INICIO




lunes, 20 de marzo de 2017

Recetas. Swapetines 2017 (III)

Una inmensa nostalgia se adueñaba de todos los presentes en cuanto le daban un primer bocado al pastel. Inclusive Pedro, siempre tan propio, hacía un esfuerzo tremendo por contener las lágrimas. Y Mamá Elena, que ni cuando su esposo murió había derramado una infeliz lágrima, lloraba silenciosamente… la única a quien el pastel le hizo lo que el viento a Juárez fue a Tita…
Esta nunca pudo convencer a Mamá Elena de que el único elemento extraño en el pastel fueron las lágrimas que derramó para prepararlo.

Como agua para chocolate. Laura Esquivel

Tita estaba convencida de que aunque siguiera a rajatabla las recetas, paso a paso, siempre había un ingrediente extra. Uno que no podía evitar que se colara en los caldos, guisos o pasteles, su estado de ánimo. Hubo días en que sus comensales sintieron una tristeza inconmensurable; otros, un fuego y un deseo para los que era necesario el ser amado sin excusas, avivar la llama para luego apagarla. E incluso ocasiones en que ninguno de ellos escapó de pensar en su amor perdido, todos y cada uno de los comensales a la vez, tan solo ingiriendo el brebaje de la olla. Ese ingrediente no estaba en la receta, nunca lo estaba.


Tejer los swapetines mientras leo la historia de Tita y Pedro ha sido un seguir en mi camino del tejido en la cocina de esta edición. He disfrutado con los guisos de la mexicana que tan bonito escribe Esquivel. ¿Cómo podía seguir yo sin esa delicia de lectura? Cada capítulo, coincidiendo con un mes del año, se inicia con una receta. Plato que guisará Tita durante esas páginas, digna heredera del arte culinario generación tras generación. Recetas reales que acaban explicando la trama e incorporando los sentimientos en la masa, en el revuelto. Comidas especiales, significativas en el momento narrado, conductoras de la historia desde la lista de ingredientes hasta llegar al plato.

Nacha se le aparece a Tita para dictarle recetas al oído, también se aparecía mi abuela para susurrarle a mi madre. Recuerdo la carpeta de recetas de casa. Repleta de notas escritas a mano con las más variopintas reseñas. Las más antiguas escritas de la mano de mi madre. Esa letra delicada y ligada tan reconocible para nosotros. Con los años empecé a escribirlas yo. Mi madre dictaba. Y en muchas ocasiones rectificaba los ingredientes ya anotados, porque la abuela también le musitaba al oído cuando ya no estaba. Ella me decía: “cambia eso, la yaya decía que eran dos huevos y no tres. Apunta: 2 huevos.” Me encantaba ver cómo modificábamos las recetas de los libros, de las revistas o de los programas de cocina, según la versión de antaño de mi abuela. Versión que era recordada con sus propias palabras apareciéndosele a mi madre. Como Nacha a Tita, igual. Debieron ser mis primeros escritos, tal vez. Aún se conservan en la carpeta de recetas. Nuevas versiones escritas por nosotras con la intención de no perder el legado culinario de las montañas en cuanto a ingredientes y a procedimiento se refieren, claro está.


Como agua para chocolate me ha sorprendido gratamente, y es que como ya van algunos posts, la cocina ha creado lazos familiares indestructibles. Recetas han pasado de madres a hijas como un tesoro, como parte del ajuar bordándolas una a una, como si fueran testamento. Listas de ingredientes secretos que fluyen con el paso de los años como vínculos de consanguinidad. Como si fueran fórmulas mágicas para las que tan solo, nosotras herederas, tenemos la varita. ¿Quién no ha dicho nunca que las lentejas de su madre son las más buenas? Porque sabemos de algún paso que las demás no harán igual, seguro, porque sabemos que existe algún mejunje que los otros no conocen, porque estamos convencidos del sentimiento con el que han sido cocinadas y, por lo tanto, qué nos transmiten con ellas.

Todo son recuerdos que nos llevan tras la cortina de la cocina. Memoria de la estufa de leña, del rayo de sol que atravesaba la ventana a pie de calle, el tic tac del reloj siempre colgado y contando el minuto exacto en que debía arrancar a hervir. Y mientras, la receta que expresara cómo se sentían una vez más mis mujeres, mis antepasadas y la yo futura. Bien apuntaba ya Sonia San Román.

La imagen del techo
formando un triángulo de crema con la puerta
mientras me abrazas al mediodía.
La cazuela de barro burbujeando salsa verde y pescado.
La sopa de cebolla haciéndole los coros.
El gato con ansia de caricias.
La mesa puesta.
La casa caliente.

(Y las ganas de llorar).

Como Sonia, lo dijo Sara: la herencia de nuestras mujeres tristes, esa herencia que queda y se transmite en la cocina. Herencia que queda escrita para siempre en todas las carpetas de recetas repartidas por doquier. 


4 comentarios:

  1. Las recetas anotadas en trocitos de papel. Cada vez que encuentro uno en la casa de mis padres lo guardo como un tesoro...
    Tras "como agua..." lei "tan veloz como el deseo". No se que opinaria ahora, pero en aquel momento, me encantó.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pero es cierto que la vida transcurre entre recetas, ¿o no? Besos

      Eliminar
  2. M'encanta! Aquests mitjons que seguim veient com Els cuines poc a poc, i m'encanta que Em recordis llibres que he de rellegir! De fet que ni recordava haver llegit!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. hahaaa El Cuines, què bona! És curiós com la memòria lectora a vegades diu: doncs no recordo si l'he llegit, em sona només!!! hahaaaa Besets!

      Eliminar