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lunes, 20 de abril de 2020

Prefiero los aullidos

Estamos espesos. Vivimos en un sopor continuo, en un estado de alarma constante, en un abandono de lo que éramos que ahora permanece horas y horas en el sofá. Abandonados. Esperamos quién sabe qué, pero esperamos. Intentamos dejar huella de todo lo que ocurre. Escribirlo, fotografiarlo, dejar recuerdos para que el futuro no borre lo que existe tras el humo por el que transitamos. Lo dijo Carmen Conde en una carta a Katherine Mansfield, “un diario –  ¿lo dijo algún santo ya? – una sostenida conciencia, y un análisis después, depurador y exacto.” Un diario a modo de confesión. Para poder analizar con el paso del tiempo lo que vivimos desde fuera, para reconocer el miedo que sentimos, para retener con precisión cada detalle. Por eso necesitamos exprimir todo el ruido, que no se acomode el silencio en el sofá.

Ana María Moix lo afirmaba en sus cartas a Rosa Chacel. “Prefiero estos aullidos (como tú dices) al silencio. El silencio es muy amplio, nunca se sabe qué encierra y, aún pero, lo que no encierra. Un aullido es algo; el silencio puede ser todo, y en todo puede estar lo peor.” Le decía Moix cuando tardaban en contestarse las cartas. ¿Imagináis no tener redes, móviles o correos electrónicos? ¿Vivir con el silencio más absoluto de aquellos que no están en nuestras cuatro paredes? Entonces Chacel exigía aullidos a Moix, Conde sabía que escribía a Mansfield sin recibir respuesta. Ahora,  aullamos para que no nos abandonen, porque no queremos que el silencio llene de espacio en blanco nuestro diario.

Con la seguridad de que aquello que anotamos, que aquello que compartimos en los aullidos, es tan solo nuestra percepción de la realidad. En cada casa debe existir su pánico, su visión del futuro, su temor a aquellas manos que no querrán tocarlos más. Annie Ernaux escribía en Los años que a veces no eran recuerdos de verdad, aquello que creíamos, sino que seguíamos llamando así a algo que era otra cosa: marcadores de una época. Cada cual creará sus propias imágenes, mientras, el mundo organizará unos marcadores, unas cifras, unos detalles que escribirán la historia que es, la que será. Por eso es tan importante que el silencio tan solo sirva para escuchar el canto de los pájaros, no para separarnos, para aislarnos y dejar lo que queda de nosotros haciendo forma acomodados ante el televisor.

Así intentamos sobrevivir entre un aullido y otro. Pensando que el tiempo contenido entre ambos es una preparación. Leí en Los mejores días de Magalí Etchebarne, “esta es la densidad de las sorpresas, me dije. Van y vienen, y el tiempo del medio, el tiempo en el que esperamos que algo pase, tiene su propia música, un pase de manos entre el pálpito y el desconcierto.” Considerar que los aullidos son sorpresas, como si fueran caricias acumuladas que se dejan ir como globos de helio. Entre el pálpito y el desconcierto, anulemos el silencio. Se despedía Moix, “Aulla pronto. Si tardas, volveré a escribir”. Haced igual.


Esperamos a que estallen los geranios, abril 2020.

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