Estamos
espesos. Vivimos en un sopor continuo, en un estado de alarma constante, en un
abandono de lo que éramos que ahora permanece horas y horas en el sofá.
Abandonados. Esperamos quién sabe qué, pero esperamos. Intentamos dejar huella
de todo lo que ocurre. Escribirlo, fotografiarlo, dejar recuerdos para que el
futuro no borre lo que existe tras el humo por el que transitamos. Lo dijo Carmen
Conde en una carta a Katherine Mansfield, “un diario – ¿lo dijo algún santo ya? – una sostenida
conciencia, y un análisis después, depurador y exacto.” Un diario a modo de
confesión. Para poder analizar con el paso del tiempo lo que vivimos desde
fuera, para reconocer el miedo que sentimos, para retener con precisión cada
detalle. Por eso necesitamos exprimir todo el ruido, que no se acomode el silencio
en el sofá.
Ana María Moix lo
afirmaba en sus cartas a Rosa Chacel. “Prefiero estos aullidos (como tú dices)
al silencio. El silencio es muy amplio, nunca se sabe qué encierra y, aún pero,
lo que no encierra. Un aullido es algo; el silencio puede ser todo, y en todo
puede estar lo peor.” Le decía Moix cuando tardaban en contestarse las
cartas. ¿Imagináis no tener redes, móviles o correos electrónicos? ¿Vivir con el
silencio más absoluto de aquellos que no están en nuestras cuatro paredes? Entonces
Chacel exigía aullidos a Moix, Conde sabía que escribía a Mansfield sin recibir respuesta. Ahora, aullamos para que no nos abandonen, porque no
queremos que el silencio llene de espacio en blanco nuestro diario.
Con la seguridad de que aquello
que anotamos, que aquello que compartimos en los aullidos, es tan solo nuestra
percepción de la realidad. En cada casa debe existir su pánico, su visión del futuro, su temor a aquellas manos que no querrán tocarlos más. Annie Ernaux escribía en Los años que
a veces no eran recuerdos de verdad, aquello que creíamos, sino que seguíamos
llamando así a algo que era otra cosa: marcadores de una época. Cada cual
creará sus propias imágenes, mientras, el mundo organizará unos marcadores,
unas cifras, unos detalles que escribirán la historia que es, la que será. Por eso
es tan importante que el silencio tan solo sirva para escuchar el canto de los
pájaros, no para separarnos, para aislarnos y dejar lo que queda de nosotros haciendo
forma acomodados ante el televisor.
Así intentamos sobrevivir
entre un aullido y otro. Pensando que el tiempo contenido entre ambos es una
preparación. Leí en Los mejores días de Magalí
Etchebarne, “esta es la densidad de las sorpresas, me dije. Van y vienen, y
el tiempo del medio, el tiempo en el que esperamos que algo pase, tiene su
propia música, un pase de manos entre el pálpito y el desconcierto.” Considerar
que los aullidos son sorpresas, como si fueran caricias acumuladas que se dejan
ir como globos de helio. Entre el pálpito y el desconcierto, anulemos el
silencio. Se despedía Moix, “Aulla pronto. Si tardas, volveré a escribir”. Haced
igual.
Esperamos a que estallen los geranios, abril 2020. |
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