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lunes, 9 de septiembre de 2019

El mar que fluye de ti

Nordeste. Faro Ponta do Arnel. São Miguel - Azores. Agosto '19.

Entra una luz que dibuja las franjas del porticón en la pared. “… Entre la sombra / entre las horas / entre / entre un antes y un después” que diría Idea Vilariño. Un antes y un después del sueño. Se insinúa así el comienzo del día, entremezclando el rumor de las olas con el ronroneo de Vic. Murmullos acompasados, acompañados de mi bostezo y mi desperezarme. La necesidad de no salir al mundo todavía, de levantarse para abrir las ventanas, pero volver a la cama. ¡Bendito día!

Retomo la lectura de anoche, como siempre que cierro los ojos con unos versos ya en el duermevela. La urgencia de saber qué provocó los sueños, a qué se debió todo. “Pongo en tu corazón desnudo mis oídos / y escucho el mar y aspiro el mar que fluye / de ti y me embarco hacia la abierta noche”. Así lo escribía Rafael Alberti y lo leía yo en Retornos de lo vivo lejano, antes de dejarme caer. Mientras escuchaba el mar, la mar, sin necesidad de caracola. Su rumor se cuela aun teniendo las ventanas cerradas, tiene fuerza, es bravo, es atlántico. Dueño y soberano también en la negrura de la noche.

Desde que vivo aquí cobra razón la explicación de Alberti del marinero en tierra. Él que se fue del Puerto de Santa María a Madrid, llevando la mar consigo. En la isla se tienen a pocos kilómetros las montañas de niebla espesa, pero una presiente el mar, sabe que está ahí a la vuelta de la esquina. No deja de ser marinera en la cima. Entre los árboles hay momentos en los que siente la brisa marina, convencida de que al regreso al llano estará la arena negra esperando con el dueño y soberano.

Los azorianos, además de ser marineros en tierra, tienen otro tempo. Sus caras son de facciones destensadas y mantienen la sonrisa porque saben que nada corre prisa, que todo llega sin necesidad de atosigar la espera. Esperar también forma parte del todo. Luisa sale tras la siesta, vive aquí a pocos metros del faro de Arnel. La brasa para cocinar el pescado está en mitad de la calle, los vecinos son chefs comunitarios. Ahí mismo pondrá las piezas conseguidas por la mañana y las dejará hacer toda la tarde, sin apremio, a fuego lento, con el olor a merced de los vecinos. Tal vez también incluya unos cangrejos, negros que son. Cuando anochezca la cena estará servida y acudiremos sin el cansancio que ocasiona la falta de cariño, la nula tolerancia o el fastidio de la rutina sin sonrisas regaladas.




Todo esto es ficción, claro. No he hecho las maletas, ni volado a la isla de nuevo, ni comprado la casa rosa del acantilado. Desde aquí no se oye el mar repicar contra las rocas, ni llega el olor que desprende el humo de la brasa del pescado, ni puedo dejar a la brisa enredarme el pelo. Desde aquí no. Pocos son tan valientes como para despertar a diario y ver este arrecife con solo abrir los ojos. Quizá nos falte valentía. Quizá necesitemos llamar a las cosas por su nombre y así no tener nunca el gesto sombrío y triste, como no lo tienen los azorianos. Quizá no sea tan difícil cambiar las cosas y dormirse acurrucada cada noche bajo el grito del Atlántico.

Seguramente bajar esos kilómetros a pie con un desnivel del 35%, ver el inmenso faro en funcionamiento, descubrir una casa con esas vistas y llegar al puerto pesquero con toda la inmensidad del viento, de las olas azotando salvajemente y del silencio absoluto, me hizo suspirar. Suspirar por imaginarme ahí abriendo los porticones cada mañana, poniendo en mi corazón desnudo sus oídos y escuchar el mar. Una buena amiga, hace pocos días, me decía que iría a verme donde fuera ni que no hubiera ese arrecife, ni que no gritaran las olas… ¿Y tú? ¿También vendrías? Hay que ser valientes para embarcarse hacia la abierta noche. Hay que ser valientes.


2 comentarios:

  1. El otro día regresó a mi un pensamiento: "nadie nos amará cómo amamos nosotros".

    Las cuerdas siempre se rompen por sus puntos más débiles y pese a todo, cuando hay que romperlas, hace falta tener mucho valor.

    Por cierto, al propietario o propietaria de la casa rosa habría que darle un 10 en ternura y un suspenso en integración paisajística.

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    1. Bienvenido, Anónimo.
      El valor es lo que nos acostumbra a faltar y así es como vamos interpretando la vida que hemos decidido en la comodidad.

      En cuanto a la casa rosa, es típico en las islas azorianas, alrededor de kilómetros y en todos sus pueblos, los colores llamativos en sus casas. En todos los pueblos y desde todas las colinas y acantilados se ven múltiples, infinitas, casas de colores que crean su paisaje, así que tu suspenso sería a las islas en todo caso y no creo que esas islas suspendan en nada. Un abrazo ;)

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