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lunes, 21 de septiembre de 2020

La tregua en el aturdimiento

Septiembre tiene algo de turbio, de triste, de comienzo agridulce. Leila Guerriero hablaba en "Irse así" de la existencia de una luz sin dudas. No es así la luz de este empezar el año nuevo, el del curso escolar. Luce el sol cargado de incertidumbre como si no calentara lo suficiente, como si las dudas o el miedo consiguieran que tan solo ilumine, pero no caliente.

Cabe la posibilidad de que llegue el lector y vuelva a pensar que el victimismo se apodera de estas líneas, puede irse. A veces una debe rendirse a sus pensamientos y dejar afuera, lejos y con restricción, a aquel que no la cree. ¿A quién nos debemos? Nos debemos a los que añoramos. Quizá por eso este mes se cuece en el fuego lento de la nostalgia, porque hay mucho y no hay sitio para todo.

Se acumulan efemérides en estos días que hacen visible el hueco. Regresan adioses sin despedida. “Deberíamos meter todos la cabeza en un nicho / hasta que deje de dolernos el mundo”. Estos versos de Ángelo Néstore me han curado un poco esta semana. Ser conscientes de que se van, que no están para siempre, que puede que hayan quedado cicatrices sin sanar. Hasta que deje de dolernos el mundo. Este año, inolvidable en nuestros dietarios, me quedo con esa idea: dolernos el mundo.

Estany de Ratera, agosto 2020.

Parece que el final del verano nos devuelve lo que robó el calor, lo que se llevó lejos, aquello que tanto ansiamos que regrese. Aunque nunca termina de llegar. Se resiste a la entrada del frío, pone el freno a esa urgencia nuestra por recuperarlo. Escribía María Gainza en El nervio óptico que en ocasiones cuando uno se acostumbra a algo termina por entumecerse. ¿Será que se le ha entumecido el verano? Que siente el hormigueo en sus pasos, la torpeza de movimiento, que ha perdido la brújula que le devuelve al camino.

Nos obligamos a pensar, entonces, que exigimos esos regresos desentumecidos para que nos curen el dolor del mundo en este septiembre turbio. Egoístas, podrían llamarnos. En esta mezcla de nostalgia buena y mala. La de la pena y la del reencuentro. Contradicciones que nos hacen ser quienes somos.

A la extraña normalidad de los septiembres de antaño añadimos la barbarie del 2020. Nos peleamos cada mañana por intentar, parafraseando a Sara Mesa en Un amor, buscar la tregua en el aturdimiento. Rastreando aquello a lo que no sabemos poner nombre, como escribía Guerriero: “eso que no es confianza ni amor ni ninguna otra cosa. Que nunca es triste cuando termina. (Pero que a veces es inmensamente triste).” Inmensamente triste es, sin duda, buscar la tregua tras el verano.  

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