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lunes, 27 de noviembre de 2017

Como arañas

Louise Bourgeois representó a su madre en una araña de casi 9 metros. Dejando de lado hoy la figura que representaba para ella, me quedo con la dualidad de la araña, la tejedora. La protectora y depredadora al mismo tiempo. La que utiliza la seda tanto para fabricar el capullo como para cazar a su presa, encarnando a su vez la fortaleza y la fragilidad. Así somos las tejedoras, las mujeres que hay detrás de las agujas, las que luchan y las que traman tejido. Las que ovillan el hilo y las que sacan las garras. Todos tenemos esa dualidad y cada uno representa su parte sensible de la manera que desea, que puede, que se le deja. De la misma manera que el contrapunto de la fuerza también puede estar unido al hilo, ¿por qué no?.



Estas madejas de Madelinetosh Merino Light en colores Pop Rocks y Candlewick, llegaron directamente desde la tienda Purl Soho de Nueva York. Su misión era convertirse en el Aisling proclamado a gritos desde aquí mismo. Pero, lo que tiene ser araña, la lana se acabó antes que el chal. Muchas veces existen los finales antes de que terminen las historias.

Como escribió Chacel en Teresa, y ahora me lo recuerda, el Aisling vendría a ser un poco como el amor. Metáfora chaceliana sacada de la chistera de esta tejedora. “El amor siempre le había parecido, más que un choque, una confluencia impetuosa; ahora veía que era solamente como la llama de dos cirios, algo que, aun siendo homogéneo, puede apagarse en uno y seguir ardiendo en el otro.” Lo mismo que un amor, que uno arde y el otro ya no da luz, pasó con estas lanas. La amarilla cumplió su deber y la rosa se apagó antes de finalizar su cometido. Y ahí vuelve a aparecer la araña.




La que lucha, la que busca, que pide, que exige, que grita a los cuatro vientos porque no puede retener a su presa, porque ya no existe esa lana rosada en lugar del mundo. La que mueve cielo y tierra para terminar su tela de araña, la que necesita sí o sí culminar su obra. La que hizo lo que pudo, para acabar tejiendo con la madeja de otra araña. Es un tono distinto, pero proviene de una madre arácnida, de una guerrera. Quizás fuera el destino quien quiso que se acabara esa pop rocks en todo alijo lanero, para terminar tejiendo con la lana de Elena.  

Porque las cosas no son como son al azar. Habrá quien crea que el cuadro de "Las Hilanderas" de Velázquez es una simple escena cotidiana de mujeres a la rueca. ¡Nunca un cuadro es tan solo la imagen que se ve! Como no lo es la Maman de Bourgeois. Este cuenta tras él, a grandes rasgos, la historia de Palas y Aracne, incluida en la Metamorfosis de Ovidio. Aracne gana en su competición de hilanderas a Palas. Y esta, en su lado furioso, la transforma en araña para que teja y teja y teja sin cesar toda su vida. Ahí vuelve a aparecer nuestra dualidad, nuestra fuerza que a veces es furia, incontrolables nosotras las arañas. Eso sí, chal terminado por el Ying y el Yang arácnido que día a día me acompaña.


lunes, 20 de noviembre de 2017

Amarcord

Dora Maar decidió fotografiar las distintas fases del mural del Guernica, brindándonos para la posteridad una ocasión extraordinaria de estudiar el pensamiento plástico de Picasso. Victoria Combalía nos acerca a la maravillosa fotografía de Dora en su biografía. Vemos en ella la manera en que una serie de imágenes nos servirán como recuerdo de un proceso mágico, a la vez que asombroso, donde el maestro plasmó el dolor en toda su intensidad. Dora fotografió cada avance en el taller, desde el esbozo hasta el coloreado en grises final. Sin esas fotos habría lagunas entre nuestras diapositivas históricas.

