Silencio, el día recién
estrenado. Doy al play. La música la escojo yo. Suena Estrella, al momento Enrique.
Los Morente ponen el paso, el ritmo, el repiqueteo. Ya lo dice el padre, si él encontrara la
estrella que le alumbrara, la guardaría en el pecho. De adolescente me decían
que esa música no era acorde al tiempo ni a mi edad. Mi respuesta era que la
música la escogía yo porque con ella rompía las nubes negras.
He roto platos, me he
perdido con el coche, me he saltado la salida de la autovía o de la rotonda, he
hecho cafés con leche con caldo de pescado, he olvidado cosas en la compra, he
dejado algún cubierto sucio tras el fregoteo, he lavado calcetines separados… Y
en todo momento he tenido miedo. Siempre. Tras la lectura de Formas de estar lejos,
de Edurne Portela, no he sido capaz de
subrayar nada porque cada diálogo era para hacerlo. Porque cuando una se
reconoce en una historia tan triste, el hígado hace el mortal hacia atrás. Porque
cuando una se había dicho que eso no lo viviría más, se lee en esas líneas y se
da cuenta que vuelve a caer y que el estómago es un genio de la pirueta. Porque
leerla es sentir el vello de punta de nuevo, identificarse en cada temblor. Reconocer
que, tal vez, el ser vulnerable es marca de la casa. Como escribía Caroline
Lamarche, en La memoria del
aire, “la sensación de encontrarse en el centro, como la araña, es la misma
que cuando contamos una historia”. Leerla ha sido eso, sentirse la araña
atrapada en el centro.
“La memoria del aire conserva todos nuestros gestos, todas las palabras
y hasta los gestos y las palabras a los cuales terminamos de renunciar”. La
memoria del aire… bien parece que podamos sepultar los miedos, que seamos capaces de
renacer si es con personas nuevas… pero somos los mismos miedosos, esté quién
esté junto a nosotros. Nos adaptamos a su fuerza, y perdemos la nuestra. El
aire, su memoria, nos lo recuerda. Imposible borrar. “Acomodarse a los demás,
adoptar su color o su enfermedad, vivir al borde de una misma, siempre en
terreno pantanoso.” Como un camaleón… sin olvidar que el yo rebelde escogía a
Morente siendo adolescente. Para luego pasar, como Alicia o Caroline, al miedo.
Al atarse por terror. A pedirlo todo sonriendo. Procurando pedir lo menos
posible, no se debe molestar, dice Lamarche. Evitar, al precio que sea, los ojos llenos de furia que la miren una. No molestar, no dar faena, no
incomodar, no preocupar, no agobiar, no, no no n…
Crecer dándole al play,
con la convicción de encontrar la estrella que alumbrara, que decía el maestro. Ir viviendo cómo se enciende y se apaga la luz. Cómo el que llega no lo
hace para mantenerla prendida. Como dice Celeste, en ¿A quién te llevarías a
una isla desierta?, las promesas solo sirven para saber que nunca se
cumplen, solo son promesas. Una debe aprender a cumplirlas sola, a que el deseo
no incluya a nadie más. Ser capaz de abrir un mundo propio, sin fusiles ni
veneno.
Saber que lo sentido nos
construye, que lo vivido nos moldea para el paso siguiente, que la intensidad
va en el ADN, no por herencia, sino por la pasión y la devoción que marcan los
astros. Me quedo con las palabras de Portela: “Me llevo mis ruinas
conmigo, las respetaré y las interpretaré, haré de ellas un lugar hospitalario
y atenderé a los mensajes que me comuniquen los fantasmas. Y tal vez, quizás,
llegará el día en el que sobre ellas construya mi nueva ciudad” ...y siga escogiendo la música que rompa las nubes negras.
Jarrón de Genunine de Gijón. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario