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lunes, 19 de marzo de 2018

Salvar el arte

“… Esta añade que José María Sert (famoso pintor español a quien he conocido personalmente y cuya obra decora la capilla del palacio de Liria de Madrid, perteneciente al duque de Alba) envió un telegrama a Londres al duque de Alba pidiéndole que cesaran los bombardeos durante el traslado de los cuadros y otros tesoros artísticos. Estos camiones contenían cuatrocientos o más cuadros de Velázquez, El Greco y Goya.

Ayer, por el territorio español entre Le Perthus y La Jonquera adelanté a diez enormes camionetas que llevaban estos tesoros; inmensos remolques, sólidamente embalados y unidos a vehículos especiales, que conducían camioneros franceses. Uno de los camioneros con el que hablé estaba indignado por las condiciones en las que se había desarrollado el trabajo. “Atacan hasta las obras de arte de un país –dijo–. ¿Puede imaginar lo que es abrirse camino desde Figueras durante estos ataques aéreos?””

8 de Febrero de 1939. Nancy Cunard, “A whole Landscape Moving”, Manchester Guardian.

Cuando una lee esto piensa en sus visitas a los museos. En cómo siempre se pregunta por qué la mayor parte de las obras son de allá o de más allá, lejos del lugar donde se encuentra. Numerosos son los expolios de las ciudades poderosas en épocas de guerra. Despiadadas se quedan con el botín de los vencidos, aprovechan traslados, se crecen ante la debilidad; sea o no sea su contienda.

La lectura me lleva a Sixena, a vivir de nuevo la pérdida como si fuéramos ciertamente los vencidos, como si nadie nos hubiera dejado articular palabra, como si tuviéramos las manos atadas. Pero no hace falta ir tan lejos. Las obras de arte han sufrido siempre las guerras, y no ha hecho falta que fueran mundiales ni civiles, tan solo familiares ya bastaban. Cuántas familias han discutido por la herencia de un familiar, hasta el punto de llegar la sangre al río. Cuántas otras se han desprendido del arte heredado como si nada fuera, como si careciera de valor, ni sentimental, ni monetario, ni histórico. ¡Cuántas!

Al morir Dora Maar, por ejemplo, se hallaron en su domicilio decenas de obras originales de Picasso, y ella sin descendencia. Paremos. Pensemos. Miremos alrededor, localicemos nuestras “obras de arte”. ¿Estamos seguros de que serán conservadas cuando no estemos de la misma manera que nosotros las cuidamos? ¿Serán regaladas? ¿Donadas? ¿Vendidas? ¿Olvidadas? ¿Luchadas? Por suerte, no estaremos para verlo.

Man Ray, Nancy with bracelets, 1926

Imagino a Cunard, aristocrática inglesa que estallada la Guerra Civil española vino, sin pensárselo dos veces, a ayudar al bando republicano. Llegó desde París, dejando allí a André Breton, Man Ray, T.S Eliot o al grupo Bloomsbury con Virginia Woolf, entre ellas. Aun habiendo vivido numerosas pérdidas cercanas tras la Primera Guerra Mundial, sintió el deber de venir a España. Hospedada en el Hotel Majestic de Barcelona, junto a la mayoría de reporteros extranjeros llegados para cooperar, se dedicó a repartir comida y dinero, y hasta trasladó a mujeres y niños a su casa francesa. 

Pero, detengámonos. Visualicémosla conduciendo una furgoneta, atravesando medio país cargada de víveres, y teniendo que adelantar a camiones y camiones llenos de obras de arte, hasta los topes de Velázquez o Goyas… Una mujer con su cultura, con su pasado surrealista de los años 20 parisinos, poeta dadaísta, abriéndose paso, entre vehículos que tenían tan solo una tregua de los bombardeos para salvar el arte, para resguardar el pasado y el futuro de las obras de un país, la herencia de nuestros artistas. Y ella allí, viéndolas pasar, luchando por unos ideales en una tierra que no era la suya. Quién le hubiera dicho que acabaría sola, que a su funeral no iría nadie, que su legado también quedaría al amparo del cesar de las bombas.  


Nancy Cunard by Cecil Beaton 1930

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