La fotografía es un canal de memoria. Una herramienta que nos permite volver al pasado, recuperarlo en su justo color, con la luz que brillaba y el escenario preciso. Sin ella, quizás, recordaríamos todo un poco más fugaz, menos nítido, más improvisado, con un “tal vez” que no aseguraría el que así fuera o no fuera. Las fotos nos sitúan en nuestra línea de vida, una tras otra. 

Llorenç Melgosa dice que hay que atrapar esos recuerdos con esparadrapo, que hay que sujetarlos como si fueran heridas, marcas, cicatrices; no con cinta, ni chinchetas, sino con el vendaje para sanarlos y que no caigan. Así creó la exposición Amarcord en que recorre su vida a través de 12 recuerdos fotografiados. Cada una de las imágenes tiene una historia explicada detrás, sin la cual la fotografía pierde sentido. Sin esa explicación son mudas, y con ella se convierten en emoción y nostalgia. Mientras escuchaba sus historias y me deleitaba con cada una de las imágenes, pensé en si podría escoger “mis fotos para el esparadrapo”. Difícil elección, claro. Pero hay algunas, concretas, definidas, recuperadas con asiduidad, que sabes que describen a la perfección un instante; y que ese instante vive por y en ellas. Conseguí elegir tan solo tres.

Lugar indeterminado (diría que Alfés). Verano del 92.
Simboliza para mí el mejor vestigio de mi infancia. Prefería pasar mis horas, sobre todo tras las comidas, en mi cuarto antes que en otro lugar. Me parecía que la luz que dejaban pasar mis porticones era la más mágica del mundo. Y creía, de verdad de la buena, que esa luz era como era por el porticón de madera que atravesaba. El día que decidieron cambiar las ventanas en mi casa se me apagó la luz. Perdería los rayos que alumbraban mis lecturas, mis diarios, mis pensamientos. Se irían con la blancura del pvc. Tan solo pedí una cosa.: un acto de despedida en toda regla. Un entierro silencioso, pero digno, un adiós en familia a mi ventana al mundo, una sesión de fotos; solo pedía eso. Y lo tuve. Es el mejor recuerdo familiar que conservo, por hacer posible una historia y cerrar los ojos ante la locura de la niñita enamorada de una luz.

Los Llanos de la Larri. Verano 2005.
Existen personas a las que quedamos unidos a través de un lugar caminado juntos. Un cielo que nos recordará siempre una sonrisa. Unas montañas que dejan de ser tan verdes cuando el otro ya no está. Mi tío Joaquín restará perpetuamente en esos Llanos de la Larri. La última vez que subimos fue en 2005 y entonces inmortalicé el cielo que nos acogió. Esa foto, ese valle, me lo trae de nuevo con la claridad del cielo azul. Más que las fotos en que aparece, mucho más, lo recupera ese verde y ese cielo que lo acunaba, el que estaba en sus pensamientos sin cesar. Sus montañas. Las fotos también reviven a los que no están aunque no salgan en ellas.

Marzo 2014. © foto: Llorenç Melgosa Alonso.
En mi salón luce esta foto impresa en lienzo. Imagen de una culminación, de un esfuerzo, un logro compartido, una ilusión cumplida. Con Elena de la mano y con el mismo Llorenç Melgosa inmortalizando la gesta. Coronamos la Seu Vella de Lleida con más de 30m tejidos, con muchos meses de trabajo y colaboraciones inesperadas y agradecidas. Vivencias de piel de gallina, de abrazos sentidos y lágrimas incontenidas. Queda una sensación tan gratificante cuando alguien captura una emoción… por eso creemos que Llorenç no apareció en nuestras vidas porque sí, sino porque venía para captar lo que flotaba y él sabe hacerlo porque lleva el esparadrapo en el bolsillo. 

lunes, 13 de noviembre de 2017

¿Es siempre la misma luz?

