Los hay a los que les molesta que enumere. Soy así. Entusiasta en resumir las cosas que he hecho como si fueran un logro, listar lo que me agrada o lo que me enturbia, apuntar los detalles del día instante por instante. Les debe importunar pensando que las enumeraciones son para presumir, será que no me conocen. Los listados son siempre para aprender.
Llego a esta idea tras
leer a Desirée
de Fez en Reina del
grito. Especifica sus temblores y los asocia a las películas de terror que
la han acompañado. El miedo se logra sobrellevar pasando miedo, identificando
por qué una siente terror en esa escena, con qué pavor propio lo relaciona. Es
una manera valiente de abrir los ojos. Quizá si lo hubiera pensado así,
haciendo una lista de fobias y buscándolas en pantalla, hubiera visto un mayor número
de esas películas. Listas de desasosiegos, podría llamarla.
Pensaba entre sus páginas
en mi experiencia lectora y en cómo podría recorrer mis temores con las líneas
que me ayudaron a identificarlos. Igual que de Fez. Porque leer implica verse
en el espejo que suponen esos párrafos, darse de bruces con lo que no se ha
dicho en voz alta pero que nos martillea poco a poco, brutalmente o con
cuidado, y no nos deja dormir.
Desde el primer susto hasta el último. La primera vez que viví angustia con una historia fue con El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett, coincido en esa lectura con Mariana Enríquez, y el último fue justamente con Nuestra parte de noche. Como en la película de Julio Médem, "Los amantes del círculo polar", todo deben ser círculos, incluso el miedo. Recuerdo mi rostro aterrorizado con aquellas páginas y las amenazas de mi madre de quitármelas. Vivía con aquel libro una situación de temor ya conocida. Aunque siempre ocultaba mis escalofríos en la vida real. Mientras leía era libre de sentirlos y no disimularlos. Tal vez era eso lo que incomodaba.
Crecer implica sumar
terrores. Al miedo al maltrato físico y psicológico, Caroline Lamarche en La memoria del
aire, me hizo ver que esa exigencia a sonreír para no molestar era real.
Real y cruel. Al miedo al mundo exterior, Fernanda Trías relata en La azotea esa
sensación de aguantar el miedo. ¡Aguantar! ¡Qué salvajada! Al miedo a la
muerte, a la pérdida, al aprender a vivir sin ellos, Joan Didion en El
año del pensamiento mágico, consiguió que llorara y llorara y llorara ante
la contundente afirmación de que “te sientas a cenar… y ya no estás”. Ya no. Seguiría enumerando.
Listas de pánicos
inacabables. Lecturas que atemorizan y se dejan. Esas también. Aquellas a las que
sabes que te exigirás volver para analizar qué es eso que no quieres
reconocer. Volveré, lo haré. Escribe de Fez: “Sigo creyendo que muchos miedos,
demasiados, permanecen porque son estructurales, porque están tan asentados y
equivocadamente asumidos que es muy difícil acabar con ellos de un día para
otro. Que otros miedos pasan de generación en generación sin que sepamos muy
bien por qué. A veces nos enfrentamos a ellos y otras los aceptamos como una
herencia con la que simplemente tenemos que aprender a vivir. Y que hay también
nuevos miedos al acecho”. Miedos heredados y otros nuevos, sin más remedio que ser
atendidos para ser vencidos. Quizá por eso vaya al Festival de Sitges, aunque sufra,
para aprender a qué cobardías me enfrento. Quizá sí. De todas maneras seguiré
haciendo listas de mis miedos, leyendo aquello que me ayude a desafiarlos, porque sé, gracias Desirée, que solo la conciencia de que existen nos
hace fuertes.
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