INICIO




lunes, 4 de septiembre de 2017

Porque resistimos, conquistamos

“Quizá sea este el verdadero legado de Shackleton: hacernos entender que las fuerzas hostiles de este globo pueden ser domadas; que no hay más que enfrentarse a las olas, plantarle cara al viento, que el frío es una palabra muy pequeña en casi todos los idiomas, pero el amor, en cambio, no entiende de distancias ni de rumbos, que al enfrentarse a él toda determinación es poca y los planes no sirven para nada”.
Clark, Ben. Los últimos perros de Shackleton.

Refugio de Amitges
Hay quien afirma que los alpinistas, los montañeros o los exploradores no son personas con don de palabra o de sentimiento para expresar literariamente sus hazañas. Siempre he pensado lo contrario y que, en el caso de no tener esa facilidad, su propia proeza ya es poesía. Son poetas que escriben versos a cada paso que dan. Ben Clark lo explicó a la perfección en la introducción de su poemario Los últimos perros de Shackleton. Él que se había dado cuenta de cómo Sir Ernest Henry Shackleton, el explorador del hielo, el que no tenía miedo a cruzar el continente helado de punta a punta atravesando el polo, el que bautizó un monte con el nombre de su amor platónico, fue el hombre que triunfó en lo imposible y fracasó en lo que parecía más sencillo. Porque su vida representaba, ciertamente, la línea del amor. El esfuerzo, la odisea, hasta que se rompió el corazón de verdad y su enamorada se quedó esperándolo por siempre en tierra firme.

George Mallory, el alpinista de los grandes retos, el llamado poeta de las montañas que frecuentaba el grupo Bloomsbury junto a Virginia Woolf, para quien la ascensión era como una sinfonía, no tuvo una vida más dichosa que el Sir. Murió sin que el mundo supiera si ascendía o descendía ya del Everest. ¿Puede haber mayor desgracia para quién es ese el propósito de su vida? Se encontró su cuerpo a pocos metros de la cima, pero aunque existan indicios de que su perecer fuera en el descenso, nada lo corrobora. ¿Eso no es poesía? ¿No implica eso ya una rima perpetua en su misión? Nadie puede negarlo.

Refugio la Colomina
Así, como ellos, cuando cada uno de nosotros asciende cualquier cima debe sentirse poeta de esos montes. Porque vives su aire, su verde, el azul del cielo, el respirar distinto. Eres minúsculo ante la inmensidad de las montañas. Por mínima que sea la altura que alcanzas, una vez arriba, la gesta se convierte en una fotografía imborrable. Recuerdo mi primera llegada a un refugio. Tal vez no fuera ese el inicio, pero sí el que tengo almacenado en mi disco de nostalgia. Agradezco a mi madre que inmortalizara ese momento. Nos acogió el refugio de la Colomina con la niebla y los brazos abiertos. Entonces pensé que era un logro de gigante lo que había conseguido, nada tan lejos de la realidad. Ahora, cuando intento caminar y caminar al menos una ocasión al año, siempre me vuelve esta imagen que vergonzosamente os enseño. Esa estampa que me dice que una es capaz de todo porque como dijo Mallory “la manera de llegar a la cumbre cuenta tanto como el hecho de coronarla”. Porque el camino importa, porque es todo un gesto de amor como insistió el Sir.

Esta vez me acogió el Refugio de Amitges y volví a sentir esa punzada. Exhausta, pero risueña. Porque los que consiguen reseguir caminos con sus botas, los que pintan las nubes a su paso, los que se paran a memorizar el tomillo del sendero y recuperar a quien les recuerda, los que se encandilan con el color de las mariposas, los que una vez arriba se sientan, cierran los ojos y se dicen como Shackleton… Porque resistimos, conquistamos. Esos, también son poetas. 


3 comentarios:

  1. Quins dies més guays els de les excursions amb germans m'encanta la foto del refugi!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un dia faré un post de tu, la meva lectora. Gràcies, bonica! S'han de remirar sempre aquestes fotos, busca les teves, segur que són molones també!!!!

      Eliminar
    2. Jajaja un post de mi diu q bona. És com un ritual dels dilluns per mi ja!

      Eliminar