor de kilómetros y en todos sus pueblos, los colores llamativos en sus casas. En todos los pueblos y desde todas las colinas y acantilados se ven múltiples, infinitas, casas de colores que crean su paisaje, así que tu suspenso sería a las islas en todo caso y no creo que esas islas suspendan en nada. Un abrazo ;)