“Primero el olor… cerrar
los ojos para contemplarlo. Avanzar, percibir la luz como un contacto, no
precisamente en los ojos, sino en todas partes; en la frente, en las mejillas.
La luz como un clima y luego, pidiéndole permiso, disculpándose de utilizarla,
olvidarla y mirar las cosas que ella descubre, desnuda, acaricia, templa o
ensombrece o hacer arder. Por entre la luz, asomándose hospitalariamente,
rostros, miradas, cuerpos radiantes o doloridos, desnudos o vestidos… Vestidos
de negro, pálidos, macilentos y tan señoriales, los Carreños, Carlos II, la
monjil Doña Mariana de Austria como dueños de la casa, como retoños que fuesen
abuelos, como fetos seculares de un mundo oscuro…”
En cuanto me adentré en
el ensayo de Anna
Mª Iglesia, La
revolución de las flâneuses, la
lectura me devolvió a la pequeña Elena en El Prado. Cómo en esas páginas de
Barrio de Maravillas, hizo suyos los pasillos, las pinturas, las vestimentas de
los allí ilustrados. Se fijó en todos y cada uno de los detalles. Siendo ella
la que deambulaba por el museo, siendo ella la que atisbaba a los personajes en el fondo de las pinturas. Aquellos que no atienden a los que los miran, pero
están. Aquellos que observan dentro del cuadro mismo o, simplemente, se pasean en él. AquellAs
que son protagonistas, como ella, aunque solo estén de paso. Aunque solo sean
una flâneuse.
Iglesia nos da de la mano
para recorrer las calles desde el París del S.XIX. Para observar desde fuera a
las observadoras. Nos invita a deambular, a caminar como forma de insubordinación,
como hicieran Maruja
Mallo o Margarita
Manso, sin sombrero y a lo loco. Sin miedo y con decisión. Porque la calle
también era de ellas. Es de ellas. Porque como decía Mary Cassat la mujer
también construye su propio relato y cumple la tríada del: mirar, caminar,
crear. Porque podemos salir a la calle y ser las protagonistas. Observar todo
cuanto pase, crear el relato, sin que sea sugerido por un hombre, como decía Pardo Bazán.
Afirma Iglesia que las
flâneuses, observadoras y poetas, no eran meras paseantes, pues no gozaban de
la libertad que sí tenían los hombres. Que su propósito y misión debería ser
convertirse en ensayistas de la ciudad, en tanto que disponían de la capacidad
para apropiarse del espacio público. Difícil ha sido esa apropiación, como ya
sustentó Virginia
Woolf en The Pargiters, donde describía la imposibilidad de una mujer para adueñarse a solas de la calle sin padecer una vulnerabilidad sexual. Sociedad
patriarcal con necesidad de protección, de miedo y de congoja. ¿Años 20? No, sigue
aquí ese miedo.
Dándole al play a la
tercera temporada de El
cuento de la criada, recupero también las líneas del ensayo en WunderKammer. Criadas que caminan
bajo los ojos de las ametralladoras. Una al lado de la otra, sin mirar, sin
alzar la cabeza, con el sombrero blanco que dirige su mirada sin posibilidad de
elegir, como las anteojeras de los burros. De rojo sí, para ser vistas, pero en
silencio. Flâneuses atadas, indignas si miran donde no deben. Esposas de verde
sin la menor esperanza, sin decisión, sin poder ninguno para moverse sin aprobación
y consentimiento. Sin poder reivindicarse como sujetos críticos dentro de la
esfera pública. Gilead, donde bienaventurados son los mansos,
bienaventurados son los que callan. Ni hablar, ni mirar. Se hace necesaria la
revolución de las flâneuses, sí.
Cada capítulo del ensayo
empieza con una obra pictórica con la que paramos el tiempo.
Al menos yo he sido incapaz de pasar de puntillas. Obras en las que una mujer
mira a lo lejos, obras en las que la protagonista es una mujer en silencio,
obras en las que ella es observada por ellos. El arte nos ha gritado siempre
que estábamos ahí. Aunque el pintor no quisiera, sucedía. A la par de esos comienzos mi lectura ha
coincidido también con el descubrimiento de la ilustradora Kelly
Reemtsen. Flâneuses, caminantes, deambulantes, paseantes. Mujeres
enérgicas, decididas, valientes. En su feminidad empuñan un arma para hacerse
paso, para abrir camino, para que el grito suene más y más lejos. Para
emprender el caminar ocioso sin miedo, para osar salir a la calle y ser la Jo
de May Alcott.
Para luchar, armas en mano, porque bendita sea la lucha, flâneuses.
Bordado por mí con hilos metalizados de Anchor. Ilustración de Kelly Reemtsen. |
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