“Porque la luz, claro que la hay, pero no puede uno decir que la ha visto como se ve un pájaro, como se ve un árbol, como se ve una casa. Y, sin embargo, yo puedo decir que la recuerdo a ella. Recuerdo su color y hasta su olor… Es tonto, pero aquel olor era como cuando pasa cerca una de esas señoras que van muy perfumadas, que van dejando una estela… Daba ganas de ir detrás, de ir siguiendo aquello que pasaba y lo llenaba todo… y era la luz. Ahora voy a procurar ver la luz en todas partes, pero claro, no será la misma… ¿O es la misma siempre?...”


Eva con su Aisling Shawl.

Desde niña he recordado la luz de mis vivencias. Parecerá una locura, pero llegada a mis manos la novela de Chacel supe que no era tan extraño recordar su color en determinados momentos archivados. El tono, el olor, la compañía. La de la siesta, por ejemplo, de la siesta de invierno. Esa entra como un rayo por la parte izquierda de mi ventana, entra dorada, color oro siempre me ha parecido, y lo hace silenciosa como haciendo tributo al señorío del momento. Como si supiera que ese descanso es tan solo de unos minutos, como si se debiera a él, como si pasara de puntillas para no despertar a los que duermen.

La primera del día y la del ocaso, ¿no miráis todos al cielo para ver cómo saluda o se despide? Con ese fuego, ese rapidez con que se va, el ímpetu con que aparece. Habrá días, en los que ocurra algo importante de verdad, en que no podréis olvidarla. Aunque creáis que recordáis el cielo, lo que se queda con vosotros es esa luz que os ha acompañado.

Muchas veces ocultará las dudas, como apuntó María Sotomayor “Observamos el movimiento de las dudas / en los ojos de los otros / en las moléculas que la luz traduce…” porque no podemos tocarla, no podemos archivarla con textura, pero contiene tanto que puede llenar nuestros recuerdos. Puede ocultar las dudas, el miedo, la sonrisa y hasta la pasión que acarició con nosotros.

Esther con su Blooming Shawl.

Puede llevarnos a las meriendas, a la luz del salón de los abuelos mientras sostenemos el pan con mantequilla. Y recordar entonces que ahí, con esa tenue claridad para no molestar al abuelo que dormía a media tarde, empezó la pasión por la manteca. Tal vez por ella, por la tranquilidad, por verle a él dormir, por ser raíz y herencia de tantas cosas. Sara Herrera Peralta dijo que “Algún día sabremos hasta donde / puede llegar la luz / cuando atraviesa las hojas y la raíz / del sauce…” Algún día, con los años, recordaremos todas las luces que siguen con nosotros, en nuestras fotos, en nuestros apuntes, en nuestra memoria. Ese conjunto de destellos también hablará sobre nosotras, como los olores, los silencios, las sonrisas o las caricias.

El otro día, junto a mis tejedoras, viví un momento de resplandor que no creo que olvidemos. Era un brillo asombroso y sentimos la necesidad de ir pasando por él, para capturarlo, para enseñarle nuestros chales. Fue como una ofrenda por la que fuimos desfilando una a una las tres, como si bautizáramos nuestras creaciones en aquella luminosidad que nos parecía un regalo. Así inmortalizamos horas de esfuerzo al amparo de esa luz, esta que veis en las fotos. Porque no estamos locas, porque solo hay que vivir mirando lo que nos rodea, sintiéndolo y no dejando escapar ni un haz de polvo mágico que se nos presente. 

Sarah con su Blooming Shawl.

lunes, 6 de noviembre de 2017

¿Leedores o lectores?

Pertenezco a un tiempo y a una experiencia, soy lo que soy por los libros que he leído.


