Nos faltan voces, nos faltan abrazos, nos faltan. Con esas ausencias seguimos manteniendo, en la amargura, el espesor y la solidez de las
paredes de la casa. Leila Guerriero
escribía de esa amargura sin haber estado confinada, me pregunto qué escribirá
estos días. Estos días en los que pensamos en ese “nosotros” del que ayer
hablaba María
Sánchez. Ese “nosotros”, a la salida. ¿Quién nos asegura que nos esperen al
salir? ¿Quién nos dice que esas voces, esos abrazos, esos que nos faltan, no se
acostumbrarán a no tenernos? ¿Quién nos asegura que extenderán las risas cuando
nos abran la puerta? ¿Por qué no pensar que ya no seremos necesarios, que
habrán aprendido a vivir sin nosotros? Tal vez, el mundo desee andar solo
cuando todo esto acabe.
Por eso mismo, por ese posible olvido de los que no están en
el espesor de nuestras paredes, Yan
Lianke escribía hace un par de días a sus alumnos que, “a medida que el
tiempo fluye y va quedando atrás, sobreviene un olvido inmenso. La carne pierde
el alma. Y cuando todo recobra la calma, ese minúsculo sustento de una verdad
que podría remover el mundo deja también de existir.” Recomienda escribir,
escribirlo todo para no olvidar cuando todo esto haya pasado. Para no olvidar
lo que lloramos, lo que leímos, los que estuvieron. Para que no se pierdan los
que aguantaron el llanto sin huir, los que arroparon en la distancia como si
estuvieran aquí, los que tuvieron la necesidad de crear su historia junto a la
nuestra. La carne pierde el alma. Hay que cuidarla, como dicen los versos de Pilar
Adón en Las órdenes, “sostener el alma, guardarla en su armadura, / y que
no cesen las tripas, las pulsaciones / ni los flujos”. Sostener el alma, aunque
sigamos latiendo. Que cuando todo esto acabe nos quede el alma, la armadura y
la memoria.
“La memoria no puede transformar el mundo, pero sí dotarnos
de una verdad interior.” Lianke afirma que todos los sentimientos vividos estos
días, si no se guardan, se verán desbordados por la calma venidera, cuando sea,
y que nada quedará si no está escrito. Que nos quede la memoria, de ahí mi
diario de confinamiento. Para recordar el “nosotros” de ahora, por si la calma
se lo lleva y el mundo prefiere andar solo cuando todo esto acabe. Para hacer
reales, en unos años, las lágrimas por todo lo que ahora falta, la sonrisa al
sol de la terraza, los primeros pasos de la pequeña de la familia. Los
comoestás que sobresaltan, las frases subrayadas en los libros, los aforismos a
los que nos agarramos como verdades absolutas, las dedicatorias en los directos
de Ben Clark. Porque, como dice
Adón, hay que sobrevivir sumando caldos y yogures. Seguir, escribiéndolo todo,
pero seguir aunque no exista el “nosotros” que nos espere cuando todo esto
acabe. Seguir y que nos quede la memoria junto a la armadura.
Abramos la ventana... tal vez nos lleve a Ponta Delgada de nuevo. |
No Ens pot marxar l’ànima de la carn!!!!!
ResponderEliminarAra hi està pels pèls... aixxxx
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