"Es tanta la melancolía que hay en esos tejados por donde andan los gatos
que uno siente que tienen que gritar. Nadie se atreve a gritar de melancolía:
solo los gatos."
Elena en Barrio de Maravillas.
Rosa Chacel.
Me llamaron mitómana mientras tomaba esta fotografía. Según la RAE un
mitómano es alguien que tiende a mitificar o admirar exageradamente a personas
o cosas. No creo yo que sea mi definición, pero sí, tal vez, a los ojos de
muchos. Desde que leí Barrio
de Maravillas quedé prendada de Chacel, lo sabéis. Me
adentré en una manera de contar los hechos que me llenó de admiración. Me
resultó fascinante, como ya os expliqué en mi relato de Teresa,
la manera en que Rosa describía cualquier situación. Por pequeño que resultara
el suceso, por simple que nos pareciera, ella era capaz de llenar treinta
páginas con un rayo de luz, un jarrón de narcisos o un descender río abajo
explicando tan solo la respiración. Por eso la admiro, por su sencilla forma de
brillar.
Buscar esa casa, esquina entre las calles San Vicente y San Andrés, era
recrear por un instante los cientos de veces que Elena e Isabel suben y bajan las
escaleras en la novela. Imaginar allí a Rosa, en esa misma calle, en uno de
esos balcones. Mirando al cielo, como hice yo, y cogiendo el lápiz para acercarnos
a todos los lectores, no tan solo la pincelada del Madrid de la época, sino
para crear una novela mental, de intimidad
mental como bien dijo Luis Antonio de Villena. Una novela de amistad de dos
almas como las de esas niñas del Barrio de Maravillas.
La novela centrada en la evolución de sus dos protagonistas, en la luz, en
los olores tristes. La novela de la ceremonia previa a la visita al Museo del
Prado. Pidiéndole permiso a la luz para utilizarla, para estudiar cada rincón
de las pinturas, para empaparse del arte y llevárselo de vuelta. Descubriendo
el mundo, analizando cada pintor por cada trazo que hiciera. La novela de “la
añoranza de lo que se anhela, no de lo que se tuvo, sino de lo que tal vez se
llegue a tener…”.
Por eso no creo que sea una mitómana, porque no exagero. Porque debía ver
dónde imaginó Chacel que vivían esas dos criaturas que me atraparon en sus
páginas. Debía ver qué podía haber recordado ella de su vida allí, entre el
1908-11, para escribir años después sobre ese cielo. Y ahí el desaliento del hallazgo, entonces sí hubo un olor triste. Descubrir una casa descuidada, donde la gente
que reside tal vez ni se haya dado cuenta de la placa que preside el edificio.
Viejo, sin alma, faltado de aire y de sonrisa. ¿Quién debe vivir en el
mismo piso que lo hizo ella? ¿Habrá salido al balcón y habrá pensado en Elena o
Isabel? ¿Habrá indagado dónde se ubicaba antaño la farmacia de Luis? ¿Habrá
buscado el viejo cuarto en que cosía la madre de Isabel para todos los vecinos? ¿Existía
de verdad? Seguro que pocos de sus residentes se han hecho esas preguntas.
Visitar las casas de nuestros escritores no creo que deba considerarse
mitomanía o fetichismo. Es una manera de profundizar en sus historias. Tras la
lectura de Vidas
ejemplares de Javier Marías o Retratos
literarios de Laura Freixas, una se da cuenta de lo importante que es
saber quién hay detrás del que mueve el lápiz, de ello dependerá lo que nos
descubran sus líneas. Por eso debía acercarme, para rendir homenaje a la
pucelana. Para comprobar cómo entraba la luz en esa esquina. Para corroborar
que, ciertamente, nadie grita de melancolía. Tan solo los gatos de los tejados
se atreven.
No hi vaig pensar diumenge en preguntar-te com t'havia anat, però ja jo veig que vas gaudir com una nena amb sabates noves!!!
ResponderEliminarVa ser un viatge inoblidable!!!! Tot lo literari que podia imaginar! Gràcies per ser-hi sempre, potser només em llegeixes tuuuuuu! muà chica del chal!!!
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