Estamos entre las páginas de El infinito en un
junco. Irene
Vallejo nos cita Desembalo mi biblioteca de Walter Benjamin y nos
adentramos en librerías de viejo a ver si nos hacemos con él. En esa búsqueda
hemos cerrado el libro y nos ha entrado hambre. Lavamos unas cuantas cerezas y
nos sentamos fuera. Sin terminar el bol, arrancamos las hojas secas, damos un
poco de agua a los geranios. Aún sin llegar a la última jardinera, comprobamos
que la ropa está seca y la recogemos con cuidado, pensando que deberíamos haber
puesto una lavadora. Quizá tengamos el cuerpo en estado de alarma. Deseamos estar
atentos a lo que nos rodea y picoteamos el tiempo. Repartimos los minutos para
no dejarnos nada importante sin regar. Lo que no se riega muere, nos avisamos.
No olvidamos lo que leíamos, pero
nos apetece releer lo subrayado de Annie
Ernaux en No he salido de mi noche.
Pensamos lo que nos desmonta esta mujer y repasamos los estantes anotando los títulos
que nos falta descubrir. Suspiramos porque aún son unos cuantos. Qué curioso
leer aunque duela. Dice Piedad
Bonnett en Los
habitados que le pide al dolor que persevere, que no se rinda al tiempo. No
olvidar el dolor, para ser conscientes de que dolerá siempre. Para asimilarlo
al costado, como un dolor de riñón que nunca cesa. Recuerdo que debería poner una
lavadora. Selecciono la ropa y pienso en las películas pendientes que me dije
que vería durante el confinamiento. He apilado a Ernaux, ya más tarde leeré lo
que falta.
Me absorbe por completo Retrato de una mujer en
llamas. Me crea un nudo en el estómago, me genera añoranza, me angustia. A lo
mejor tenía razón Bonnett. Me recreo en
el vestuario, en las miradas, y me estremezco cuando se rozan. “Existir es ser acariciado”,
eso he releído hace un rato en Ernaux. Me invade la pena. "¿Recuerdas la primera
vez que pensaste en besarme?", le dice Héloïse a Marianne. Claro que lo recuerdo,
pienso. Interpretan el mito de Eurídice y Orfeo. ¡Gírate!, gritaría yo entonces.
La película me devuelve la añoranza y las palabras de Andrea Köhler. “Al final, venga lo que venga, nuestra añoranza nos deja siempre atrás”. No podemos con ella, ni con el dolor que persevera. En los créditos finales decidimos que nos cortaremos el pelo como Marianne, informamos ipso facto a la peluquera. Mientras, ya nos enfundamos las mallas. Necesitamos caminar todo eso que hemos visto.
La película me devuelve la añoranza y las palabras de Andrea Köhler. “Al final, venga lo que venga, nuestra añoranza nos deja siempre atrás”. No podemos con ella, ni con el dolor que persevera. En los créditos finales decidimos que nos cortaremos el pelo como Marianne, informamos ipso facto a la peluquera. Mientras, ya nos enfundamos las mallas. Necesitamos caminar todo eso que hemos visto.
Foto y vídeo, fase 1. Mayo 2020
Salimos. Hace calor. Activamos el reloj para que cuente la carrera. Pero antes de iniciar el trote
tenemos la necesidad de escribir un mensaje. Cada escena nos ha removido y debemos
compartirlo. Tenemos urgencia de explicarnos. Cruzamos
la carretera y borramos el mensaje. Tal vez la pena desvanece la urgencia. Hay ocasiones en que es imposible aligerar
el ritmo, nos paramos cada poco para sacar el móvil y fotografiar. Estamos seguros
de que ese cielo no regresará. Es un regalo. Poco más allá encontramos una flor
que nunca habíamos visto. Tiene un color liloso y mil capas una encima de la
otra. Indagaremos luego, nos decimos.
Leila Guerriero apuntaba en un artículo cómo danzamos todo el día entre las cosas. Cómo lo que antes nos consolaba, ahora solo es un momento entre otros muchos. ¿Nos habremos acostumbrado a no valorar, a no cuidar, a no regar? Vivimos inquietos y parecemos abejas que revolotean. Recuerdo un verso de Paul Éluard que dice “el tiempo desborda”. No llegamos a todo, pero debemos alcanzar lo que no queremos que desaparezca. Para atesorar hay que cuidar, no sé a quién se lo leí, no es la primera vez que lo escribo. Voy a buscarlo.
Si que hi és a Movistar!!!! Per llogar!!!!
ResponderEliminarJa diràs què et sembla!!! ;)
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