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lunes, 10 de agosto de 2020

De aquel agosto...

Sigo subida a una carreta con los del Tano. Atravieso kilómetros y kilómetros áridos bajo un cielo acribillado de estrellas. Noto el sol sobre la cabeza y necesito agua para conseguir que no me venza el cansancio por el calor. No sé si existe el perdón o no, pero yo me he quedado en las páginas de Mariana Travacio y es difícil salir de ahí. El verano debe ir de eso, de leer, de imaginar que eres otra. Las lecturas nos salvan, le leí una vez a Leila Guerriero.

Esas historias que se suceden unas a otras y nos evitan el día de la marmota. Estos meses en los que la gente te pregunta si no viajas, en los que las redes sociales te recuerdan donde estabas hace un año, hace tres o hace ocho. La platea exige que huyas. Juan Tallón, en un artículo del fin de semana, reconocía que los veranos son para huir. Huir de la rutina, del trabajo, de nosotros mismos. ¿Qué hacemos si no podemos escapar a un lugar remoto? ¿Qué hacemos si el mundo nos exige a diario por qué no emprendemos un viaje?

Hay que respirar hondo y sacar la cantimplora. Hidratarse bajo este sol de justicia y recordar el mensaje de María Gainza: “siempre llegamos tarde a la niñez”. También al pasado y al verano, me digo yo. Quizá recordaremos el estío del coronavirus como el que no llegamos al lugar más remoto, pero sabemos que todo pasa. Igual lo harán estas semanas regadas de lecturas. Aventuras que apaciguaran la inquietud de no viajar, porque seguiremos descubriendo personajes que quedarán aquí. Como Luisa o Manoel y nos beberemos con ellos un agua con limón.

Salinas de Cambrils, agosto 2020.

Al poble d’estiueig li arribarà el setembre. / … / A nosaltres, amor, nosaltres”. Este poema de Mireia Calafell, “Lògic 1”, enumera lo que queremos escuchar. Todo acaba por pasar, terminamos sí o sí en septiembre y nos queda el nosotros. Siempre permanece el nosotros. Los días transcurren igual, sea en casa o en el destino lejano. Por eso los libros nos plantan escenarios nuevos, nos brindan el desierto y los caballos. Nos cargan las escopetas para vengarnos, aunque no exista perdón que valga. Llegamos tarde a la niñez, pero estamos ávidos de respuestas. A veces, Manoel, no queda otra que la sangre. Le diría el Tano.

Míriam Cano decía algo similar, a ese acumular sucesos. Escribía que hay que guardar la luz de agosto para recuperarla en el invierno gris. ¡Cuánta razón! Guardemos la luz, un poquito de sol, la sal pegada a los labios, los paseos por el desierto, los viajes de vendettas, el azul de la montaña. Guardémoslo para cuando la niebla, o el virus, vuelvan a recluirnos. “D’aquell agost de brescar el rusc / per quan l’hivern em marfongués / vaig fer-ne espelmes que encenia cada vespre / eren fars menuts per si tornaven les lluernes. / O tu.” Pongamos a resguardo aquello que nos salva. Hagámoslo y confiemos en que regrese.

Salinas de Cambrils, agosto 2020.

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