Recordé hace unos días a María Gainza contar en El nervio óptico cómo mirando un cuadro de Augusto Schiavoni una creía ver el mar sin ver el mar. “No había un mar para ver desde esa ventana pero se podría pensar que sí, por la manera intensa que tenía Schiavoni de mirar hacia afuera.” Pensé entonces que es un ejercicio que nos toca hacer esta Navidad. Creer lo que no vemos, saborear lo que no viene. También el mar, sí, junto a todo lo demás.
Durante el confinamiento pensamos que cada minuto vivido
superaba el anterior porque cuando se está con los pies dentro una no ve más
allá del charco. Los pies mojados, el pantalón hundido en el barro. Lo clavó
Annie Ernaux en Memoria de chica: “la
incomprensión de lo que se vive en el momento en que se vive, esa opacidad del
presente debería agujerear cada frase, cada aserto.” No entendemos y lo
tapamos. Lo sumergimos bien en ese charco en el que tenemos los pies y nos
repetimos que nada ocurre. Nada nos afecta. Construimos imágenes, vemos el mar
sin tenerlo delante, y guardamos.
Aprendemos a guardar instantes que necesitamos. Atesoramos esperanzas de abrazos venideros, de roces y caricias con la mano prieta. Por eso tejí los abrazos de Arne & Carlos en el encierro más oscuro. Porque añoraba hasta los que no había dado nunca. Sorprendida muchas veces de eso mismo. De echar de menos sin haber vivido lo que echaba de menos. Carmen Laforet le escribió algo así a Elena Fortún: “Te echo de menos, como si hubiera tenido la costumbre de verte cada día”. Afloró en nosotros la urgencia, como si nunca hubiéramos visto el mar.
Los tejí con mis manos débiles. Infinitos, cálidos y halagüeños. Imaginarios. Estos días los he repartido. Entregas sin apretones más que los laneros. Contradicciones pandémicas. Igual que el mar sin mar de Schiavoni, los abrazos sin abrazos. Para que los conserven a la espera del día en que no sean solo ensoñaciones. Para que la ausencia parezca más llevadera.
Mientras preparaba este post, me hacía consciente de la lista de cosas que voy a echar en falta. Las personas que no van a estar, quizá ya no estaban otras fiestas, y que voy a precisar estos días. Me decía que los mimos tejidos están a buen recaudo. Y leí a Leila Guerriero y me desmonté de nuevo.
“Hoy no extraño los cines. No extraño las ciudades. No extraño a mi padre ni a mis hermanos. Extraño eso. El riesgo, el arrebato. Vivir como si uno estuviera todo el tiempo aullándole a los trenes, dispuesta a atropellar.”
Extrañamos aullidos propios, acciones que no somos, ni seremos, capaces de llevar a cabo. Nos deseamos atropellando, pero sumergimos la cabeza en el charco, no solo los pies, y no nos damos cuenta de que la única solución es mirar intensamente hacia afuera a lo Shchiovani. Mirar intensamente y hacer real y palpable el abrazo y el arrebato y el mar. Feliz Navidad.
I no saps el que noto l'escalf de l'abraçada des de la tauleta de nit. T'estimo Estheri!
ResponderEliminarT’estimo, Ju!!! Abraçades en 3, 2, 1...
EliminarBon Nadal, Esther!!
ResponderEliminarQue el 2021 ens porti totes les abraçades que ens han robat aquest.
Bon Nadal, Mònica. Feliç, més que feliç, de poder abraçada-te cada dilluns!!!! Per un 2021 on ens abracem fort!
EliminarTro
ResponderEliminarVolia dir que es bonic aquest tresor fet amb aquestes mans!!! Moltes abraçades
EliminarMans que poca cosa faaaaan, ni poden acabar res... Gràcies per ser-hi, sempre!
EliminarJo aquests dies també he pensat amb les persones tan boniques a les que vull abraçar i a les que voldria conèixer per abraçar-les. I llegir a la Leila em va trencar. Sí, volem sentir la intensitat de viure al límit, el cor desbocat, el foc.
ResponderEliminarPassa unes bones festes!! (i si vols, tinc guardada una abraçada també per a tu)
Bonica!!! La Leila ens trenca i vull pensar que és bo perquè escriu el que no som capaces ni de verbalitzar, Això és un llaç bestiaaal!!!! Guarda l’abraçada, la vull!!!!!!!!!!!!!
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