Henri
Cole ya habló en su Mirlo y Lobo
del anhelo de un hogar donde el amor no hubiera sido profanado, donde fuera ese
amor quien inclinara el vaso. Ya nos presentó entonces a un padre sin afecto
que le enseñó a remediar la soledad mediante ese vaso lleno. He recordado al
poeta estos días, tras la lectura de dos poemarios de Sharon
Olds. La figura del padre, presente en los versos de ambos, pero ausente en
la vida física fuera del papel, por su vivencia real más allá del ideal
familiar. Ausencia tan natural como un bol de lilas, de las que se espera la
frescura y el olor, como cualidades innatas igual que la desaparición paternal.
Descubierta la poeta americana a través de Los
muertos y los vivos y El
padre. Escribiré este post como necesidad y como recomendación de
lectura, pero intentando que no aflore completamente todo lo que han generado en
mí sus palabras. Cuando topas con versos como estos; dolientes, desgarradores, que
te hacen parar y releer, sabes que siempre quedarán al amparo de un momento de
necesidad. Lo mejor es cuando su lectura te lleva a otra relectura, como a mí
me ha traído la urgencia de Cole de
nuevo.
Olds transmite con la herida abierta. Escarba en la herencia de un abuelo a
un hijo, que luego será el padre que malvive, que ha aprendido del dolor y así
logra transmitirlo. El silencio, la oscuridad, la rutina del sigilo, de los
ojos cerrados, del terror. De la madre que quema porque no sabe sobrellevar ese
miedo, lo cual tan solo hará que no puedas salir indemne de las llamas, que no
puedas nunca conciliar el sueño reposado.
Sus poemas son breves capítulos de vida. Pequeños relatos continuados de
los años junto a su padre. Un padre ausente, fantasma, silencioso. Para el que
llega un día en que reclama a esa hija olvidada, no querida y hasta entonces no
necesitada. Punzante vivencia de un libro a otro. Un descubrir la dolorosa
infancia y un final agónico en que la enfermedad le hace débil, vulnerable y dependiente.
Y ella tras una vida sin él, precisa de ese aliento, le urge que respire aun
deseando que se vaya, que cierre el olvido cuidado tanto tiempo.
El vacío sobre el vacío una vez muerto. La despedida deseada que ahora
duele. La contradicción que rige la vida como otra norma no escrita. Porque se
debe padecer la muerte de aquellos que están aquí, aunque no lo hayan estado
nunca. Como tantas veces necesitamos creer que han muerto en vida, sabiendo que
respiran. Narra la mortaja, el crematorio, las cenizas, la cuenta de los años
sin él. Ya no está como nunca estuvo. Y todo eso tan solo lo entenderá quien ha
tenido una relación paternal tan similar, quien ha vivido el silencio, el temor
y el anhelo de un cambio constante. La acompaña a una siempre, Sharon
explica cómo afecta eso a tener sus hijos propios. Quién sabe…herencias de vida.
Su lectura ha venido acompañada, como siempre, de la paz de las vueltas del
hilo. Porque el tejer amansa, porque el tejer fija los versos a fuego. En cada
pasada hay un recuerdo, una frase distinta, una vivencia que permanece con el
paso de los años. Cada libro con su labor
a juego, con su espacio, su luz, el sentimiento y la lágrima generada, el
compañero de lectura adecuado para compartir la historia, el que pone la oreja
y deja caer las palabras con el cariño que una espera.
Encara que estiguem de vacances: Ja he pasat per aquí!
ResponderEliminarGràcies, bonica. Apunta-li la Sharon Olds al César ;)
EliminarHerencias de vida.
ResponderEliminarHerencias de muerte.
Van indisolublemente unidas.
A nuestros hijos intentamos enseñarles a vivir. Nadie nos enseña a morir. Así nos va.
El problema es aceptar la muerte que nos toca de cerca y por la que presumiblemente se espera que suframos. Contradicciones que duelen aún más que la propia muerte. Gracias por pasar por aquí, un abrazo.
EliminarPerder la vida, duele.
ResponderEliminarPerder a alguien en vida, mata.