Cuando leí este libro de García Montero sobre las lecturas de Lorca asentí constantemente en la idea de resumir quienes somos o en quien nos convertimos a través de lo que leemos. La literatura que acompaña a nuestra vida nos va formando como personas, nos va convirtiendo en lo que somos. Nos hace escribir de maneras distintas, tener ideas que fluyen y se distancian de anteriores creencias, nos llevan de un libro a otro y de un escritor a otro también. Conociendo esos distintos personajes, sus vidas, sus maneras de hacer, qué leyeron; hacemos nosotros un paso más intenso por sus páginas, más digno, más fiel. Y así acaban influyendo en nuestra propia historia.

Hace tres años que anoto aquí mismo cada una de mis lecturas (terminadas, perdonad todas aquellas que siguen conmigo poquito a poco y sin dejarse ir del todo). Dejé de escribir mi diario pero esa recopilación sería un poco como su continuación. Analizando los registros se observa el estilo escogido, el momento vivido, los sentimientos de los que se vienen y a los que se van, los autores seleccionados y los recurrentes. Sobre todo se conoce a una lectora y se llega a la persona que sostiene todas esas páginas con el paso de los años. Sin pensar en si existe o no evolución, pero sí un cambio en la escritura y en el equipaje en cuanto a formación literaria que lleva consigo. Formación referente a cómo cada libro la cambia como persona ya que supone un aprendizaje, un deseo de saber, de descubrir; un conjunto de hilos que no desea cesar de estirar y que la lleven de unos a otros. Aprender constantemente.

Pedro Salinas publicó un ensayo en 1948 titulado “Defensa de la lectura”. En él distinguía entre leedores y lectores. “El primero resbala con prisas sobre un libro para solucionar la urgencia de prepararse un examen, una clase, una inversión en bolsa o la vanidad de estar a la última en las noticias y los títulos. El segundo lee por amor al libro, a un libro cada vez, y solo desea compartir con él unas horas”, extraía del trabajo LGM. Tal vez todos seamos, en ocasiones, leedores de algunas publicaciones; pero los lectores lo somos por conciencia, herencia y dedicación. Porque vivimos las historias, las interiorizamos, las extrapolamos a nuestro caminar, las compartimos con los que queremos, las estudiamos, escribimos sobre ellas, las hacemos nuestras; pasan a convivir de por vida con nosotros. Cada uno se sabe leedor o lector.

Exposición de la Galería Lello en Oporto. Julio '17
Todo esto nos hace llegar al punto del testamento, al menos a mí. Suelo visitar semanalmente una librería de viejo de mi ciudad. En busca y captura de aquel tesoro del que alguien se haya desprendido y que a mí me ponga la piel de gallina. Estar allí siempre me hace pensar en quiénes han dejado esos libros, en qué casas estuvieron con anterioridad, si fueron leídos, si eran regalos, si se vendieron por despecho o por venganza.

Cuando encuentro una caja sin abrir que proviene de una sola persona, todavía no colocada en los estantes, siempre le pido a mi librero poder investigarla. Abrir y conocer al lector del hallazgo sin saber de él más que sus lecturas. Intentar adivinar el perfil de la persona, sus pasos literarios, su bagaje, el porqué de su desprendimiento. ¿Lo más escalofriante? Las casas que vacía cuando el dueño ha fallecido, cuando los herederos no quieren el papel, cuando bibliotecas enteras son desalojadas de las casas y se hacen polvo como el propietario. Propietario que, por suerte, ya no puede ver cómo su equipaje lector desaparece de un plumazo.

Le hace pensar a una en su testamento bibliófilo. En dejar por escrito, como mandato, exigencia, deseo, necesidad o desesperación, la no-pérdida de una herencia tan vivida y tan parte de una. Le dan ganas de escribir los destinatarios de cada uno de los títulos, como si fueran tesoros, las mejores cuentas bancarias que se pueden dejar. Porque quién sabe qué será de todo ello, de todo este papel que le ha hecho a una ser como es, escribir como escribe, desear como hace y amar como se impone día a día gracias a lo leído. 

Exposición de la Galería Lello en Oporto. Julio '17