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lunes, 13 de noviembre de 2017

¿Es siempre la misma luz?

“Porque la luz, claro que la hay, pero no puede uno decir que la ha visto como se ve un pájaro, como se ve un árbol, como se ve una casa. Y, sin embargo, yo puedo decir que la recuerdo a ella. Recuerdo su color y hasta su olor… Es tonto, pero aquel olor era como cuando pasa cerca una de esas señoras que van muy perfumadas, que van dejando una estela… Daba ganas de ir detrás, de ir siguiendo aquello que pasaba y lo llenaba todo… y era la luz. Ahora voy a procurar ver la luz en todas partes, pero claro, no será la misma… ¿O es la misma siempre?...”


Eva con su Aisling Shawl.

Desde niña he recordado la luz de mis vivencias. Parecerá una locura, pero llegada a mis manos la novela de Chacel supe que no era tan extraño recordar su color en determinados momentos archivados. El tono, el olor, la compañía. La de la siesta, por ejemplo, de la siesta de invierno. Esa entra como un rayo por la parte izquierda de mi ventana, entra dorada, color oro siempre me ha parecido, y lo hace silenciosa como haciendo tributo al señorío del momento. Como si supiera que ese descanso es tan solo de unos minutos, como si se debiera a él, como si pasara de puntillas para no despertar a los que duermen.

La primera del día y la del ocaso, ¿no miráis todos al cielo para ver cómo saluda o se despide? Con ese fuego, ese rapidez con que se va, el ímpetu con que aparece. Habrá días, en los que ocurra algo importante de verdad, en que no podréis olvidarla. Aunque creáis que recordáis el cielo, lo que se queda con vosotros es esa luz que os ha acompañado.

Muchas veces ocultará las dudas, como apuntó María Sotomayor “Observamos el movimiento de las dudas / en los ojos de los otros / en las moléculas que la luz traduce…” porque no podemos tocarla, no podemos archivarla con textura, pero contiene tanto que puede llenar nuestros recuerdos. Puede ocultar las dudas, el miedo, la sonrisa y hasta la pasión que acarició con nosotros.

Esther con su Blooming Shawl.

Puede llevarnos a las meriendas, a la luz del salón de los abuelos mientras sostenemos el pan con mantequilla. Y recordar entonces que ahí, con esa tenue claridad para no molestar al abuelo que dormía a media tarde, empezó la pasión por la manteca. Tal vez por ella, por la tranquilidad, por verle a él dormir, por ser raíz y herencia de tantas cosas. Sara Herrera Peralta dijo que “Algún día sabremos hasta donde / puede llegar la luz / cuando atraviesa las hojas y la raíz / del sauce…” Algún día, con los años, recordaremos todas las luces que siguen con nosotros, en nuestras fotos, en nuestros apuntes, en nuestra memoria. Ese conjunto de destellos también hablará sobre nosotras, como los olores, los silencios, las sonrisas o las caricias.

El otro día, junto a mis tejedoras, viví un momento de resplandor que no creo que olvidemos. Era un brillo asombroso y sentimos la necesidad de ir pasando por él, para capturarlo, para enseñarle nuestros chales. Fue como una ofrenda por la que fuimos desfilando una a una las tres, como si bautizáramos nuestras creaciones en aquella luminosidad que nos parecía un regalo. Así inmortalizamos horas de esfuerzo al amparo de esa luz, esta que veis en las fotos. Porque no estamos locas, porque solo hay que vivir mirando lo que nos rodea, sintiéndolo y no dejando escapar ni un haz de polvo mágico que se nos presente. 

Sarah con su Blooming Shawl.

1 comentario:

  1. I aquella llum que et desperta al matí i et diu bon dia sense pressa? M’encanta!
    Va ser un moment únic i loco i súper bonic que quedi al teu blog per sempre! Muac!

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