No regresar
del todo. Viajar es eso, intentar mantenerlo por completo con una a la vuelta. Vivir
tan intensamente los días como si fueran otra vida dentro de la propia, como
dijo Elvira
Lindo. Crear una burbuja, establecer rutinas allí donde estás para hacerlo
tuyo. Recoger muestras en el camino, ir llenando los bolsillos de huellas
materiales. Guardarlas en una cajita, todas las muestras juntas. Encerrar un microuniverso que nos devuelva el olor, el tacto y el verano una vez estemos ya de lleno en el otoño.
Tengo mucho que contar de
las Azores. Tenía razón Tabucchi y
Vila-Matas y Navia. Pero todavía no puedo contarlo. Sigo allí y solo se escribe
sobre el pasado cuando hay que mirar atrás. Sigo allí porque continúo mirando la hora y
diciendo que en las islas son dos menos, sigo allí porque todavía lavo la ropa y aún la hay que huele a bosque y a mar, sigo allí porque los
libros portugueses se apilan y no quiero leer nada más.
No quiero salir a la
calle, para no pisar otro suelo que no sea el azoriano, para no hacer camino ni
tener nada que contar del llano rutinario. Esforzarse en mantener el recuerdo,
obligarse a no borrar nada, a que ni el más mínimo detalle se escape y
desaparezca. Como si olvidar fuera un crimen, como si eso hiciera que el viaje
no hubiera sido real. Agarrar con la punta de los dedos esos días en la isla,
como si reemprender el ritmo consiguiera desvanecer las imágenes que hemos
grabado en la retina y que la memoria ya ha hecho suyas.
Mi caja azoriana. Agosto '19. |
Andrés
Neuman dijo que “el viajero es alguien que no vuelve nunca del viaje. El
turista vuelve siendo la misma persona que salió de viaje”. De eso se trata. De
mimetizarse allí donde se aterriza. De caminar identificando historias aquí y
allí. Saber que necesitarás escribir sobre ello. Compartirlo, indagar, leer y
estudiar a fondo aquello que el mundo te brinda por ser camaleón tan lejos de
casa. No ser la misma persona, dejar que los kilómetros recorridos te cambien. Que nos cambien para siempre porque somos viajeros, no turistas.
Dice Leila Guerriero
que un buen cronista de viajes es el que explica lo que ha visto como si fuera
tierra incógnita y eso solo es posible si el viajero “ha mirado” todo a su
paso. Viajar observando cada detalle, cada persona, comentario, cartel o
movimiento alrededor. Atendiendo al cielo y al suelo que se pisa junto al resto
de viajeros que caminan y resiguen tus pasos. Viajar para contar es ver lo que
está pero que nadie ve.
Eso es lo que hay, lo que veo y
recuerdo cada vez que abro mi caja azoriana. Por eso iré volviendo a ella, poquito a poco. Para poder abocar mis recuerdos y así seguir ahí cuando ya esté aquí de nuevo. Aquí de verdad, no como ahora. Cuando la rutina se apodere de mis horas, abriré la caja y pondré en mis manos
de nuevo la hoja del bosque camino al lagoa do congro, las rocas de la playa de
Mosteiros, la ramita de pino azoriano, las hortensias comunes o las princesas,
esas hojas de té de la Gorreana o el yeso del Monte Palace. Lo pondré en mi
mano y volverá a mí, y a vosotros, ese fado en voz de Mariza mientras saboreo
de nuevo la sopa de peixe en el pan.
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