“… Esta añade que José
María Sert (famoso pintor español a quien he conocido personalmente y cuya obra
decora la capilla del palacio de Liria de Madrid, perteneciente al duque de
Alba) envió un telegrama a Londres al duque de Alba pidiéndole que cesaran los
bombardeos durante el traslado de los cuadros y otros tesoros artísticos. Estos
camiones contenían cuatrocientos o más cuadros de Velázquez, El Greco y Goya.
Ayer, por el territorio
español entre Le Perthus y La Jonquera adelanté a diez enormes camionetas que
llevaban estos tesoros; inmensos remolques, sólidamente embalados y unidos a vehículos
especiales, que conducían camioneros franceses. Uno de los camioneros con el
que hablé estaba indignado por las condiciones en las que se había desarrollado
el trabajo. “Atacan hasta las obras de arte de un país –dijo–. ¿Puede imaginar
lo que es abrirse camino desde Figueras durante estos ataques aéreos?””
8 de Febrero de 1939. Nancy
Cunard, “A whole Landscape Moving”, Manchester Guardian.
Cuando una lee esto piensa
en sus visitas a los museos. En cómo siempre se pregunta por qué la mayor parte
de las obras son de allá o de más allá, lejos del lugar donde se encuentra. Numerosos
son los expolios de las ciudades poderosas en épocas de guerra. Despiadadas se
quedan con el botín de los vencidos, aprovechan traslados, se crecen ante la
debilidad; sea o no sea su contienda.
La lectura me lleva a
Sixena, a vivir de nuevo la pérdida como si fuéramos ciertamente los vencidos,
como si nadie nos hubiera dejado articular palabra, como si tuviéramos las
manos atadas. Pero no hace falta ir tan lejos. Las obras de arte han sufrido
siempre las guerras, y no ha hecho falta que fueran mundiales ni civiles, tan
solo familiares ya bastaban. Cuántas familias han discutido por la herencia de
un familiar, hasta el punto de llegar la sangre al río. Cuántas otras se han
desprendido del arte heredado como si nada fuera, como si careciera de valor,
ni sentimental, ni monetario, ni histórico. ¡Cuántas!
Al morir Dora
Maar, por ejemplo, se hallaron en su domicilio decenas de obras originales de Picasso, y ella sin descendencia. Paremos. Pensemos. Miremos alrededor,
localicemos nuestras “obras de arte”. ¿Estamos seguros de que serán conservadas
cuando no estemos de la misma manera que nosotros las cuidamos? ¿Serán
regaladas? ¿Donadas? ¿Vendidas? ¿Olvidadas? ¿Luchadas? Por suerte, no estaremos
para verlo.
Man Ray, Nancy with bracelets, 1926 |
Imagino a Cunard,
aristocrática inglesa que estallada la Guerra Civil española vino, sin
pensárselo dos veces, a ayudar al bando republicano. Llegó desde París, dejando
allí a André Breton, Man Ray, T.S Eliot o al grupo Bloomsbury con Virginia Woolf,
entre ellas. Aun habiendo vivido numerosas pérdidas cercanas tras la Primera
Guerra Mundial, sintió el deber de venir a España. Hospedada en el Hotel Majestic
de Barcelona, junto a la mayoría de reporteros extranjeros llegados para cooperar, se dedicó a repartir comida y dinero, y hasta trasladó a mujeres y
niños a su casa francesa.
Pero, detengámonos. Visualicémosla conduciendo una
furgoneta, atravesando medio país cargada de víveres, y teniendo que adelantar
a camiones y camiones llenos de obras de arte, hasta los topes de Velázquez o
Goyas… Una mujer con su cultura, con su pasado surrealista de los años 20
parisinos, poeta dadaísta, abriéndose paso, entre vehículos que tenían tan solo una tregua de
los bombardeos para salvar el arte, para resguardar el pasado y el futuro de
las obras de un país, la herencia de nuestros artistas. Y ella allí, viéndolas pasar, luchando por unos ideales en una tierra que no era la suya. Quién le hubiera dicho que acabaría sola, que a su funeral no iría nadie, que su legado también quedaría al amparo del cesar de las bombas.
Nancy Cunard by Cecil Beaton 1930 |
Quines coses més interesants em descobreixes sempre
ResponderEliminarI jo que me'n alegro. T'havia enyorat!!!! Besitos
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