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lunes, 23 de noviembre de 2020

La llave mágica

Mientras la lectura sea para nosotros la iniciadora cuyas llaves mágicas nos abren en nuestro interior la puerta de estancias a las que no hubiéramos sabido llegar solos, su papel en nuestra vida es saludable”.

No entiendo a un lector, con carné colgado al cuello (hasta los presumidos y arrogantes que todo lo saben), que no haya leído Sobre la lectura de Proust. Yo siempre regreso a él para recordar por qué y para qué leo. Para que me repita que un lector es aquel que desea que no termine nunca la historia, aquel que cree que pierde a esos personajes y qué será de él sin conocer las desventuras de sus vidas. Leemos para abrir puertas. Puertas que teníamos tapiadas, sin picaporte, ni luz ni sonido al otro lado. Por eso leemos, para arrancar las postillas de las heridas que sabíamos sanadas.

Pienso también en por qué escribimos. A menudo esa pregunta me ha hecho parar el ritmo de escritura y dejar de publicar. Reflexiono si me conduce a algún sitio este post semanal, si alguien está ahí, si interesa lo que esta de aquí aboca y siente y padece. Y freno. Luego regreso como si todos esos pensamientos se hubieran esfumado y no me interrogo más. Hasta la siguiente crisis, de manera cíclica y constante.

Una deja de mirar las estadísticas de visitas. No le importa si nadie comparte el post o se molesta en dejar un comentario o si no recibe mensajes sobre el texto. No escribe para todo eso. No se aplaude ni se alaba ni espera ramos de flores. Escribe para abrir y cerrar puertas y cree que, tal vez, aquel que llegue lo haga con el “malsano intento de querer leer entre líneas para comprobar si el texto de otro dice algo sobre nosotros”. Acertada afirmación de Tamara Kamenszain en El libro de Tamar. Hay que saber indagar por qué se lee y por qué se escribe. Intentar verse en los textos de otros para reconocer qué miedos van con una todos los días en el metro o esperan con ella en los semáforos. Sin olvidar, jamás, que se puede estar en ambos lados del camino. Leyendo y (mal) escribiendo, debiéndose a las palabras con respeto y admiración.

Lectora en las Azores, agosto 2019.


Todo esto viene por la sorpresa de hace unos pocos días. Por una lectora que ha desvelado el secreto de su espera todos los lunes. Por una lectora que ha dicho que octubre estuvo vacío sin publicaciones. Por una lectora que dice sentirse acompañada con estas confesiones. Acompañar. Ese verbo no formaba parte de mi lista de porqués. Estas líneas acompañan. La emoción me dijo entonces que escribiera, aunque solo lea ella. Me dijo que evite el vacío, porque escribió Arelis Uribe en Quiltras que el tiempo vacío tiene la particularidad de ser veloz en su densidad”. El vacío se traga los días y los deja blancos, sin relatos ni personajes. El vacío defrauda a Proust porque le genera la orfandad de historias y de puertas.

Por eso escribimos, para estar ahí. Porque hay vivencias, sueños, inquietudes y saudades por contar. Porque hay soñadoras al otro lado. Porque dijo Ana María Moix en A imagen y semejanza que “la belleza cómo mata jugando de verdad a las controversias”. Todo lo bello nos llena, aunque sea triste, calma las polémicas internas y nos da la llave mágica para abrir las puertas.

Gràcies, Mònica, per obrir la porta i fer morir les controvèrsies.   

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