“Es como si algo nos esperase en el futuro, algo que en
realidad ya ha ocurrido: la – tenga la forma que tenga – nada. En ese sentido,
toda nuestra vida es una espera de algo que cayó en el olvido con el primer
grito.”
Qué barbaridad pensar que esperamos cosas que perdimos,
olvidamos, borramos, con el primer grito. Que anhelamos que regresen instantes
que no hemos vivido. Como si la espera formara parte del primer segundo de
vida. Como si fuera una misión ansiar hasta lo que no puede suceder o, lo que
es peor, ya ha ocurrido. Köhler escribió este fragmento tras la lectura de Habla,
memoria de Nabokov,
donde explicaba el pánico que le había producido verse a él mismo antes de ser,
contemplar el carrito vacío y a sus padres aún sin hijo. Cómo verse sin estar,
sabiendo que todavía no has llegado. Esperarse a uno mismo nacer.
Esperamos a que se enfríe el té, a que se terminen los
créditos para que empiece el episodio, a que se seque la ropa exigiendo la celeridad del sol. Esperamos un
mensaje, una llamada, un beso, un abrazo. Una mirada cómplice, una sonrisa, una
postal. Esperamos unos padres que no hagan de hijos. Esperamos el frío, cuando
no esperamos el calor. Esperamos que nos sorprendan, que haya un regalo cuando
no hay nada a celebrar. Que florezcan las orquídeas, los geranios, los hibiscos,
que no terminen de morir. Esperamos que la risa sea para nosotras. Esperamos
que el cielo nos regale sus mejores galas, que se pinte de colores porque
estamos ahí observándolo. Porque nos lo debe, creemos en él. Como si creer lo fuera todo, lo cumpliera todo.
23 de septiembre de 2019. |
Es la espera perpetua, constante, impasiva. Eterna. Siempre
estamos esperando, aun antes de nacer, decía Nabokov. ¿Solo esperan los vivos? La
afirmación del escritor ruso me hacer preguntar si también esperan los muertos,
y más en estos días. Igual que aguardamos nosotros a ser visibles y existir para
aquellos que amamos, ¿ellos deben
permanecer pacientes a que llevemos flores, limpiemos su lápida, hablemos al
cemento que los cubre? Si la espera es antes de nacer, también lo deberá ser
después de morir. La obligación de los vivos a no demorar la espera de los muertos. El
deseo de mi madre por cuidar lo que allí queda, solo se cumple si la llevo yo.
Solo se cumple si los que quedamos vivos, si los suyos que quedamos vivos, los
pensamos. Pero, como decía Pilar
Adón en Las
órdenes, “¿Quién me va a cuidar cuando sea vieja? / ¿Quién me va a esperar,
feliz de verme? /… / ¿Quién va a venir a verme los fines de semana? / Si no soy
madre.” Si los vivos que quedamos ya no acudimos a la espera de los nuestros…
¿quién acudirá a nosotros cuando ya no quede nadie?
Luna
Miguel escribía en La
tumba del marinero que “Pasamos la vida estudiando caligrafía para escribir
nuestro epitafio con trazo firme”. Tal vez se una a la idea de Nabokov y estemos
ya esperando desde antes de existir para luego aprender a escribir la despedida. Que esperamos cosas, instantes, recuerdos, toda la vida para dejar
un epitafio digno, por si nadie viene a vernos cuando esperemos muertos. Porque,
quizás, el único que sí cumpla y se apiade de nuestra espera sea el cielo. Porque
“no hay pedazo de cielo más prometido / que el del mundo blando repleto de
pisadas”, que decía María
Sotomayor en Nieve
antigua. Y sean todas esas pisadas, el camino recorrido de la espera, las
que pinten el cielo de colores como retorno a nuestra impaciencia desde antes
de nacer.
23 de septiembre de 2019. |
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