INICIO




lunes, 8 de junio de 2020

Recoser la normalidad

Vamos a ver, ¿qué es esto? ¿Qué sentido tiene toda esta oscuridad que me rodea? ¿No habrán ido y me habrán enterrado viva cuando estaba vuelta de espaldas, verdad? ¡Vamos, cómo me iban a hacer semejante cosa! Ah, no, ya sé lo que es. Estoy despierta.

La lucidez de Dorothy Parker nos dice que lo único que ocurre es que estamos despiertos. Que “todo” lo que vivimos alrededor no es más que la nueva realidad. En ella hay que ir a tientas, con los brazos extendidos para no tropezar. Con los ojos bien abiertos para poder intuir entre las sombras y no pisar donde no debemos. Toca acostumbrarse a esta nueva luz. Imaginar que esta tormenta de verano, la de la tarde del domingo, con la que hemos dormido la siesta tan a gusto, será el cielo a partir de ahora.

Ser conscientes de que este cielo rabioso, tras 87 días, no solo ofrece la calma para arrebujarse bajo las sábanas y disfrutar de esa placidez. Sino que también trae consigo la oscuridad, la duda, la desesperanza. En ocasiones reina la contradicción y nos obliga a estar atentos, a separar el grano del trigo. A ser lúcidos igual que Parker y saber que no estamos enterrados, tan solo despiertos y aclimatándonos a la nueva normalidad.

Cielo del sábado 6 de junio de 2020.

Escribe Rachel Cusk que “la “normalidad” es el delicado equilibrio que alcanza la vida cuando no hay trastornos, es el registro en blanco de los acontecimientos y sus secuelas, que se recose y repara a sí mismo despacio, como la superficie de un estanque vuelve a quedarse en calma poco a poco después de lanzar una piedra.” Muevo la cabeza en negación, levanto las manos, grito con la voz más aguda que puedo. Escuchamos esa palabra a diario en los medios y nos brindan esa nueva situación con dicho nombre. Como si tan solo hubiera caído una piedra en el estanque. Como si el remolino de agua regresase a su inmovilidad segundos después. Han pasado 87 días, no unos segundos de círculos en el agua. No ha sido una piedrecita en el estanque, ha sido un maremoto que ha desconcertado hasta al cielo que nos cobija.

No hay besos, no hay abrazos, no hay encuentros ni reencuentros. No hay familia, no hay contacto ni caricias. No hay lloros a pocos centímetros, sí tras una pantalla compartida. No hay planes, no hay agendas ni sorpresas. Sí hay trastornos, sí hay secuelas. Quedarán cicatrices imborrables, hendidas en los recuerdos y atadas a los sueños que pudiéramos tener. Será difícil remendar, tanto como zurcir unos vaqueros. Necesitaremos aguja gruesa, un buen dedal y mucha destreza para recoser la carne herida. Para recomponer el puzle. Para amarrar la nostalgia, de la misma manera que un globo de helio, y no dejarla escapar.  

Aprenderemos a vivir con esos noes, con las reparaciones pendientes, con todos esos días perdidos cargados de tanto o de tan poco. Ya sabemos que el cielo será gris, pero debemos aprender a disfrutar también de él, del mismo modo que en la siesta. Seguiremos anotando lo ocurrido porque, dice Annie Ernaux, escribirlo nos ayuda a retener la vida. Tal vez así, teniéndolo escrito, lograremos ir calmando el agua del estanque.

1 comentario:

  1. Aquesta situació ens deixa un estat que caldrà valorar fins on ha arribat

    ResponderEliminar