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lunes, 25 de mayo de 2020

El tiempo desborda

Estamos entre las páginas de El infinito en un junco. Irene Vallejo nos cita Desembalo mi biblioteca de Walter Benjamin y nos adentramos en librerías de viejo a ver si nos hacemos con él. En esa búsqueda hemos cerrado el libro y nos ha entrado hambre. Lavamos unas cuantas cerezas y nos sentamos fuera. Sin terminar el bol, arrancamos las hojas secas, damos un poco de agua a los geranios. Aún sin llegar a la última jardinera, comprobamos que la ropa está seca y la recogemos con cuidado, pensando que deberíamos haber puesto una lavadora. Quizá tengamos el cuerpo en estado de alarma. Deseamos estar atentos a lo que nos rodea y picoteamos el tiempo. Repartimos los minutos para no dejarnos nada importante sin regar. Lo que no se riega muere, nos avisamos.

No olvidamos lo que leíamos, pero nos apetece releer lo subrayado de Annie Ernaux en No he salido de mi noche. Pensamos lo que nos desmonta esta mujer y repasamos los estantes anotando los títulos que nos falta descubrir. Suspiramos porque aún son unos cuantos. Qué curioso leer aunque duela. Dice Piedad Bonnett en Los habitados que le pide al dolor que persevere, que no se rinda al tiempo. No olvidar el dolor, para ser conscientes de que dolerá siempre. Para asimilarlo al costado, como un dolor de riñón que nunca cesa. Recuerdo que debería poner una lavadora. Selecciono la ropa y pienso en las películas pendientes que me dije que vería durante el confinamiento. He apilado a Ernaux, ya más tarde leeré lo que falta.

Me absorbe por completo Retrato de una mujer en llamas. Me crea un nudo en el estómago, me genera añoranza, me angustia. A lo mejor tenía razón Bonnett. Me recreo en el vestuario, en las miradas, y me estremezco cuando se rozan. “Existir es ser acariciado”, eso he releído hace un rato en Ernaux. Me invade la pena. "¿Recuerdas la primera vez que pensaste en besarme?", le dice Héloïse a Marianne. Claro que lo recuerdo, pienso. Interpretan el mito de Eurídice y Orfeo. ¡Gírate!, gritaría yo entonces. 

La película me devuelve la añoranza y las palabras de Andrea Köhler. “Al final, venga lo que venga, nuestra añoranza nos deja siempre atrás”. No podemos con ella, ni con el dolor que persevera. En los créditos finales decidimos que nos cortaremos el pelo como Marianne, informamos ipso facto a la peluquera. Mientras, ya nos enfundamos las mallas. Necesitamos caminar todo eso que hemos visto.

Foto y vídeo, fase 1. Mayo 2020

Salimos. Hace calor. Activamos el reloj para que cuente la carrera. Pero antes de iniciar el trote tenemos la necesidad de escribir un mensaje. Cada escena nos ha removido y debemos compartirlo. Tenemos urgencia de explicarnos. Cruzamos la carretera y borramos el mensaje. Tal vez la pena desvanece la urgencia. Hay ocasiones en que es imposible aligerar el ritmo, nos paramos cada poco para sacar el móvil y fotografiar. Estamos seguros de que ese cielo no regresará. Es un regalo. Poco más allá encontramos una flor que nunca habíamos visto. Tiene un color liloso y mil capas una encima de la otra. Indagaremos luego, nos decimos.

Leila Guerriero apuntaba en un artículo cómo danzamos todo el día entre las cosas. Cómo lo que antes nos consolaba, ahora solo es un momento entre otros muchos. ¿Nos habremos acostumbrado a no valorar, a no cuidar, a no regar? Vivimos inquietos y parecemos abejas que revolotean. Recuerdo un verso de Paul Éluard que dice “el tiempo desborda”. No llegamos a todo, pero debemos alcanzar lo que no queremos que desaparezca. Para atesorar hay que cuidar, no sé a quién se lo leí, no es la primera vez que lo escribo. Voy a buscarlo.

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